13 de enero de 2022
Por: Arleison Arcos Rivas
El año inició tal como terminó el anterior: atentados, nuevas matanzas e intrigas políticas, elevan el nivel de turbulencia padecido en campos y ciudades del país. Pareciera que los renovados propósitos de ventura y porvenir nos abandonaran en cuanto el reloj evapora los últimos segundos del tiempo decrépito, harapiento y lacerante que se niega a abandonarnos, sin dejarnos estrenar la fábula de nuestra segunda oportunidad sobre la tierra.
La primera matanza registrada en este año, que ya no es nuevo, suma 27 asesinatos ocurridos en Arauca entre el 2 y el 5 de enero. Nos informan que incluso podría elevarse a 50 el total de muertes, en una oleada dantesca que estremece a los municipios de Tame, Fortúl, Saravena y Arauquita, aparecen decenas de muertos llevados a Venezuela y luego reubicados en Colombia. Otros, con tiros a quemarropa, fueron tirados por sus victimarios, en lugares distantes al punto del homicidio. Sobre este dramático asunto volveré en otra nota, en cuanto requiere el análisis de lo que viene ocurriendo entre las disidencias FARC y los grupos paramilitares asociados a narcotraficantes.
La segunda matanza puso al Valle del Cauca en el mapa de calor de las violencias acumuladas. Tres víctimas contadas en Jamundí, municipio que se ha densificado intensamente en los últimos años. Su crecimiento poblacional evidencia las marcadas heridas de las ciudades que crecen sin orden ni planificación territorial; sometidas, de igual manera, al control desinstitucionalizado de bandas, paramilitares y organizaciones delincuenciales con alta participación de uniformados de la Policía y del Ejército.
¡Cuatro matanzas en la primera semana del año! La siguiente ocurrió en Maní, Casanare, y la cuarta en Zona Bananera del Magdalena; ambas con conteos de 3 asesinatos. Los lugares son los mismos, las causales, muy seguramente, también, reiterando la persistente nota de prensa sobre disparos indiscriminados que, en repetidas ocasiones, fueron propinados incluyendo a menores e incluso a una mujer embarazada. El sinsabor de lo vivido y padecido sin alteración popular alguna ni sobresalto social hace presentir que, a este ritmo, los jinetes de la muerte seguirán ensangrentando los caminos de la patria sin rubor alguno, también este año.
Mientras todavía retumba la algazara decembrina y se apagan los equipos sonando a todo taco, Cali empieza el año con las palpitaciones aceleradas. La ciudad, rumbera y gozadora, no se agita por los acordes de la salsa moviendo los cuerpos sudorosos y arrechos, sino por la zozobra violenta que acumuló 1217 asesinatos el año del que apenas nos despedimos. 331 de esas muertes ocurrieron en los meses del paro nacional, debiéndonos hasta ahora el esclarecimiento de las que correspondan a acciones perpetradas por la Policía Nacional, agentes parapoliciales y otros accionantes violentos indiferenciados.
De repeso, una calculada explosión en contra de activos del ESMAD que transitaban por Puerto Resistencia, ha hecho resonar las notas del miedo en la melodía insufrible del terror escenificado en la Sucursal del Cielo. A la dantesca cifra de muertes y los nutridos guarismos de acciones contra la seguridad, el bienestar y los bienes ciudadanos, se suma el sonoro estrépito de ese atentado adjudicado al ELN, organización armada que parece estar jugando de publicista oficial de los guerreristas que aspiran a perpetuarse en el poder acendrando odios, perpetrando violencias y organizando la cosa política entre las mañas y marrullas ya convencionales en este país.
Como si fuera poco, las cifras de contagio por nuevas variantes y combinaciones virales asaltan las preocupaciones sobre la reactivación económica y el inicio del año escolar en esa ciudad, en el país y en el planeta entero. Del optimismo pandémico que avizoraba nuevos vientos de solidaridad y hermanamiento global, corremos despavoridos ante la amenaza que representa una pandemia aún incontrolada, pese a la disponibilidad de vacunas. Ante Omicrón, detectada e informada en Sudáfrica, el mundo ha visto levantar de nuevo las fronteras racializadas y xenófobas; al tiempo que se confirma la incompetencia de gobiernos subdesarrollados e incapaces de proveer a sus ciudadanos mejores sistemas de seguridad pública.
Despuntando el año electoral en Colombia, un viejo decrépito y arrogante que ha logrado sortear el infortunio y amañar a su capricho el aparato judicial, pese a las numerosas denuncias, sindicaciones y procesos abiertos, habla con estatuas a las que pide el apoyo para perpetuar su proyecto dictatorial sobre un país al que imagina, todavía, como una finca de su propiedad. Seguramente pueda seguir engatusando a una porción de su pétreo electorado que, contra toda prueba y pese a toda evidencia, le profesa una inmerecida lealtad eterna.
En el centro, las distintas y distantes coaliciones hacen silencio; tal vez aprovechando el tiempo nuevo para rehacer alianzas y conversar sus preocupaciones ante lo que será la campaña definitiva para asegurar el ingreso del país al siglo XXI o perpetuar el poderío de los mismos, cuatro años más. En lo personal, dudo que las opciones transformadoras puedan provenir de quienes han sido alimentados con las mieles del frustrante y bicentenario republicanismo que hemos padecido hasta ahora.
En la orilla de las alternativas progresistas y de izquierda, empezamos el año pendiente de las decisiones que sean tomadas en la venidera asamblea del movimiento “soy porque somos” que lidera Francia Márquez, en consulta como candidata a la presidencia por el Pacto Histórico. Mientras tanto, diferentes fuerzas de esa coalición activan sus cuadros en el extranjero, buscando seducir a un electorado de migrantes que critica mucho en redes, pero vota poco en las elecciones.
En resumen, efectivamente, el año empezó como si no hubiera terminado el anterior. La tarea de vencer los atávicos males que nos sobreabundan continúa y se acrecienta, mucho más ante la urgencia de alentar cambios, así sea por la provisoria vía de las elecciones al Congreso y la Presidencia. Por eso, yo no olvido el año viejo, así no haya dejado cosas muy buenas; a ver si llegan.
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