30 de agosto de 2022
El Bagre es uno de los seis municipios ubicados en la subregión del Bajo Cauca antioqueño. A pesar de ser una joven municipalidad con tan solo 42 años de existencia, tiene una larga historia como enclave aurífero y otrora epicentro esclavista de la cuenca del rio Nechí. La ubicación de su territorio al nororiente de Antioquia con corredores con la costa norte y el centro del país, le ha generado, por un lado, una dinámica de fluido intercambio comercial, pero infortunadamente por el otro, un cruento conflicto armado que hoy lo posiciona como una de las zonas más violentas del Colombia.
En el Bagre confluyen todas las condiciones que convierten este territorio en un verdadero hervidero en materia de orden público. En primera instancia, un empobrecimiento extremo de su población como consecuencia de la ausencia del Estado Social. En la actualidad, este municipio y los otros cinco de la subregión conforman la zona con los peores indicadores sociales de Antioquia. Esta precariedad económica de más del 80% de su población tiene lugar en medio de una enorme despensa agrícola, ganadera y minera. Actividades productivas que paradójicamente se han convertido en el combustible de la guerra por el control de esas rentas legales. Aunque las ilegales, de las que escribiré aquí, también generan otra guerra.
El negocio de la cocaína antioqueña tiene su centro en la subregión del Bajo Cauca, con un creciente protagonismo del Bagre. Más del 80% de la producción cocalera del departamento está ubicada en esta zona. Ni que decir de la minería ilegal y criminal, que además de tener aniquilada ambientalmente los ecosistemas ribereños de la subregión, enriquece exponencialmente a estructuras armadas ilegales. Sólo en el Bagre y Nechí, esta actividad deja un lucro de más de 12 mil millones mensuales que van a parar a las arcas de estos grupos; que, dicho sea de paso, tienen cooptada buena parte de la institucionalidad local y de los cuerpos policiales y militares.
A la presencia por décadas en el Bagre y toda la subregión de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) con sus bloques Central Bolívar y Bloque Mineros; hoy se le suman los Caparros, el Clan del Golfo, el ELN y las disidencias de las FARC. Los homicidios crecen, se vuelven comunes los cadáveres que recorren el rio Nechí, las familias desplazadas aumentan y los habitantes de la población en medio de su zozobra cuentan en voz baja y con temor sobre continuas desapariciones forzadas. Mientras escribo esto me entero que hace pocas horas en un billar del barrio El Bosque del Bagre fue asesinado el joven Sebastián Arenilla Corpo de 23 años.
Las soluciones a esta tragedia humanitaria no pasan por mayor pie de fuerza. El Bajo Cauca antioqueño es quizás la zona más militarizada del país. La combinación de inversión social focalizada como reparación histórica a estas poblaciones olvidadas, diálogos regionalizados con todos los grupos que operan en la zona, y la exigencia de un cese al fuego multilateral e indefinido le daría un respiro de paz a estos territorios en los que hace varios años la violencia ya hace parte del paisaje.
El país no puede seguir contabilizando víctimas y más víctimas. Ya desde la década de los noventa sólo en el Bajo Cauca antioqueño van más de 200 mil ¿acaso no es eso suficiente? La comunidad del Bagre, al igual que toda la nación han clamado que quiere la Paz. Y ahora que se habla de “Paz Total”, pues ojalá que cueste lo que cueste, ella sea una realidad.
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