Por: John Jairo Blandón Mena
Una ola xenofóbica y racista se sigue tomando el mundo, en Alemania, el miércoles pasado se inició el juicio en contra de un grupo neonazi acusado de planificar una serie de atentados a mezquitas, migrantes y políticos musulmanes radicados en ese país, según el acervo probatorio recaudado, los once capturados tenían el apoyo de algunos miembros de la institucionalidad, armamento y un poderoso brazo económico mediante el cual pretendían “sacudir y finalmente derribar el orden estatal y social”; el mismo gobierno teutón hizo un balance de más de 23.000 actos con móviles racistas o antisemitas en las últimas dos décadas, y considera que la violencia de extrema derecha supone la mayor amenaza para sus nacionales.
En Europa, en los últimos años se ha venido exacerbando un discurso de odio hacia la población migrante o con raíces en otras latitudes; la reciente denuncia ante la Unión Europea de la ex eurodiputada congoleña italiana Cécile Kyenge, quien en sus tiempos de ministra del gobierno italiano fue comparada con un orangután por el diputado y en su momento vicepresidente del Senado Roberto Caderoli fue contundente, al señalar que parece que ese continente no está preparado para entender que su población es cada vez más plural y multicultural. El crecimiento de los partidos de extrema derecha, y de la mano con ello, de la discriminación contra las minorías religiosas, del antisemitismo, de la islamofobia; y en general del racismo está poniendo en jaque la convivencia y garantía de derechos de estas poblaciones.
Por citar algunos casos, la Agencia Europea de Derechos Fundamentales sostiene que el 30% de los afrodescendientes encuestados han sufrido racismo en los últimos cinco años en algún país de la unión; de igual manera, la misma proporción de mujeres musulmanas aseguran padecer la discriminación y comentarios abusivos por llevar el velo. En Francia, país con la mayor población judía del continente, los actos antisemitas han crecido en un 69%. Y, en Finlandia, Luxemburgo e Irlanda más de la mitad de las personas de ascendencia africana han sufrido los efectos de la discriminación racial.
Pero, si por allá llueve por aquí no escampa, En Estados Unidos los crímenes policiales en contra de afrodescendientes no cesan, el último fue el de Daunte Wright en Minnesota, cuya brutalidad policial quedó registrada en video, y ante la evidencia criminal, la Policía se justificó increíblemente afirmando que el agente confundió su arma de fuego con su pistola taser de electrochoque. Sin embargo, lo que ya está clarísimo para todos los observadores de Derechos Humanos es que en ese país hay una doctrina policial con un sesgo racial y de origen nacional que hace que un afroamericano o un inmigrante tenga tres veces más posibilidades que un blanco de morir a manos de la policía. Hay dos datos que muestran la dimensión nefasta del asunto; por un lado, un estudio del portal Vox is seven, afirma que en Nueva York los afroamericanos son detenidos ocho veces más que los blancos por delitos relacionados con la marihuana, aunque el uso y la venta son prácticamente iguales en ambas comunidades; y, por otro lado, el periódico Los Angeles Times, afirmó que en esa ciudad en los últimos dos años se recibieron 1.350 denuncias de ciudadanos que decían que les habían tratado diferente por su color de piel y el Departamento de Policía desestimó todas y cada una de ellas.
Yendo al lejano oriente, hay evidencia de que en China se multiplican los episodios racistas contra los inmigrantes africanos. En Qatar, ya en la columna “Muertos por goles” de este servidor en https://diaspora.com.co/el-estres-termico-es-el-responsable-de-gran-parte-de-las-muertes-en-catar/ se mostró la dramática realidad que padecen miles de hindúes, paquistaníes, esrilanqueses y nepalíes que en condiciones de esclavización mueren por miles en las obras de construcción de la infraestructura para el Mundial de Futbol del 2022.
De vuelta a Latinoamérica, la migración hondureña, guatemalteca y nicaragüense hacia el norte ha generado procesos beligerantes de ciudadanos mexicanos en contra de los migrantes. Y, ya es de vieja data, el odio de buena parte de los dominicanos hacia los haitianos, a pesar de que ambos países comparten los 76.192 km² de la Isla La Española.
Y aterrizando aquí, recientemente la alcaldesa Claudia López, coincidiendo con una considerable parte de los colombianos afirmó que “A los venezolanos todo se les ofrece, ¿qué garantías tenemos los colombianos?” y a renglón seguido, responsabilizó de la inseguridad de la ciudad que gobierna a las acciones de los migrantes vecinos. Tanto aquí como afuera, responsabilizar de todos los males propios a los foráneos es un rasgo característico de la xenofobia y el racismo.
Se le olvida a la alcaldesa, que la guerra en Colombia y la inseguridad de Bogotá antecede muchísimos años la crisis política del vecino país.
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