El secuestro de la humanidad
El secuestro de la humanidad, producida por la proliferación de la malignidad por el mundo entero, evidencia los rumbos de la inacción en la política internacional. No sólo por la pérdida de rumbo de Naciones Unidas, tal como hemos comentado a propósito de su pasada Asamblea; sino por la incapacidad de provocar confluencias que logren disminuir, contener y cesar las acciones de vulneración que padece la gente en buena parte del planeta.
El más reciente evento devastador perpetrado en el genocidio israelí contra el pueblo palestino en Gaza, demarca un nivel de desastre permitido y favorecido por el respaldo que sigue recibiendo una nación envalentonada contra el mundo entero. El ridículo poder de veto unidireccional que tienen países como Estados Unidos, Rusia o China en un escenario que se supone multipolar, es tan descarado que socava, con un solo voto, cualquier noción democrática en las discusiones de ese organismo que debería poder ordenar los asuntos orbitales.
Para colmo de males, que Estados Unidos haya alimentado la voracidad militarista en Israel, pretendiendo contar con un aliado estratégico y controlable en Asia Occidental, gestó una nación en la que ha crecido un partido recalcitrante como el nacionalista Likud, al que pertenece el criminal de guerra Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel. El que Estados Unidos haya sostenido un pacto diabólico con la línea política más conservadora y extremista
En el camino, no parece que el mundo se haya enterado del proyecto sistemático de muerte perpetrado en Gaza, con un ingente bombardeo transmitido en millones de colores en todas las pantallas disponibles, con ataques inmisericordes usando drones, francotiradores y cuerpos transfronterizos de infantería, con incursiones armadas que adelantan una invasión terrestre demencial, con la masiva y planificada destrucción de infraestructura civil, hospitales, escuelas y refugios, con un cerco total a suministros básicos que han convertido el agua, la electricidad, los alimentos y la tierra en armas de guerra.
Todo ello ocurre mientras en Israel y buena parte de Europa se criminaliza la denuncia de la debacle, se silencia la solidaridad con Palestina y se normaliza el silencio frente al exterminio como parte de una irresponsable retórica de seguridad. En este escenario, Israel ha puesto en jaque cualquier idea de humanidad y de sistema planetario justo, desnudando la complicidad estructural de los organismos internacionales y la bancarrota ética del occidente que se proclama democrático, mientras legitima un genocidio en tiempo real.
Contra la injusticia macabra, dado el nivel de una guerra de devastación, se cuestionan las cifras oficiales, indicando más de 680.000 muertes: “»710 es el número de días de horror absoluto que la gente en Gaza ha soportado y 65.000 es el número de palestinos supuestamente muertos, de los cuales más del 75% son mujeres y niños, pero de hecho deberíamos empezar a pensar en 680.000 porque este es el número que algunos académicos y científicos afirman que es la verdadera cifra de muertos en Gaza».
Mientras el mundo permanece pasivo, se extiende la erosión moral por el mundo. En eterna contradicción, crecen los llamados e iniciativas ciudadanas, reclamando mayor solidaridad global, sin que al mismo tiempo se hagan sentir las fuerzas económicas y políticas con poder para generar un bloqueo total a las fuentes de financiación y al abastecimiento militar que sostiene a Israel.
Contra una de estas, la avanzada marítima humanitaria de la Flotilla Global Sumud, el sionismo ha decidido interceptar las barcazas y secuestrar a su tripulación, sin que se conozcan hasta el momento las condiciones en las que se encuentran. El reclamo de movilización urgente empieza a ser contestado por operarios portuarios, transportadores, sindicatos de diferentes sectores productivos y por la gente que masivamente reclama acciones directas de sus gobiernos.
Aunque la imponencia bélica parece imponerse a la impaciencia ciudadana, la intensidad y magnitud del horror, la sistematicidad del exterminio genocida en Gaza, y la inflexibilidad de los políticos sionistas que presiden el gobierno sionista exigen una ruptura inmediata del silencio diplomático y de la neutralidad cómplice de las corporaciones que siguen privilegiando sus negocios antes que la solidaridad con el aseguramiento de la vida humana.
Urge que la ONU y los estados miembros actúen de inmediato, abandonando la perversa intrascendencia de los comunicados tibios. Urgen medidas concretas de protección internacional humanitaria directamente en Gaza y Cisjordania.
Urge la implementación de una fuerza transnacional de paz que impida el genocidio; este y los otros que se sostienen en el mundo. Urge una presión sostenida del mundo económico, centrada en desincentivar la industria bélica de la que se beneficia Israel. Urge deslegitimar los intereses rentistas que se lucran con la ocupación y el reasentamiento.
Urge, decididamente, la movilización de las fuerzas opositoras, incluso dentro de Israel, que, desde la desobediencia civil, la denuncia jurídica y la acción política electoral socaven el gobierno sionista, contribuyendo a romper con el secuestro de la humanidad en un contexto en el que, finalmente, urge reactivar principios éticos mínimos que sostengan la vida en común sobre la faz de la tierra.
