Confinamientos perpetuos: la construcción del orden a partir de la simulación digital de la vida
por: Melquiceded Blandón Mena
La crisis del coronavirus se nos aparece como una pandemia con la capacidad de agredir a cualquier individuo, pueblos, países y a la humanidad entera, a partir del ataque invasivo al sistema respiratorio, y/o agravamiento de alguna otra enfermedad preexistente. Es un virus que ha tomado dimensiones pandémicas produciendo miles de muertos en todos los países del mundo.
La capacidad mortífera de este virus ha puesto en jaque la mayoría de sistemas sanitarios alrededor del mundo, develando, que aunque el virus no distingue etnias, clases, identidades, género, sexo o nacionalidad, si hay un abismo en cómo puede golpear la epidemia a sociedades que relativamente han mantenido la financiación pública de sus regímenes de salud, y aquellas que hace casi tres décadas privatizaron sus sistemas sanitarios y los entregaron al capital.
En el mismo sentido, si se reconoce que la falta de saneamiento básico, las hiperaglomeraciones urbanísticas, la ausencia de agua potable, la inadecuada disposición de los residuos, la desatención en salud, el crecimiento del desempleo, los trabajos de alto riesgo, bajos niveles de nutrición entre otras carencias, son determinantes sociales y factores de riesgo en salud, implica que los sectores obreros, pueblos étnicos, campesinos y sujetos empobrecidos y marginados por la estructura económico – social, tienen mayores posibilidades de padecer la pandemia y reproducir sus pobrezas, en tanto, las condiciones de vida de los sectores desfavorecidos terminan potenciando el riesgo de contagio y limitan enormemente el tratamiento y lucha contra la enfermedad; tal como lo muestran las reconocidas cifras de contagio y letalidad entre la población latina, emigrante y afrodescendiente en EEUU, hoy por hoy centro de la pandemia mundial.
Ahora bien, es posible que nunca conozcamos las condiciones de posibilidad o elementos probatorios para determinar el surgimiento de la pandemia. Ninguna teoría conspirativa tiene razones sólidas para explicar el asentamiento del virus en prácticamente todas las sociedades del planeta. Hay mucha especulación al respecto, argumentaciones que van desde lo social, atraviesan lo biológico, lo económico hasta lo militar, donde arguyen ideas como que el coronavirus fue generado para la disminución de la superpoblación planetaria, a través de la desaparición de adultos mayores, los improductivos económicos, los descartables para el orden social, los inferiorizados, una especie de ‘’selección del capital’’; la extinción de especies de control biológico; la domesticación masiva; el consumo indiscriminado de otras especies de origen silvestre; la expansión del modelo de producción capitalista que invade y destruye ecosistemas naturales y la explotación productiva de zonas naturales anteriormente inaccesibles donde se desconocen las posibilidades de que estos virus se transmitan a los seres humanos.
En este orden de ideas, y sin el ánimo de construir una teoría conspirativa, es inverosímil soslayar que hay cosas que van quedando claras, en el orden socio – político que se consolida con la corona crisis.
Así, pues, la sociedad pandémica contemporánea se construye bajo el principio de un confinamiento perpetuo para la construcción de un orden societal, a partir de la simulación digital de la vida.
Este orden societal, lo podemos advertir, bajo dos experiencias contemporáneas:
Primera, en plena crisis del coronavirus, el mundo vive el enfrentamiento sin cuartel de una guerra entre las grandes potencias y capitales trasnacionales, en sendos bloques que lideran China – Rusia por un lado, y EE. UU – Europa occidental por otro lado, por el control de la tecnología 5G. Tecnología que permitirá la conexión entre millones de dispositivos y el procesamiento de miles de petabytes de datos en tiempo real para gobernar en remoto desde fábricas a hogares completamente domotizados y ciudades inteligentes. Además la capacidad de gobernar en la nube sistemas tan delicados como las comunicaciones o la defensa de un país. Quien controle la 5G, controlará el mundo, se consolidará como Estado hegemón.
De igual forma, el confinamiento poblacional decretado por la mayoría de países del mundo, además de una medida sanitaria, parece estar concebido como un ejercicio, entrenamiento o el inicio de un nuevo orden social donde viviremos la vida a partir de la simulación de una pantalla desde donde podremos comprar compañía, mercar, visitar al médico, teletrabajar, estudiar, controlar y »participar de la vida democrática», a partir de las simulaciones teledirigidas.
Segunda, el confinamiento domiciliario de la población ha producido una cultura del aislamiento donde se minimiza el encuentro humano, por la mediación digital de la pantalla. La euforia por las tecnologías digitales produce y reproduce seres autómatas. Es paradójico ver la forma como niñxs, jóvenes y adultxs se hacen dependientes del teléfono móvil, de la interconexión online, condición que los automatiza y configura una discapacidad social, es decir, sujetos incapaces de establecer un contacto en vivo, de hablar frente a grupos, de establecer relaciones con otras generaciones, de asumir liderazgos comunitarios, de comprender y criticar su contexto, de crear y construir alternativas de mundo. Es una virtualización de lo social que produce el consumismo de medios masivos y todo el arsenal de mercancías de la comunicación.
La guerra por el 5G y el confinamiento poblacional, dos dinámicas entrelazadas para la producción de un nuevo orden mundial. Así las cosas, el coronavirus, no es un asunto meramente sanitario, un nuevo orden emerge en sus fauces, nos estamos jugando la vida como especie. Creemos que otro mundo es posible, pero esperamos que no sea como vaticino el monje, al redactar la crónica en la época de la peste negra, “Escribo esto por si queda alguien de la raza de Adán para leerlo.»