¿Cárceles o calderas del infierno? El sistema penitenciario colombiano
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3 de julio de 2022
Por: Diana Lorena Montaño Riasco
“Eso de mirar a través de un cristal a la persona a la que quieres no se lo deseo a nadie”1 pensaba para sí misma Tish, el personaje re- creado por James Baldwin en su novela El blues de Beale Street, a través del cual Baldwin nos permite recorrer las calderas de una justicia penal estadounidense corrupta, hostil y racista. Esta novela se publicó en 1974, pero han pasado 48 años sin cambio alguno, tal cual la prisión no abandona sus preceptos de inhumanidad, estado de inconstitucionalidad, abandono e indiferencia tanto en los Nortes como en los Sures. El hedor a pudrición del sistema penitenciario resopla en las narices de la justicia penal, al punto de provocar incendios como el que cobró la vida de 51 internos de la cárcel de Tuluá el pasado 28 de junio en la madrugada.
La cárcel de Tuluá no cuenta con planes de contingencia ni de prevención en caso de incendios, pero si posee una estrategia inconstitucional de hacinamiento en celdas con camas improvisadas para sus internos sin ventanas ni salidas de emergencia, “lo que debería avergonzara los qué están a mando de las cárceles” precisaría Tish. ¿Y quiénes están a la cabeza del sistema carcelario en Colombia? El ministro de Justicia y Derecho, directivos de las cárceles, y el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario – INPEC, quienes deben velar por el respeto a la dignidad humana de los sujetos en reclusión y buscar por la resocialización del infractor de la ley penal, según establece los artículos 5 y 10 de ley 65 de 1993. Sin embargo, el sistema penitenciario “viola reiteradamente los derechos fundamentales (..) y no cuenta con un tratamiento penitenciario orientado hacia la resocialización” 2
Esta no es una situación nueva en el país, hace 20 años debido a tutelas de internos de las cárceles La modelo en Bogotá y Bellavista de Medellín, “ se corroboró la existencia de un hacinamiento generalizado en los centros de reclusión; por citar un ejemplo, en la cárcel Bellavista de Medellín cerca de 180 internos se encontraban en áreas cuya capacidad era para 40 personas, es decir, que había un sobrecupo del 350 %, además de otros graves problemas de infraestructura, situaciones que demandaban una inmediata actuación coordinada entre instituciones y servidores públicos” La corte Constitucional emitió la Sentencia T- 153 – 98. Sin embargo, las condiciones se han precarizado han profundidad las últimas dos décadas.
Así, esta lamentable tragedia no es la primera que ha acontecido en el sistema penitenciario colombiano. Recordemos que, en el 2020 se dio un motín en la Modelo dejando 23 muertos justo en medio del primer oleaje de la pandemia por el COVID. Las razones de la protesta condiciones de hacinamiento y precariedad. En el 2016, se denunciaron desmembramientos en esta misma Cárcel acontecidos entre 1999 y 2001: “más de cien personas muertas y desaparecidas en el penal”3 No obstante, no se investigan los hechos ni se establecen responsabilidades por los hechos acaecidos.
El sistema penitenciario colombiano ha costado vidas, profundizado la violencia, la criminalidad y el miedo. Allí se consolidan redes de explotación y extorsión, no hay lugar para rehabilitación del interno, y mucho menos para el respeto de sus derechos humanos. Considero que, la sentencia T- 153 – 98 fue contundente en señalar como “el problema de las cárceles y de las condiciones de vida dentro de ellas no ocupa un lugar destacado dentro de la agenda política”4 y ese es el meollo de esta situación, si el sistema carcelario no hace parte del debate y reflexión política continuará acrecentando la deshumanización del sujeto en reclusión.
A propósito de esta situación el candidato electo a la presidencia, Gustavo Petro, se pronunció en Twitter planteado que, “Lo acontecido en Tuluá, como la masacre en la Modelo obliga a un replanteamiento completo de la política carcelaria de cara a la humanización de la cárcel y la dignificación del preso” así que quizás, estemos iniciando un mandato en el que, los reos van a dejar de ser tratados como escorias sociales: “el sufrimiento, al final siempre acaba, aunque no siempre termina de la mejor manera”5