Desorganización de Fracciones Desunidas
Uno de los engaños más extendidos en la tradición geopolítica es la existencia de una pretendida comunidad internacional, capaz de estructurar un mundo que actúa unido. Los compromisos incumplidos, contra su nombre formal, parecieran haber gestado la desorganización de fracciones desunidas.
Naciones Unidas, una organización gestada en 1945 con el propósito de prevenir conflictos y facilitar soluciones pacíficas, emprender acciones misionales para el sostenimiento de la paz en zonas de conflicto y promover la no proliferación de armas, ha evidenciado su fracaso total en este cometido.
Aunque ha sido más creativa para fomentar el respeto a los derechos humanos, tras ochenta años de cumbres, discursos, tratados, declaraciones y protocolos, la dignidad humana sigue siendo sometida a las distinciones de género, raza, sexo, nacionalidad y religión, doliéndonos por la acumulación de deudas históricas no reparadas, que reflejan el acrecentamiento de las vulneraciones y violaciones a los más elementales derechos humanos.
Respecto de sus propósitos de cooperación internacional en procura de resolver problemas comunes, enfrentar las crisis humanitarias globales, e impulsar de manera sostenible el desarrollo a escala humana, los indicadores no solo son pálidos sino igualmente lastimeros; evidenciando la incapacidad de los gobiernos para contener la voracidad corporativa y deponer el interés de lucro que se impone a la construcción de un mundo que ponga en común los bienes y las riquezas producidas. El hambre, por sólo mencionar el más doloroso de nuestros problemas, está bastante lejos de desaparecer de la faz de la tierra.
Dicho de otro modo, la construcción de un mundo en el que la paz, los derechos humanos y la solidaridad se conviertan en medida de la justicia planetaria dista bastante de poder ser articulado, tanto por la armonización de los órganos principales, como en las agencias, programas especializados y grupos de trabajo con los que se atienden los diferentes conflictos que pretende tramitar y transformar este organismo multilateral.
Ante fenómenos de devastación como el que representa el holocausto palestino perpetrado por gobierno sionista de Israel en Gaza, complejas guerras de impacto xenófobo y consecuencias humanitarias catastróficas en Sudán, Etiopía, el Congo y Somalia, frente al conflicto prolongado entre Rusia y Ucrania, amén de los demás escenarios bélicos que no han podido ser desinstalados, resultan patéticas las condenas protocolarias y sanciones inconsecuentes que, en varios casos, agravan las sensibles condiciones de la gente afectada con tales conflagraciones.
El balance, luego de la que debería ser la emblemática Asamblea número 80 de la Organización de Naciones Unidas, es patético, reflejando el estropicio del carácter preventivo y protector en este organismo. Ante la constatación de que la actual es una “era de perturbaciones sin responsabilidad y de sufrimiento humano sin precedentes”, como afirma su secretario general, António Guterres, el moldeamiento solidario del mundo tan sólo llama a la mofa y la elaboración de nuevos memes en los que se resalta, evidenciando la pasividad del mundo ante los dilemas humanos cada vez más acuciantes.
Contra la precariedad actuacional de los organismos multilaterales, las tímidas iniciativas de la constelación asociativa en colectivos, grupos y plataformas sociales que articulan la red transnacional de organización, lucha, resistencia y movilización de los pueblos resulta clave y determinante; no sólo para no caer en prácticas derrotistas que acrecienten los tiempos de espera y la inacción en el tiempo presente, sino para disputar y proponer nuevos sentidos del multilateralismo, tras la insurgencia militante en torno a los futuros posibles.
Si bien las diferentes experiencias ciudadanas y organizativas glocales y comuninternacionales corren el riesgo de instalar un paralelismo formal y fronterizo con los organismos multilaterales que se desprenden del ecosistema de gobernanza al interior de Naciones Unidas; provocar la ruptura con la esterilidad diplomática y la tardía reactividad de los mecanismos de esa entidad no sólo es urgente sino impostergable.
En lo avanzado del siglo XXI, la salud del mundo que se anuncia evidencia un estado crítico, que tiende a agravarse, sin pronósticos de mejora. De ahí que el reclamo de un contrato planetario capaz de despertar la compasión y estimular la corresponsabilidad en la directa intervención de conflictos abiertamente deshumanizadores que han configurado la atmósfera de inviabilidad del mundo que padecemos hoy.
Los tránsitos necesarios hacia un sistema planetario justo, reparador y restaurativo exige superar la ingente cantidad de discursos característica de cada cumbre, tanto como lo insulsos que resultan los entendimientos convertidos en declaraciones y tratados de las fracciones desunidas, aspirando a detener la hecatombe mundial, encausar la solidaridad y la acción conjunta de las naciones, para desinstalar la indignidad imperante.
Seguir asistiendo a genocidios transmitidos en vivo y en directo, no sólo implica un fracaso de las fracciones desunidas que multiplican sus citaciones en la ONU, sino que demanda una mayor e incidente implicación de la gente en los problemas que verdaderamente importan, restaurando la utopía y el reclamo por la construcción del común; desplegando acciones directas en el mundo real y concreto, que todavía existe más allá de las redes sociales, con urgencia.
