La temida pardocracia

Por: Arleison Arcos Rivas

Uno de los relatos edulcorados que cuenta la escuela y la academia respecto de la participación de los criollos en los procesos de independencia insiste en la posición marginal de los descendientes de africanas y africanos incorporados forzosamente, autoemancipados y libertos participantes en la causa autonómica. Tal tipo de argucias y mistificaciones sirven a quienes, elites o emergentes, todavía afincan su poderío sobre la construcción colonial de una identidad postiza en la que “cualquier hombre blanco es un caballero” para el que “el color de la piel es la insignia real de la nobleza”, según comentaba en 1852 el cronista Alexander Von Humboldt. Entre nosotros, la consideración política de la piel evidencia la perdurabilidad del exotismo racializado que incluso dos siglos después de instalada la república, imprime el carácter de santo y seña a opiniones y juicios de quienes alimentan pasiones discriminatorias.

La historiografía tradicional ha defendido como eminentemente criolla la causa de independencia colombiana, sin considerar que, si los ejércitos realistas fueron abastecidos, reorganizados y realimentados con activos canarios, peninsulares y criollos prolongando las batallas por la existencia de las repúblicas americanas una década y hasta el desespero peninsular, fue producto del insistente acoso, del penetrante ataque y de la decidida perpetuación de la refriega de las gentes del pueblo, esa robusta “multitud de libres y de todos los colores” que conformaba los Ejércitos Libertadores, animada por vientos emancipatorios diferentes a las motivaciones mestizas y criollas.

Incluso, a quienes afirman que una considerable población descendiente de africanos militó en ejércitos contraindependentistas como el de Boves descuidan el hecho de que los realistas pudieron concentrar una gran fuerza militar precisamente a consecuencia del odio mortal que la tensión racial había instalado en el proceso esclavista en un momento en el que la eliminación del esclavismo no entraba en las consignas del combate contra España.  De hecho, a no ser porque la base de los ejércitos republicanos estaba conformada por descendientes de africanos luchadores por su libertad, autoemancipados, reemplazos de los hacendados y sus hijos, desclazados pobres, campesinos e indígenas, la causa libertadora se habría perdido desde 1814 cuando el realista Monteverde se daba largas para rendirse considerando el hecho de que todavía podía vigorizar a sus ejércitos con chapetones, mestizos y criollos americanos; muchos de los cuales “fueron los más empedernidos enemigos de la independencia”, según Simón Bolívar.

Con lo dicho, además de mentirosa y superflua la postura esencialista criolla sobre la independencia, tal narrativa contradice el hecho de que, en los ejércitos del Sur de América, tanto como en los colombianos, se temía a la pardocracia. El temor a los descendientes de africanos y africanas apesadumbraba a Bolívar a tal grado que, conquistada la independencia de España, auguraba “la revuelta de los hijos de África”. Por ello, con la revolución de Haití ante sus ojos y actuando contra tal posibilidad en las nuevas naciones, urgía insistentemente a Santander por la incorporación militar masiva de tal población preguntándose sí “¿no será útil que los esclavos adquieran sus derechos en el campo de batalla y que se disminuya su peligroso número por un medio poderoso y legítimo?”

La ferocidad y bravura con la que se encaraba cada incursión para enfrentar a peninsulares y criollos contrastó con el desgano bélico cuando el frente se nutría con combatientes de la misma procedencia étnica, tal como relatan varias fuentes directas.  Por ello, con total certeza resulta posible afirmar que, cuando no ocurrió a consecuencia de emanciparse y constituir palenques, rochelas y cumbes autónomos, fue en el fragor de la guerra y con su contundente participación en las batallas en las que poco a poco se ganaban su libertad y ciudadanía las hijas e hijos de africanos; mientras los criollos contemplaban tal arranque emancipatorio asustados por la pérdida de sus “activos económicos” y su posición social y política en la institucionalidad naciente.

Concebida como una tecnología fundadora del miedo político, la pardocracia estaba destinada tanto a asustar a las elites reacias a incorporarse a la causa independentista como a afianzar el apoyo de las que, inquietas por sus propiedades y patrimonio, dependían contradictoriamente del sostenimiento del statu quo colonial esclavista en los tiempos de la república de la libertad.

Más significativo aún, la contención de la temida pardocracia en los países bolivarianos constituye un caso exitoso de exterminio de una fuerza política opositora capaz de instaurar una guerra étnica con posibilidades de éxito en el acceso al poder y la contracción de las pretensiones de las clases privilegiadas. Los instrumentos de tal estrategia fueron dos principalmente: el alimento de la guerra por la vía del alistamiento masivo para la contienda en cruentas batallas con sus cuentas de muertos por centenares y el fusilamiento sistemático de populares y prominentes héroes como Manuel Piar o Prudencio Padilla, entre otros.

La urdimbre de la pardocracia constituyó una estratagema calculada y utilitarista con la que las élites bolivarianas se aseguraron el control del miedo de las facciones criollas reacias y opositoras, al tiempo que con ella afirmaron su capacidad institucional de actuación abusiva e interesada contra los llamados pardos y libres de todos los colores; descendientes de africanos; difundiendo, además su imagen como gente taimada, perezosa, criminal y peligrosa a la que hay que temer y, consecuentemente, odiar.

Al bloquear la capacidad de retar el proyecto de las elites, con el asesinato de los líderes que podrían fomentar una guerra racial, la significativa disminución de la población de ancestría africana y mediante la morigeración de las leyes que condicionaron y postergaron de la libertad institucional, dos siglos después seguimos padeciendo las consecuencias de la instauración de una nación republicana heredera del exclusivismo colonial, que no se fundó sobre preceptos de igualdad extensa sino en la herencia del esclavismo en la configuración de las dinámicas de poder y en sus representaciones cotidianas.

Sobre el autor

Arleison Arcos Rivas. Activista afrodescendiente. Defensor de la vida, el territorio y la educación pública. Directivo, Docente e investigador social. Licenciado en Filosofía. Especialista en Políticas Públicas. Magister en Ciencia Política. Magister en Gobierno y Gestión Pública. Doctor en Educación. Cdto. en el doctorado en Ciencias Humanas y Sociales. Es autor y coautor de varios libros y artículos en torno a los estudios de la afrodescendencia. Rector de la IE Santa Fe – Cali.
Leer más

Contáctanos

¡Escríbenos!

CONTACTO

Suscríbete

Recibe en tu correo electrónico las últimas columnas de opinión de Diaspora.

[newsletter_form]

Comentarios

5 1 voto
Article Rating
Suscribirse
Notificar de
guest
1 Comment
Más antigua
Más reciente La Mayoría De Los Votaron
Retroalimentación En Línea
Ver todos los comentarios
John Jairo Blandón Mena

Magistral el texto maestro Arleison Arcos Rivas.
«El temor a los descendientes de africanos y africanas apesadumbraba a Bolívar a tal grado que, conquistada la independencia de España, auguraba “la revuelta de los hijos de África”. Por ello, con la revolución de Haití ante sus ojos y actuando contra tal posibilidad en las nuevas naciones, urgía insistentemente a Santander por la incorporación militar masiva de tal población preguntándose sí “¿no será útil que los esclavos adquieran sus derechos en el campo de batalla y que se disminuya su peligroso número por un medio poderoso y legítimo?”

Última edición a 4 años hace en John Jairo Blandón Mena

Artículos recientes

VER MÁS
Ir a Arriba