¿Y la iglesia católica de qué va?

By Last Updated: 19/11/2024

25 de febrero de 2023

Por: Diana Lorena Montaño Riasco

¿Sabían ustedes que ya paso el miércoles de Ceniza? Un día instaurado por la religión católica para arrepentirse de los pecados. Sin embargo, esta iglesia aún no se arrepiente de su papel durante 400 años en la esclavización y el tráfico de más de 15 millones de personas del continente africano. No obstante, pide a sus feligreses anualmente excomulgar sus faltas. ¿Por qué la iglesia católica se mantiene en silencio sobre su participación en la deshumanización de las personas víctimas de la esclavitud? ¿Qué implicaciones tendría su reconocimiento en este genocidio?

El pasado 3 de enero, La presidenta del Foro Permanente de Afrodescendientes de las Naciones Unidas, Epsy Campbell, dirigió una carta al papa Francisco solicitándole que, “la Iglesia católica pida perdón por la complicidad, así como el estímulo directo e indirecto a las atrocidades sufridas por millones de personas, víctimas de la trata trasatlántica de personas africanas y su consecuente esclavización por más de tres siglos. Así como también, la Iglesia lo ha reconocido en reiteradas ocasiones con los pueblos indígenas y originarios[1]«. A la fecha, la misiva no ha tenido respuesta alguna[2].

Recordemos que, la iglesia fue artífice de la cristianización a través de la cual prohibía a pueblos el ejercicio de su identidad, el practicar su lengua, sus costumbres, usar sus prendas tradicionales, realizar sus bailes espirituales y amputaba su memoria colectiva. A su vez, que perseguía a quienes se resistían a practicar su dogma a través de la inquisición. Todo esto fue reconocido y orquestado con los poderes coloniales de la época, dado que la iglesia católica constituía un poder fundamental para la colonización, en tanto colocaba grilletes al alma de las victimas de la esclavitud a través de la violencia física y espiritual. En tanto, el alma simbolizaba para estos pueblos la esencia y la fuerza vital.

Detrás del silencio de la iglesia, se encuentra escondido la primicia de que “cada tierra tiene su propio cielo” [3] Es decir, que cada pueblo víctima de la esclavización ha tenido creencias espirituales a través de las cuales comprenden la existencia misma, conectando su mundo con el de los muertos y con el de los espíritus superiores. No obstante, reconocer esto implica más que “pedir perdón” implica una reparación espiritual.  

¿Esta lista la iglesia católica para encarar una reparación espiritual?  De ser afirmativa la respuesta, ya no sería Roma el centro espiritual, sino que se ensalzarían otros lugares como Cuba, Haití, Brasil, y sin temor a equivocarme todos los 54 países del continente africano. Ya no habría más campañas de evangelización a través de misiones cristianas en países que fueron antiguos lugares coloniales, dado que se prohibiría todo intento de aniquilamiento de la memoria colectiva y espiritual de los pueblos. Además, se tendría que disponer de las arcas de dinero que lucraron a la iglesia católica en su participación durante la trata trasatlántica para a la creación de un fondo para la reparación ¿Está la Iglesia Católica preparada para caer en su Dominio de la fe y del capital económico?

No olvidemos que, “una deuda puede ponerse mohosa, pero no caduca”[4]  y qué, aunque no están los cuerpos físicos de las personas que sometieron a cientos de vejámenes, estamos sus descendientes con la memoria anclada en nuestro ADN, llena de sus recuerdos, voces y experiencias. Por ello, estamos regresando a nuestras prácticas espirituales sin miedo y convencidxs del poder ancestral que en ellas residen.

Aunque con la cruz insistieron en cerrar y ocultar nuestra luz y conexión con lo invisible, olvidaron que en nuestros cuerpos estuvo oculta siempre la llave. ¿y adivinen qué? Abrimos la puerta.

[1] Solicitan a la Iglesia católica pedir perdón por la esclavitud de afrodescendientes

[2] Solo las iglesias holandesas han aceptado su culpa, esto lo hicieron en el 2013

[3]Chinua Achebe. La flecha de Dios, p. 609

[4] Chinua Achebe. Me alegraría de otra muerte, p. 307