¿Desarrollarán la resiliencia los Estados In y Post-Covid-2019?: el peligro de volver a la normalidad

By Last Updated: 19/11/2024

Por: Yeison Arcadio Meneses Copete[i]

  

El covid-19 representa una catástrofe mundial, quizá la más significativa del siglo XXI. Durante toda la vida escolar aprendimos sobre pestes y pandemias de décadas y siglos pasados, pero nunca pensamos que seríamos sujetos activos en medio de una de estas calamitosas enfermedades. Aunque los análisis se han concentrado en los resultados primarios y parciales respecto a la economía de mercado, estamos lejos de cuantificar y comprender profundamente los impactos psicológicos, sociales, culturales, políticos, ambientales, económicos, entre otros de la misma.

Por el momento, conozco el análisis reciente de OXFAM, el cual evidencia la notoria injusticia social histórica y su flagrante perdurabilidad en medio de la pandemia, sobre todo, porque las familias adineradas acumularon más riquezas y permanecieron indemnes ante la catástrofe. Pero, llama más la atención que los Estados y las clases dirigentes siguen empeñados en entregar las riquezas públicas a los entes privados, configurando lo que David Harvey llama la acumulación por desposesión. Los dineros públicos han alimentado a las grandes empresas y familias adineradas, contrario a lo que se espera de la figura del Estado y peor en contextos de crisis. Es decir, los Estados y sus gobernantes han practicado la de Robin Hood pero a la inversa.

De este modo, según OXFAM, las personas y familias más empobrecidas deben sumar 10 años más a las brechas para superarse de esta situación. Entonces, el capitalismo, una vez más queda comprobado, podría ser llamado como parasitismo puesto que la producción de la riqueza no proviene de la creatividad humana para crear riqueza, por el contrario, la producción de la riqueza se ampara en la destrucción de esta, sobre todo, la profundización de la pobreza y la destrucción planetaria.

Además, la pandemia ha llegado para quedarse. No solo asistimos ya a casi un año de contagios, confinamientos, toques de queda, controles, multas, decretos unidireccionales, y de cotidianidades invadidas por el tema. También, la misma OMS, otras entidades y personalidades han alertado sobre el hecho de que esta no será la única pandemia. Asimismo, a casi un año del covid-19, nuevas variaciones del virus inquietan las naciones. Adicionalmente, se entrelazan múltiples problemáticas en torno a la producción, la efectividad, la distribución, la reproducción, las patentes, el abastecimiento, la preservación y el acceso a las vacunas, otro nuevo centro de disputa de mercado y, por consiguiente, vía de intensificación de las desigualdades: 10 países concentran el 75% de las vacunas, según la OMS.

Empero, algo que ha sido notorio en el planeta, es cómo los países debilitaron sus redes para proteger la vida. Iniciando por las llamadas potencias mundiales, inundadas de armas nucleares y facilitadoras de necro-redes en el mundo, se evidenció que están más preparados para generar guerras que para prevenir, cuidar y sanar la enfermedad y la vida de sus ciudadanos. Así, el descuido de los sistemas sanitarios, las redes de afecto y solidaridad familiar, el acompañamiento debido a los niños-niñas, la protección de las mujeres, las semillas de humanidad en la idea de ser hombre, el espacio escolar como escenario de salud, las redes hospitalarias, las alternativas pedagógicas, las redes de salud mental, las políticas sociales, la producción de alimentos, los laboratorios, las empresas productoras de insumos sanitarios, las universidades, las capacidades para el desarrollo de la ciencia, la tecnología y la innovación quedaron al desnudo: las estatales están en condiciones precarias y las existentes pertenecen al sector privado, más interesado en el comercio que en el cuidado de la vida. En países del Sur-Sur, la desnudez pasa por el limitado acceso a agua potable, necesidad insatisfecha base de enfermedades y de su reproducción, más en medio de pandemias. Gran parte de los gobiernos pensaron que con decretos muy distantes e inconvenientes para los sectores mencionados podrían controlar la pandemia. Las apuestas han sido bastante tímidas para responder a tal desafío y los posibles en el futuro.

Ante este panorama nos preguntamos por la capacidad de los Estados para desarrollar nuevos modelos económicos, sociales, políticos, ambientales y culturales que nos relacionen mejor entre las personas y la naturaleza. Las catástrofes no son un destino, como lo argumenta Boris Cyrulnik. En esta medida la catástrofe que vivimos puede permitirnos reflexionar, crear, diseñar y articular nuevos modos de vida. Podemos enfrentar y superar este largo episodio de angustia y traumatismos para construir un nuevo devenir en nuestras sociedades mucho más justo, equitativo, cuidador de la vida, feminista, antirracista, anticapitalista y ecológico. De otro modo, los Estados pueden desarrollar procesos resilientes. Estos son principio demandados durante décadas y siglos, hoy inaplazables en nuestras sociedades actuales. No estamos para aguas tibias, sí para apuestas radicales, profundas, sistemáticas y de gran envergadura que faciliten otros modos de vida. La no atención al cambio climático es otra amenaza que ya engendra guerras por el agua, por los escases de alimentos y podría ser el punto cero de nuevas epidemias. Volver a la normalidad es completamente peligroso. Volver a la normalidad sería mostrar una incapacidad para aprender de la experiencia, un fallo a nuestra racionalidad y un desprecio al ecomagicosentipensar, pensar con/para la vida, pensar con los espíritus, sanar con hierbas, sentir y pensar dialógicamente. Pero ¿se están generando procesos resilientes en los Estados? ¿estarán pensando en las condiciones instaladas para que las ciudadanías desarrollen la resiliencia? ¿o esperan el grito de libertad que ante el no aprendizaje se generaría aún en medio de la pandemia y los contagios?

[i] Doctor en Estudios Hispánicos y Latinoamericanos, Universidad de Perpignan

Miembro de CADEAFRO-Colombia/ACIAFRO-Colombia/GRENAL-Francia/GRELAT-Costa de Marfil

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