El Sahel: un llamado trasnacional y solidario a la ujamaa
El Sahel aviva la esperanza en la construcción panafricana del común; haciendo que el llamado a la unidad africana sea, al mismo tiempo, un reclamo trasnacional y solidario a la ujamaa.
En la cotidianidad colombiana, alimentados por la imaginería que la presenta como extraña, pobre y salvaje, rara vez importan las noticias sobre África, sus naciones, sus pueblos y sus problemas, por fuera de los círculos académicos y activistas en torno a su historia, sus avatares y su persistencia reexistente.
Sea que su nombre provenga de algún invasor romano, proceda del latín aprica o “soleado”, haya adoptado la designación aphrike del griego “sin frío”, o que remita a una apelación antigua como Alkebulan, según Cheick Anta Diop; ese continente inspira tradiciones políticas, económicas, culturales y religiosas de quienes afincan sus identidades en la descendencia de africanos y africanas que, forzosamente cautivos en América, rehicieron su vida preservando los trazos imaginativos de sus naciones y territorios irremediablemente perdidos.
En el presente, las diferentes regiones de África dibujan complejidades sociopolíticas que la ponen cada vez más al centro de las tensiones mundiales; no por las hambrunas y guerras fratricidas acendradas por el colonialismo europeo, revivificado en el siglo XIX con la expansión extranjera hacia el interior del continente, y el perverso reparto del territorio africano en la Conferencia de Berlín, entre 1884 y 1885.
Más que una “conferencia”, expresión saqueo de África
En el Sahel, al igual que en otras porciones territoriales del continente africano, las fuerzas extranjeras de ocupación y asentamiento instalaron dispositivos de control territorial y usurpación de riquezas con un efecto devastador, desarticulador y desestructurante de las culturas y naciones presentes en el cinturón que se extiende a lo largo del Sahara, circundando la sabana; tal como se recoge en novelas como “Todo se desmorona”, de Chinúa Achebe, “Medio sol amarillo” de Chimamanda Adichie, “Los cuentos de Amadou Koumba” de Birago Diop, “El baobab loco” de Ken Bugul, entre otras.
De este a oeste, el Sahel refleja tensiones medioambientales, inestabilidad política, multiplicidad de actores armados y riegos humanitarios que complejizan la estela maleva instalada por Francia y Gran Bretaña sobre buena parte del territorio en el que cerca de 500 millones de personas se debaten entre desplazamientos, hambrunas, inclemencias climáticas y violencias instaladas por naciones que, por décadas, se han dedicado a exacerbar tensiones sociales mientras controlaban y extraían los cuantiosos recursos naturales que posee.
Enfrentando tal desmadre, en Mali, Niger y Burkina Faso, tres de las naciones del cinturón del Sahel, se han levantado figuras militares que han emprendido una alianza estratégica sobre la que se cierne una fuerte contraofensiva neocolonial, dado el llamado a las demás naciones africanas para consolidar un bloque económico que reoriente las iniciativas comerciales en favor del continente.
Assimi Goïta en Mali, Ibrahim Traoré en Burkina Faso y Abdourahmane Tchiani en Niger, tienen en común su llegada al poder después de asestar, en 2021, 2022 y 2023 sucesivamente, golpes de estado contra presidentes altamente cooperantes con Francia, a la que se ha obligado a retirar tropas, negocios e intervenciones en asuntos elevados a interés nacional; pues, a pesar de las cuantiosas riquezas minerales que poseen, la población en estos países padece precariedad y pobreza insostenible.
Aunque la región se la disputan facciones insurgentes como Boko Haran, JAS, ISIS – Sahel y el ISWAP, cuyo niveles de violencia y abuso generan zozobra permanente naciones vecinas, el Sahel tiene la posibilidad de fortalecer una apuesta política transformadora de los límites y fronteras artificiosamente construidas por el expansionismo imperial europeo. Las naciones del resto del Sahel [Senegal, Gambia, Mauritania, Guinea, Chad, Camerún y Nigeria], al igual que las naciones vecinas del África Occidental el África occidental [Benín, Cabo Verde, Costa de Marfil, Gambia, Ghana, Guinea, Guinea-Bisáu, Liberia, Nigeria, Sierra Leona, Togo y Mauritania], articulan territorio fuertemente animado por los vientos de cambio, confrontando las torpes y muy corruptas políticas emprendidas por gobernantes de países conjuntados en la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (CEDEAO).
De configurarse una región económica estratégica que concentra buena parte de las reservas de combustibles fósiles, oro, aluminio, uranio y otros materiales minerales y preciosos, la geopolítica registraría una repolarización del mundo bastante favorable al futuro del continente. Por ello preocupa que se activen planes homicidas y nuevas intentonas para socavar los gobiernos comprendidos en la Alianza de Estados del Sahel [AES], contando incluso con apoyo y participación de actuales gobernantes en naciones en las que la AFRICOM, el Comando de África de los Estados Unidos, tiene bases militares recursos y tropas desplegadas y en colaboración, especialmente Camerún y Nigeria.
Aunque en lo personal desconfío generalmente del autoritarismo de los gobiernos uniformados y de las inventivas políticas antidemocráticas de figuras unicistas, el amplio respaldo popular expresado a los gobernantes que lideran la AES no sólo representa una oportunidad de mejorar las fortalezas diplomáticas y militares entre las naciones africanas, sino una poderosa convocatoria a escuchar por fin el llamado de independencia política, emancipación económica y unidad estructural emprendido por Sékou Touré, Patrice Lumumba, Julius Nyerere, Kwame Nkrumah y Thomas Sankara; quienes junto a millones de hombres y mujeres como Winnie Mandela, Wangari Maathai, Funmilayo Ransome-Kuti, han convertido el panafricanismo en una bandera propia en todo el mundo.
Contra las presiones neocoloniales y el chantaje económico por el pago de deudas externas eternas, tal como hiciera Francia contra la airosa Haití cuando conquistó su libertad, crece a nivel mundial la solidaridad y el apoyo fraterno para que tenga éxito el llamado a la ujamaa en el Sahel, en toda la extensión de África y, ojalá en la familia extensa compuesta por la descendencia de africanas y africanos en el orbe entero; convocada en la común hermandad de la piel, y nutrida en la persistente intensidad de la ancestría compartida.
