Por: John Jairo Blandón Mena
Hace un mes fue publicado el informe 2020 del Índice de Desarrollo Regional para América Latina, conocido por sus siglas IDERE LATAM, que desarrollan ocho prestigiosas universidades y centros de estudios del continente, entre ellos, el Centro Interdisciplinario de Estudios sobre Desarrollo (Cider) de la Universidad de los Andes. Su conclusión más notoria es que Colombia es el país más desigual de toda América Latina.
¿Qué significa esa conclusión?
Según el mismo documento, Colombia es la nación con mayores desigualdades territoriales. Ningún otro país latinoamericano tiene brechas tan grandes entre sus regiones en las dimensiones que enfoca el estudio: educación, salud, bienestar y cohesión, actividad económica, instituciones, seguridad, medio ambiente y género.
Hay varias Colombias, una donde se invierten ingentes cantidades de recurso público en vías, como en Antioquia, destinataria de varios billones de pesos en las últimas décadas para la construcción de sus túneles: el de Oriente, el de Occidente, el del Toyo, y ahora para los nueve proyectos de vías 4G que tiene el departamento. Pero al mismo tiempo, los habitantes de Mocoa, Putumayo tienen en su principal vía de conexión con el resto del país, la carretera Mocoa – Pasto, una verdadera trocha que data de 1930, estrecha, sin pavimentar, con curvas cerradas, con derrumbes de piedra y lodo como paisaje infaltable en el trayecto de los 148 kilómetros denominados “trocha de la muerte” por quienes los transitan.
Y, mientras tener acueducto y alcantarillado es un derecho garantizado en las zonas urbanas no periféricas de las ciudades andinas del país, en sus mismas periferias y en departamentos como el Chocó, el saneamiento básico no es ni derecho ni privilegio, porque es inexistente en sus 30 municipios. Igual desgracia corren Amazonas, Guainía, Vaupés, Guaviare, Vichada, Cauca y Putumayo, que según el mismísimo Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) tienen un precario cubrimiento del servicio de acueducto y alcantarillado, que no alcanza a llegar ni siquiera al 30% de la población.
La pandemia ha dejado también en evidencia la desconexión de prácticamente la mitad de Colombia, el ministerio de las TIC, ante la dramática e incontrovertible realidad tuvo que aceptar que alrededor de 23,8 millones de colombianos no tienen conectividad a internet, y aunque ya están licitando y contratando la tecnología 5G, anticipan consultores especializados, que eso solo llegará a los sectores urbanos de siempre, mientras las otras Colombias seguirán desconectadas, y si la educación virtual o el embeleco ministerial de la alternancia continúan, los niños de esas zonas seguirán desertores del sistema escolar, que por cierto, según datos oficiales registró más de 158.000 estudiantes que abandonaron su formación desde preescolar hasta secundaria, fundamentalmente por no tener computador y/o conexión a la red global.
Son muchos los ámbitos que pueden citarse, y en todos se encontrara la desigualdad marcada por aspectos territoriales, y consecuentemente, étnicos. Recientemente, Rafael Latorre, un médico brigadista que recorre el mundo en labor de voluntariado socorriendo desde su profesión a comunidades vulnerables, afirmó que la situación en el Chocó es peor que en Somalia o Afganistán, sobre las comunidades internadas en la selva y en lo más profundo de los ríos dijo que no tienen ninguna referencia del Estado, que están abandonadas a su suerte sin comida, salud o agua potable. Y, para sumarle a su infortunio, con la confrontación bélica acrecentando sus problemas estructurales.
Sin duda, que el conflicto armado es uno de los detonantes de esas inequidades sociales, hay quienes ven, azuzan y disfrutan mediáticamente la guerra desde la comodidad de sus casas con rejitas y antejardín como decía el cantautor chileno Víctor Jara, y hasta toman decisiones electorales que perpetúan la conflagración, sin conocer que en las otras Colombias: en Tumaco, el Bajo Cauca antioqueño, el Catatumbo o el Norte del Cauca las personas padecen inmisericordemente el rigor de las balas de unos y otros que les niegan el derecho a vivir dignamente.
Entretanto, mientras para la Colombia de siempre se proyectan inversiones para desarrollar infraestructuras y llevar desarrollo, en las otras Colombias, las alejadas, las olvidadas y las sumidas en el empobrecimiento, la única solución visible es el aumento del pie de fuerza militar y policial que ni siquiera sirven para garantizar la seguridad, y que solo traen el recrudecimiento de las condiciones de desigualdad y violencia.
*Esta imagen fue tomada de la galería de fotos del CICR
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