Aprender a ganar: indicadores para medir si Colombia cambió con Petro y Márquez

5 de julio de 2022

Por: Yeison Arcadio Meneses Copete

Luego de saborear el histórico triunfo de Francia Márquez y Gustavo Petro, debemos concentrarnos en el acompañamiento y seguimiento para que sea una realidad aquella promesa: el cambio. No obstante, antes hay que decir: tenemos que aprender a ganar. No en el sentido de que se “nos suban los humos” a quienes apoyamos la apuesta del Pacto Histórico, sino porque fácilmente nos dejamos entretener por los medios de comunicación hegemónicos después de los resultados de la primera vuelta confundiendo nuestros pasos en la historia y asumiendo una derrota que era la suya, la de los grupos económicos que controlan las instituciones de las y los colombianos. Ante un triunfo contundente en primera vuelta, los medios de comunicación arreciaron sus ataques, desinformación e intentaron apocar el acontecimiento sin precedentes en nuestra historia política. Nos dejamos convencer muy fácilmente de una derrota inexistente y casi que nos entregamos a la tristeza de repetir un “fracaso”. Se entiende, en la medida en que este no es un triunfo de 4 años o de 7 meses de campañas electorales. Este es notablemente un triunfo de acumulados históricos de mineros artesanales, artesanes, tejedores, mujeres, ambientalistas, sindicalistas, maestres, activistas, políticos, trabajadores, rebuscadores, sobrevivientes, madres cabeza de familia, mayores, artistes, sabedores, etc.

Por esta razón, el reto es mayor y es más significativo en la historia tanto para quienes decidimos votar por el cambio como para quienes buscaron otras opciones, cualesquiera sean sus razones. En el fondo, la colombianidad en su conjunto estará feliz si Márquez y Petro logran hacer un gobierno decente, de cara al pueblo colombiano y que logre acuerdos fundamentales que transformen las vidas cotidianas de las mayorías. Esto por una simple razón: tenemos el reto de enseñar las historias de les nadies desde las propias voces en aras de procurar la Relación entre todas las ciudadanías sin silenciar. Esto implica estar a la altura de las deudas históricas y de los retos propios del bienestar generalizado para construir sociedad. Tengo la plena seguridad de que muchos “odios”, “resentimientos” y “oposiciones” contra la alternativa progresista en el poder, inculcados por grupos politiqueros y reproducidos por los medios de comunicación hegemónicos, se diluirán ante las acciones que el nuevo gobierno desde ya inicia a emprender. La apertura al diálogo nacional con diversas fuerzas políticas que confluyan en las grandes reformas es solo la antesala de acciones que ratificarán que la política cambió en el país. No es extraño que algunas personas no comprendan el sentido de las reuniones que han tenido el presidente y la vicepresidenta con fuerzas políticas contrarias. Es que tantos nos han enseñado y acostumbrado a perder, que no sabemos ganar como sociedad. Para algunos es llanamente una evidencia de que “no hay que pelearse por políticos”, que lleva en el fondo un mensaje un poco triste y desesperanzador: “todos son iguales”. Otros piensan que es el cumplimiento del protocolo establecido. Pero, hay personas que esperan con suspenso lo que pueda suceder. Quienes acompañamos este cambio, siento yo, mayoritariamente votamos por esta posibilidad de gobierno a la altura del Acuerdo sobre lo Fundamental. Valga decirlo, esta no es una propuesta bajo la mesa. Gustavo Petro y Francia Márquez siempre sostuvieron en campaña la apuesta de paz integral para Colombia. La única vía quizá es sentarnos en la mesa como hermanes, “como familia extensa” diría Francia Márquez.

En este sentido, serán necesarios indicadores concretos de transformación social. A mi modo de ver, por sus sistemáticos pésimos indicadores en desarrollo humano, el nuevo gobierno debe centrar esfuerzos importantes en departamentos como Choco y La Guajira, los cuales, según informe del DANE (2020-2021), presentan los más altos indicadores de pobreza monetaria y extrema en el país: 64,6% y 35,9% y 66,3% y 39,7% respectivamente. Las cifras crudas son alarmantes, pero si tomamos en consideración los subregistros, la realidad cotidiana de la gente puede ser más impactante. El cambio inicia por Chocó y La Guajira entonces. Por consiguiente, en un gobierno del cambio, los construidos diferentes y periferizados deben tener un trato de ciudadanos, diferenciado indudablemente, en sentido de equidad. Son muchos los acumulados y, con razón, las ciudadanías de la periferia esperan indicadores precisos para el cuatrienio: el relacionamiento con las comunidades etnizadas; las universidades, escuelas y comedores escolares; los hospitales; los acueductos para las 24 horas durante los 7 días de la semana; el número de profesionales diversos que deben acompañar el mejoramiento de la vida; las instituciones gubernamentales que deben reformarse para estar a la altura; los centros culturales para el Vivir sabroso; las bibliotecas; los acuerdos ante movilizaciones sociales, CONPES y agendas regionales; las vías 4G y terciarias; los programas de vivienda digna; las mínimos vitales para madres y abueles que no tienen sueldos ni pensiones; los créditos de la banca estatal que fortalezcan la creación de nuevas empresas y empleos en estos departamentos, entre otros. Estos son Derechos Fundamentales negados que tanto el gobierno central como el regional y los locales deberían estar en permanente búsqueda de su satisfacción. Aprender a ganar también significa comprender estas disfuncionalidades que ha pesado desproporcionadamente sobre la vida de miles durante décadas y/o siglos. Sin embargo, la propuesta de habilitar lotes para la construcción de nuevas universidades y sedes educativas parece haber tomado a decenas de alcaldes y gobernadores muy desprevenidos. La pregunta que debemos hacernos también, ¿Están los gobiernos locales y regionales preparados para acompañar este reto? ¿Cuál será la Colombia que están pensando los alcaldes y gobernadores actuales y futuros?

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