El tabú del placer y sus profundidades
8 de junio de 2024
Por: Diana Lorena Montaño Riasco[1]
Hace tantos siglos que se laceró mi sentimiento por el placer,
Se me perseguía,
se me golpeaba,
se me azotaba.
Hasta se me violentaba sexualmente para que me asqueara.
Fue hace tantos siglos que se lacero mi sentimiento por el placer,
Condenándome cada vez que disfrutaba,
Persiguiéndoseme cuando amaba.
Fue hace tantos siglos,
hasta que mi ascendencia naturalizó esa manera de sentir el placer:
Un placer que no se puede manifestar con la palabra,
Ni con el cuerpo, ni con el movimiento.
Simplemente, se contiene,
Se niega,
Se manifiesta desinterés.
Se naturalizo la idea de un placer que duele,
que encadena nuestras manos para evitar el contacto con el otro.
Se nos enseñó a callar,
Normalizando esta manera de ser en el mundo,
Y con ello, se condenaron a muchas generaciones a negarse a disfrutar el placer,
se les condenó con la carga de sentirse pecaminosas al avizorar en su ser el deseo,
A esa carga de sentirse pecaminosas por tener una libido sexual mayor,
A sentirse sucias, no dignas de “Dios”, del cielo
Solo por sentir placer.
Con esas cargas azarosas se amasó la moginidad,
Aquella apariencia de lo que no se es,
Asumiendo lo que no se quiere.
Un escudo de protección de las gentes femeninas que quieren disfrutar el placer,
Pero deben disfrazar sus deseos, acallarlos.
Para evitar ser rotuladas como pecadoras ante quienes castran su feminidad.
En este silencio inconsciente se esconde un pacto de cuidado hacia sí misma y hacia su clan.
Ella a la que se le enseñó a callar, ocultar, no mostrar sus deseos
es solo el producto de un silenciamiento histórico de sus ancestras,
es el resultado de un silenciamiento sistemático del ser de sus ancestras.
(…)
Siento en mi cuerpo…
La imposibilidad de manifestar lo que siento.
Siento cada una de mis células asustadas
y con miedo a expresar lo que sienten.
Una condena profundamente inconsciente impide que las muñecas de mis manos se muevan
Se sienten como si fueran atravesadas por cientos de alambres de púas y amarradas.
Condenaron mi cuerpo a callar,
A no disfrutar
A ser un objeto más…
Pero en mí, también reside el espíritu indomable de los silencios que acallaron mis ancestras.
En mí, también residen el deseo por el placer,
El derecho de gozar
La posibilidad de existir en alegría placentera.
Esas voces residen en lo mas profundo de mi inconsciente,
Donde se hacen tumulto para gritar a través de mi cuerpo.
Se hacen tumultos, Se hacen masas.
Las entiendo como enfermedad, pero son gritos.
Son gritos in-pausables de las voces de mis ancestras
De las voces de mi yo en otros tiempos
¡Gritan!
Gritan para avocarme a permitirme disfrutar el placer.
El placer de cada aspecto de mi vida:
de mi cuerpo,
del aire,
de lo que como,
de lo que expreso,
de lo que respiro,
de lo que camino,
Me dicen disfruta este placer…
¡Ya no vendrán a acallarte!
¡Ya no podrán controlarte!
Porque el tiempo que estás viviendo
Es un tiempo de emanciparte.
[1] Composición canalizada luego de una meditación ancestral divina el 23 de mayo del 2024.