Desinformadores

By Last Updated: 13/11/2024

 

18 de agosto de 2022

Por: Arleison Arcos Rivas

Ya superan la decena los deslices informativos que involucran a figuras públicas relacionadas con el gobierno del Pacto Histórico, quienes han caído en el chismerío y la desinformación desproporcionada con la que fuerzas perdedoras juegan a desgastar de manera temprana al gobierno de Gustavo Petro y Francia Márquez, usando todas las formas de distracción con las que cuenten. Por fuera del Pacto, resulta apenas evidente que diferentes vocerías adversas al gobierno recién llegado juegan y jugarán en su contra, cayendo incluso en exabruptos como el del periodista que se atrevió a listar “las promesas incumplidas de Petro”, apenas a siete días de su posesión.

Sin embargo, los que más preocupan son los gazapos y desaciertos propiciados por intervenciones altisonantes, salidas en falso y críticas a contracanto que hacen ruido, justo cuando se está en pleno despliegue de las reformas que hicieron victorioso el primer gobierno de izquierda en Colombia.

A veces por impericia en el manejo de la narrativa institucional, otras por no entender la distancia entre el activismo social y la representación política, o por una innecesaria osadía mediática que lo publicita todo, están pagando con descredito y ataques inmisericordes las figuras que están ganando mayor notoriedad como voceros y representantes destacados de la izquierda y los sectores alternativos.

Buena parte de las críticas provienen de sujetos que han optado por una radical oposición, con posturas que rayan en el absurdo abusivo. Cabal, Valencia, Polo Polo, Margarita Restrepo, Enrique Gómez y algunos periodistas, analistas e influenciadores en redes y medios convencionales, ventilan lo que quieran y como quieran, sin medida alguna respecto de cualquiera de los anuncios, designaciones o propuestas reportadas por las fuentes oficiales, la presidencia, la vicepresidencia o las y los representantes de la coalición de gobierno.

Una muy desafortunada estrategia de presión, por ejemplo, puso en la picota pública a congresistas de los partidos vinculados al gobernante, cuando Jota Pe Hernández, un senador con electorado nacido entre sus seguidores en redes sociales, ventiló indebidamente el nombre de quienes, a su juicio, no estarían de acuerdo en apoyar su proyecto de rebaja salarial para los congresistas, asunto que debió ser desmentido rápidamente por las personas ligadas a lo que fue presentas como una traición al electorado. Junto a Hernández, otros blogosferos, youtubers y tuiteros afectos al Pacto elevaron el grito ante lo que parecía una afrenta a las promesas de campaña, subiendo el volumen del malestar informativo. Al final, no era cierta la postura denunciada, como pudo conocerse por un video divulgado por Gustavo Bolívar.

Siendo un furibundo defensor de la irrestricta libertad de opinar, veo que en la autorregulación se pueden ofrecer mejores servicios a la verdad, o por lo menos a la ponderación discursiva que no requiere mentiras ni fastidiosas posturas que transgreden el decoro y la proporcionalidad en la toma de posturas y la divulgación informativa.

Aunque contra la maledicencia sólo impera la ley, viene bien que los integrantes de partidos y organizaciones políticas establezcan acuerdos y pautas respecto a su papel como agentes movilizadores de la opinión, considerando que su capacidad de afectar, allanar o enrarecer el clima político es considerablemente superior a la de cualquiera otra vertiente informativa; en la medida en que no sólo acceden a públicos significativos por las redes, sino también por los ampulosos medios de comunicación privada.

No necesitamos censores institucionalizados, es cierto; pero tampoco requerimos arrogantes decidores. Tal vez por ello resulta enojosa y reprochable la actitud de quienes, pillados en sus desafueros, ofrecen pastosas disculpas y amañadas retractaciones que constituyen un saludo a la bandera en el compromiso con la verdad y la dignificación.

Hoy queda claro que a la democracia le resulta enojosa la ficción y el disimulo tanto como el desparpajo, por muy socorrido que resulte. Ni una mentira mil veces repetida ni verdades a medias ni encuadradas noticias falsas afirman el compromiso con la opinión informada y libre y, sí efectivamente, acrecientan el pedestal de la insufrible tiranía mediática e informativa; asunto que todo representante y funcionario debe recordar, cada vez con mayor frecuencia, expuestos como están, al arbitrio de los decidores y desinformadores.

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