El miserable ocaso de Álvaro Leyva
Es difícil caracterizar al octogenario Álvaro Leyva. Proveniente de una elitista familia de este país, desde su juventud fue un burócrata que transitó por diversos cargos del Estado colombiano. A pesar de su estirpe aristocrática y conservadora, Leyva militó en toda suerte de partidos y movimientos de diversas orillas ideológicas desde donde camaleónicamente termino trabajando en casi todos los gobiernos, desde el de derecha de Misael Pastrana Borrero hasta el progresista de Gustavo Petro.
Durante su carrera política su caballito de batalla fue la negociación pacífica del conflicto armado en Colombia, estuvo cerca de todas las negociaciones fungiendo con sus “buenos oficios” para que los sucesivos diálogos que el establecimiento sostuvo con diversos grupos armados llegaran a buen puerto. Tarde la nación se da cuenta, que el señor no fue más que un mercader de la política que instrumentalizó el anhelo colectivo de pacificar el país para posicionar su ambición de ascenso político y acumulación económica.
El discurso de Leyva fue insistente en plantear una condición innegable para nuestra democracia: que la paz fuera una realidad en todos los territorios de Colombia. En ese trascurrir, el hábil político tuvo cercanía con los movimientos sociales que han construido y le apuestan a la negociación negociada como salida a la guerra en Colombia; de igual manera, a las insurgencias, que en varios momentos lo tuvieron como un intermediario valido para buscar acercamientos con la institucionalidad.
Sin embargo, con el conocimiento de los últimos hechos relacionados con Leyva nos vamos enterando hoy que, más allá de sus pretensiones de pacificar al país, lo que ha estado detrás de este oscuro personaje es un ánimo personalista, burocrático y mercantilista de sus acciones públicas. Es una verdadera afrenta la forma como en las últimas décadas el personaje de marras se valió del clamor nacional de la paz para ascender sin escrúpulos como figura política nacional.
Y es capaz Leyva de llevarse por delante personas honorables o a todo un gobierno entero para materializar sus anhelos de poder. Quedo retratado su verdadera condición al intentar pisotear infundadamente al presidente Petro luego de que durante un par de años el primer mandatario, con franca oposición de algunos progresistas, le confió el manejo de las relaciones exteriores del país.
No me refiero a la gratitud, uno de los más preciados valores humanos tan ausentes en las esferas politiqueras; sino a la coherencia, necesaria para ejercer la política transformadora de las realidades del país. Ni lo uno, ni lo otro es encarnado por Leyva. Pisoteó a un gobierno que lo saco del ostracismo y lo premio inmerecidamente con un cargo que debió haber sido asignado a uno de tantos hombres o mujeres que por años propusieron en los sucesivos gobiernos de derecha otras formas del manejo de las relaciones internacionales del país.
Llego hasta aquí con este funesto personaje. Lo de su intentona golpista lo trataré en la siguiente columna.
