31 de agosto de 2023
Por: Arleison Arcos Rivas
Sin lecciones aprendidas, la política colombiana es un hervidero de desencuentros que impiden consolidar una plataforma de actuación común en torno a acuerdos respecto del presente y el futuro del país. Tal como ayer, la inquina personalista, el empecinamiento en agendas particularistas y la vindicta entre facciones polarizadas hasta el enardecimiento, han hecho de la política en Colombia un eterno diálogo de sordos, en el que el artificio parece ser el material del día a día.
Si se quisiera aprender algo del pasado, habría que enfrentar con contundencia el peso de las pasiones en la determinación de la trampa y la violencia referentes de los asuntos públicos. Estos males atávicos, han venido a caracterizar el fracaso de una nación imposibilitada para mirarse más allá del ombligo, e incapaz de ver algo que no sea la paja en el ojo ajeno, hostilmente denunciado como aborrecible.
La pequeñez y la poquedad parecieran carcomernos en cada acto exaltado. En el reciente Congreso de la ANDI, por ejemplo, una jauría de empresarios anhelaba la frustrada presencia del Presidente para lanzarse con dientes fieros en su contra. Al tiempo, ladraban y movían la cola con el mediocre e insignificante discurso de quien funge como Fiscal General de la Nación, mientras prepara su campaña política, precedida del show que lo lleva a posar de víctima y hasta inventarse atentados, según ha aseverado el conjunto de organismos de inteligencia que existen en el país.
En los medios corporativos, subsiste el afán por despotricar sin clemencia, demeritar cada logro y desprestigiar a cada funcionario del presente gobierno, que corra con el infortunio de caer bajo la lupa despiadada de quienes, en Semana, Caracol, RCN, La W, Blu radio o la FM, principalmente, exageran datos, inventan fuentes, presentan noticias sin confirmar, adulteran divulgaciones, lanzan opiniones irreverentes faltas de fundamento, y ofrecen interpretaciones antojadizas sobre asuntos incidentes en la percepción pública de éxito o fracaso gubernamental.
Tanto en la calle como en los medios, pareciera que asistimos al ocaso de la verdad y al amaño del entendimiento, imponiendo piezas comunicativas y lecturas informativas tan populistas como demagógicas, caracterizadas más por la arrogancia del parecer que por la sustanciación del juicio crítico. Con el beneplácito de públicos acostumbrados al chisme, la vocinglería y la maledicencia, la desinformación circula y se expande en redes sociales, en apariciones noticiosas, en los corredores verborreicos callejeros y en las enredaderas de las plataformas virtuales.
Si en el pasado pudo afirmarse a un Bolívar monárquico o a un Santander liberal, así como ególatras militares fueron adulados como caudillos y arrogantes mercaderes posaron de jefes de partidos; en el presente perdura la distorsión de la realidad política que convierte a contradictores en enemigos irreconciliables, y encoleriza al público con la ramplonería de la oposición a ultranza.
Petristas, Uribistas, Duquistas, Fajardistas y demás “istas”, todos con sus correspondientes “antiistas” se entronizan en redes, medios, partidos o instituciones, animando el mercado de las opiniones, sin matices, sin referentes, sin raciocinio, sin ilustración alguna. Inmaduros e inhábiles para tener mejores conflictos, exacerbamos la contradicción hasta el paroxismo más desquiciado, alimentando la insaciable virulencia de las mentiras y las falsedades.
Aunque, en medio de la barahúnda y confusión, se denuncian los exabruptos, crímenes e ilegalidades de banqueros, políticos, funcionarios, actores armados, clanes delincuenciales, contratistas venales, oficinas sicariales y hasta organizaciones delincuenciales conformadas por extranjeros; nada puede dilucidarse ni decantarse, pues una noticia sucede a la otra, presentadas en oleadas de ataques y contraataques que edifican las convenciones del faccionalismo acusador, e insensibilizan para advertir que hemos arribado a la peor hora de la verdad: la de su perversión.
En lugar de deponer los odios, se los enciende. En lugar de hacer funcionar las instituciones, se las instrumentaliza. En contra de la veracidad, se miente y se desinforma. Frente al análisis, se prefiere el sofisma y la tergiversación. El interés por el esclarecimiento de lo real sucumbe ante la apariencia ilusoria. El engaño vuelve y triunfa en cada nueva entrada y cada nueva edición, arraigando la patética obstinación con la idea de que la política es un espejo tan cóncavo como convexo, eternamente empañado, manipulable y mentiroso.
Ya es hora de poner en su sitio a los vendedores de humo. Si el menosprecio de los fundamentos y la carencia de veracidad han sido caldo de cultivo para nuestras desgracias, enfrentar la ignorancia informativa y renovar el compromiso ético y profesional con el rigor y el equilibrio en las apuestas mediáticas, se impone. Resulta poco creíble que se eleve tal nivel de criticidad en los profesionales generadores de noticias y opiniones en medios corporativos, siendo frecuentemente cómplices y simpatizantes de sus patrocinadores. Pese a ello, cabe la posibilidad de que sobrevivan apuestas comunicativas disidentes; especialmente en las fronteras alternativas, en las que el peso tradicional de las tecnologías de la manipulación y el interés de los gremios y las asociaciones de industriales, comerciantes, terratenientes y financistas, suele ser menor y débil.
Si volver al pasado de los conflictos en nuestra nación tiene cada vez mayor sentido, precisamente será porque revisitando la historia podemos identificar los resortes de nuestra degradación y fomentar las lecciones aprendidas con las que podamos levantarnos, por fin, como una nación deliberadamente decidida a persistir, a pesar de sí misma.
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