El gobierno de lo impredecible

7 de noviembre de 2024 

Por: Arleison Arcos Rivas

Entre bandazos, en la política contemporánea se ha tornado impredecible la lectura de las mayorías determinantes de los resultados electorales, elevando el nivel ilegible con el que el votante promedio define el rumbo de los resultados electorales. En la más reciente votación, la de Donald Trump, la sorpresa cede terreno a la perplejidad.

Sin transición alguna, la política electoral en varios países deja la creciente sensación de fatiga en el sistema de selección de los representantes y gobernantes mediante el voto popular o ciudadano; al tiempo que los resultados reflejan la ansiedad de las y los votantes en búsqueda afanosa de caminos institucionales que realicen la ficción de la igualdad, que no llega.

De ahí que la política del siglo XXI ya no pueda ser leída bajo el rigor del votante informado y suficientemente crítico para orientar su voto bajo principios y valores soportados sobre la soberanía de la virtud. La influencia de las fake news y los procedimientos neuropolíticos así lo insinúan. De hecho, el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca, luego de haber sido derrotado tras cuatro años de escándalos, siendo sentenciado por la comisión de 34 delitos, habiendo sido cuestionado en un proceso de impeachment, y estando seriamente involucrado en otros juicios penales y casos civiles pendientes, deja bastante que decir respecto de la solvencia afirmativa del elector. 

De manera sorprendente, incluso en la celebrada democracia de Estados Unidos, a la que Alexis de Tocqueville llegó a denominar “una nación de igualdad casi perfecta en fortunas y, más aún, de inteligencias”, la segunda elección de Donald Trump pone en entredicho la calidad decisional en esa nación.  

Como quiera que lo que está en juego en política no es solamente un sistema procedimental por el que se vota quién está autorizado para gobernar, importa dar sentido al contenido de las promesas electorales con las que cada candidatura debería elevarse sobre el ruido de los acontecimientos y la poesía de los discursos, para aspirar a alcanzar la gloria de las conquistas y realizaciones que den rumbo al futuro de una nación.

Tocqueville nos recomendaba el régimen adoptado por Estados Unidos en términos tan halagüeños, aspirando a que pueblos democráticos realizaran la libertad, bajo acuerdos legales en concordancia con las costumbres propias, e insistiendo en que «las naciones de nuestros días no pueden impedir la igualdad de condiciones en su seno; pero de ellas depende que la igualdad les lleve a la servidumbre o a la libertad, a la civilización o a la barbarie». Hoy, las dinámicas de la política real parecieran contradecir tal distinción, golpeada y degradada por la creciente desigualdad económica.

Tal como el comentado Tocqueville reconoce, “si no se logran introducir poco a poco y fundar al fin entre nosotros instituciones democráticas, y se renuncia a proporcionar a todos los ciudadanos ideas y sentimientos que primeramente les preparen para la libertad y en seguida les permitan su uso, no habrá independencia para nadie, ni para el burgués, ni para el noble, ni para el pobre, ni para el rico, sino una tiranía igual para todos; y yo preveo que si no se logra con el tiempo fundar entre nosotros el imperio pacífico del mayor número, llegaremos tarde o temprano al poder ilimitado de uno solo.”

Tal vez ese sea el mayor peligro que representa Donald Trump: el ascenso del absolutismo bajo las vestiduras de una democracia en la que las mayorías son, cada vez más, tiránicas; vapuleadas por el deseo de bienestar, la ansiedad frente a la precariedad del ingreso, el crecimiento de la sensación de pérdida de derechos y garantías.  

La tiranía de las mayorías no obedece ya a dilemas ideológicos, aunque en Estados Unidos tampoco remite a la mayor acumulación de votos, por las singulares características del colegio electoral. En realidad, se impone el realismo puro y duro tras la caída de la clase media estadounidense, que ha elevado el número de los «working poors» quienes, más allá de cualquier convicción ideológica, cobran en las urnas el «fracaso» de las políticas económicas; así el mismo no sea tan marcado como se dijo en la campaña victoriosa. Sin embargo, es marcado el peso que tuvo en esta elección el crecimiento de la inflación, la caída del ahorro, el incremento de la vivienda alquilada, la necesidad de dos o tres trabajos para sobrevivir, afecta no sólo la salud mental de las y los trabajadores, sino que eleva la inapetencia de futuro que presiona a quienes padecen la falta de vivienda, la escases de alimenticios básicos y la proliferación de prácticas de consumo de estupefacientes.

Curiosamente, el votante promedio no percibe esta situación en el marco de políticas inflacionarias que provienen del primer gobierno Trump y tuvieron que ser rediseñadas, por sus efectos devastadores, en la administración Biden. Por eso, aunque no fue mayoritario, sorprende el alto número de electores jóvenes, latinos, afrodescendientes y con poca educación que votaron por Trump para su segundo mandato; dejando claro que el resultado de las elecciones cada vez más constituye una puja por el control del desencanto popular, al que no le importan los colores de la política partidista.

Más allá del desenlace de la contienda por los problemas internos, la dinámica internacional de Estados Unidos parece haber tenido incidencia en los mensajes que llevaron a las urnas al votante promedio, frecuentemente desinformado de la misma:  los impactos medioambientales y el sostenido negativismo del cambio climático, el nutrido apoyo bélico a Ucrania, la estrecha relación con la OTAN, el desasosiego por el crecimiento económico de China, el reclamo de deportaciones masivas trasladando la frustración económica hacia los migrantes, la lucha del pueblo palestino y el apoyo que Israel recibe del gobierno estadounidense.

El que Trump haya ganado a dos mujeres con las que se enfrentó en diferentes campañas no sólo hace suponer que el votante promedio se reúsa a romper techos de cristal relevantes para la política de los géneros, sino que considera que incluso el más inestable, voluntarista y abiertamente misógino de los gobernantes que ha tenido resulta mejor que ellas al frente de los asuntos estatales.

Queda por verse cuál será la política de Trump hacia América del Sur, y si esta toma un caris despótico. La incognita podría desplegarse con resultados desoladores, promoviendo mayor intervencionismo en políticas específicas como la del manejo de drogas, bloqueando las iniciativas de cambio climático y pago por biodiversidad, elevando el poder de veto en organismos multilaterales, reduciendo ayudas para la cooperación, exacerbando los impactos de la política migratoria al acelerar la deportación y desacelerar las remesas con mayores impuestos, recrudeciendo de la doctrina de seguridad; entre otros asuntos de importancia significativa.

Ya veremos si en un segundo gobierno de Trump, electo por el mayor número, se concreta o no el poder ilimitado de solo uno.

gobierno de la incertidumbre

Sobre el autor

Arleison Arcos Rivas. Activista en la afrodescendencia. Defensor de la vida, el territorio y la educación pública. Directivo, Docente e Investigador social. Licenciado en Filosofía. Especialista en Políticas Públicas. Magister en Ciencia Política. Magister en Dirección y Gestión Pública Local. Doctor en Educación. Cdto. al doctorado en Ciencias Humanas y Sociales. Es conferencista, autor y coautor de varios libros y artículos en torno a los estudios de la afrodescendencia. Integrante de la Asociación Colombiana de Investigadoras e Investigadores Afrodescendientes - ACIAFRO. Integrante del Colectivo de Rectoras y Rectores Afrocolombianos de Cali - CORRA. Rector de la IE Santa Fe – Cali.
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