Ideas falsas sobre la libertad
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Enero 26 de 2023
Por: Arleison Arcos Rivas
El miedo y la zozobra que causaba a los peninsulares y sus criollos americanos la imaginación de la revuelta popular esclavizada estaba animada por el malestar que les generaba el que, en todos los casos, quienes se emancipaban enarbolaran la bandera de la libertad. ´Defendiéndola como el máximo bien para sí mismos, les resultaba impensable concebirla y concederla para las y los hijos de África, a quienes reiteraban una y otra vez las tecnologías de dominio con las que pretendían bloquear el aprendizaje de “ideas falsas sobre la libertad”.
Curiosamente, la documentación disponible en la robusta historiografía de la esclavización, registra sin rubor la enorme contradicción existente en la racionalización eurocentrada del privilegio de la libertad construida entre los siglos 18 y 19 y la sujeción a perpetuidad, con sus esencialismos, dirigida en contra de las y los africanos y su descendencia en América. Mientras se exaltaba la libertad de los modernos, también se apostillaba el cautiverio de seres humanos cosificados y tratados como propiedad.
La libertad, articulada sobre un cimiento raciocrático o racializado despoja de agencia, raciocinio y humanidad a quienes, de otra manera, habría que considerar como iguales; cosa impensable en la imagoloquía que convertía en sujetos sospechosos de sedición y venganza a quienes dominando, además, las “artes venenosas” (p. 265), procuraban por todos los medios disponibles su propia emancipación, en aventuras libertarias individuales tanto como colectivas que buscaban eliminar su condición de “negros” en el sistema explotación forzosa y perpetua subordinación.
La obcecación con el ennegrecimiento
El ennegrecimiento, ejercicio de constricción de la libertad instalado sobre cuerpos “negros” esclavizados y sometidos a trabajo forzado y en cautiverio, constituye el peor portafolio de la indignidad correspondiente a la encarnación de la relación de dominio colonial. En correspondencia con tal trato, de manera hereditaria, estable y perdurable por siglos, se consideró a las y los africanos y su descendencia cosa animada, objeto móvil y propiedad transable.
La negación de agencia que implica la construcción del ennegrecimiento impide imaginar, prohíbe tolerar y requiere controlar la posibilidad de que los sujetos esclavizados puedan aspirar a ser libres emprendiendo a su propio costo y riesgo aventuras e iniciativas libertarias. Toda la legislación peninsular y la acción de las autoridades en América resulta contraria al reconocimiento de categorías para la emancipación a cuenta propia, estableciendo reglas y normas de vigilancia meticulosa y férrea sanción social y jurídica ante las frecuentes prácticas de escape, fuga y emprendimiento soberano perpetradas por las y los africanos trasplantados a la fuerza en América o su descendencia.
La obcecación con tal imagoloquía del negro esclavizado y las tecnologías de muerte y dominio instaladas en el universo colonial fue profusamente difundida para bloquear la capacidad de percibirse libre y organizarse al margen de la construcción social que encadenaba cuerpos específicos, preconiza su sumisión antropológica y jurídica y, sistemáticamente, constriñe toda oportunidad para reclamar su diferencia en ese entorno domesticado estructurante.
Desde tal barrera, resulta imposible e impensable el reconocimiento de las maneras de la intelectualidad que, en lo público, juegan estableciendo reglas para las prácticas de enunciación, proposición y difusión del propio pensamiento y de su comunicación en las interacciones dialógicas en una colectividad política. Sin agencia ni voz propia, el esclavizado es una entidad ordenada extrínsecamente por una voz cuya superioridad le imagina, lo señala y lo expone como bárbaro, inferior, falto de raciocinio o, a lo sumo, infante y necesitado de permanente tutela.
El negro esclavizado debe ser siempre representado, defendido y sometido a la imposición del interprete, como se registra en los juicios en los que, sin embargo, mujeres y hombres que retaron su condición de abyección y demandaron afanosamente su libertad, sobre la base de imaginarse hacedores y propietarios de la misma.
Rompiendo las imagoloquías de la esclavización
Forjarse una imagen propia, más allá de toda sumisión y oprobio concerniente a la narrativa del cautiverio, ha requerido la reconstrucción de la ruta identitaria en la que la experiencia originaria africana es asumida y revestida con el peso de la ancestralidad, creativamente compuesta e hibridada en América. Contra toda negación y práctica nulificatoria de origen colonial, los procesos de invención étnica afrocentrados, es decir, apropiados a partir del reconocimiento de la africanía como heredad, rompen con las imagoloquías y el fundamentalismo exotizado que las sostiene, reconociendo la riqueza del propio patrimonio transcontinental y transhistórico que toma cuerpo, cobra voz y se hace imaginación de un sí mismo potente y suficiente.
En el pasado, tal potencialidad creadora emancipatoria alimentaba, en las autoridades peninsulares y sus regentes, el miedo al alzamiento de la muchedumbre esclavizada. La separación de las familias, la prohibición de las lenguas propias, la negativa de la alfabetización, la constricción de la juntanza, el congelamiento de la movilidad, la conscripción en tareas de fuerza y desgaste, el flagelamiento inclemente, la mutilación escarmentaría, el asesinato ritual, y hasta la supervisión en las jornadas de descanso y la inspección de las celebraciones cuando no podía prohibírselas; configuran un metódico y diligente cartapacio de estrategias estructurantes del sometimiento y poderío nugatorio esclavócrata en contra de la imaginación de sociedades cimarronas.
Miedo a la pardocracia
Durante la gestación de las repúblicas, también el criollo de europeo aplicaba un permanente control y vigilancia a las manifestaciones estéticas, culturales, literarias, religiosas, botánicas que permitieran la reconstrucción molecular de la africanía y, sobre su imperio, saciara la voracidad emancipatoria afroamericana. El permanente miedo a la pardocracia da cuenta de ello, tal como hemos comentado en otras ocasiones, estimulando el pavor a los alzamientos y al emprendimiento de sucesivos episodios libertarios que, como en Haití, pusieran en riesgo la vida, los bienes y la institucionalidad por la que, gana la independencia, se mancillaba la idea ilustrada de libertad al negarla para las hijas e hijos de África en América.
Si bien no se produjo en nuestro territorio una sublevación masiva de esclavizados, no pueden desconocerse los ingentes antecedentes emancipatorios producidos con la participación activa en los ejércitos independentistas, e incluso antes de la construcción republicana, instaurando entornos libertarios y formas autonómicas en cumbes, rochelas, palenques, caseríos y poblados en toda la geografía de la Nueva Granada, luego Colombia.
Las y los afrodescendientes procuraron la conquista de su propia libertad establecida en un nutrido portafolio de prácticas emancipatorias permanentes de desincorporación del sistema esclavista, evitamiento de la espuria formalidad republicana, insistencia en la pervivencia cultural e identitaria, apropiación territorial y construcción de enclaves autonómicos establecidos por todo el país; retando la precaria y burda comprensión eurocentrada de tal proceso como animado por “ideas falsas de la libertad”.