21 de marzo de 2022
Por: Yeison Arcadio Meneses Copete[i]
Hay un epifenómeno en el pueblo afro que ha venido llamando mi atención: el exceso de pasado, esto es la tendencia a revivir discursivamente en la cotidianidad académica, cultural y social la memoria histórica, generalmente gloriosa o libertaria, de pueblos africanos y de las diásporas con poca relación y compromiso con el presente de estos mismos pueblos. De otro modo, las filosofías, revoluciones y gestas libertarias de países africanos o amefricanos son evocadas con gran fuerza, pero desde una distancia con su situación actual. Además, estas son descritas como pilares de las presencia-historia de los afroamericanos o de los sujetos afrodiaspóricos, hombres, mujeres y no binarios, pero paradójicamente se hace una escisión frente al presente. Al presentismo y al futurismo se une un nuevo aliado: el exceso de pasado. El conocimiento del pasado no nos permite reaccionar. Hay una especie de momificación o museificación de la historia. Para precisar esta idea quiero remitirme a la experiencia de miles de haitianos y africanos (familias, niños, niñas, jóvenes, adultos) en la frontera entre Colombia y Panamá, la región del Darién y el Golfo de Urabá. Así mismo, retomaré algunos elementos sobre lo que sucede sobre el mediterráneo entre el África septentrional y el sur de Europa.
¿Cuántos recitales de esta memoria haremos sin actuar vivamente frente al presente de estos pueblos?
En las últimas décadas, cada vez con mayor frecuencia, hemos leído en las redes sociales y medios de comunicación sobre los naufragios de pateras, lanchas y barcos por el mar Mediterráneo, el océano Atlántico y, para el caso colombiano, por el golfo de Urabá. También, hemos venido escuchando y leyendo recientemente los informes de los des/ombligados y des/ombligadas que cruzan por la selva inhóspita del Tapón del Darién. Estos escenarios marítimos y selváticos se han convertido en cementerios. Miles de personas han huido de la necropolítica y el ecogenoetnocidio en Haití y en diversos países africanos, buscando un lugar para continuar con sus vidas. Estos países han sido convertidos espacios del terror por la degradación humana y civilizacionista evidenciada en las concepciones del desarrollo o el progreso, la explotación del humano, la explotación salvaje de los recursos biodiversos, la exacerbación de las guerras, el empobrecimiento, la miseria, la corrupción en la política, la ingobernabilidad, la imposición y multiplicación de la militarización, el cambio climático, entre otros. De ahí que algunos planteen que “la gente va tras sus riquezas”. Es decir, la persona des/ombligada persigue las riquezas que “potencias” explotan en sus suelos e invierten en Europa y Estados Unidos.
Sin embargo, por un lado, esa búsqueda les ha convertido en personas y familias itinerantes que se transforman como bola de nieve de mar en mar, de selva en selva, de país en país, de ciudad en ciudad, de peligro en peligro. De otro lado, vivir como destino el des/ombligamiento recrea un escenario más propenso a la muerte, las violaciones, las humillaciones, los abusos, las explotaciones, el maltrato, los reclutamientos, los engaños, entre otros. La movilidad, la reinvención familiar, la rearticulación cultural, la creación de nuevas prácticas culturales, el florecimiento y recreación de valores, etc., se realizan de forma acelerada, al ritmo de la deshumanización moderna y colonialista. Vale la pena decir que la guerra que vive Ucrania y Rusia actualmente da cuenta de la profundidad de esa herida del des/ombligamiento, una “la desdicha genealógica” que acompaña a los hijos e hijas de las Africanías (Victorien Lavou).
Es inevitable no pensar en la reactivación (¿algún día se acabaron?) de algunas rutas esclavistas no solo desde una perspectiva geográfica y ma/r/ter/ritorial, sino también desde una óptica económica. El des/ombligamiento es también un nuevo mercado que genera miles de millones de dólares, ¿Para quienes? ¿Qué implicaciones tiene el des/ombligamiento en el mercado laboral estadounidense y europeo? Estas son algunas de las preguntas que debemos seguir haciéndonos.
En este orden de ideas, como en tiempos de la esclavización africana perpetuadas por los imperialistas europeos, estos des/ombligamientos movilizan miles de millones, pues cada trayecto tiene unos costos que en las diferentes selvas y mares se paga en dólares a mafias y grupos armados. Así, estas familias y personas pasan años de trabajo y de vida ahorrando el dinero que les permitirá conquistar “el Dorado estadounidense o el Dorado europeo”. Más allá de asumir el derecho a la movilidad como derecho humano, uno podría preguntarse por las posibilidades que generarían este caudal de dinero in situ. Es decir, en lugar de movilizarse por espacios de terror, estas personas y familias podrían articularse en asociaciones o cooperativas o empresas agropecuarias, textiles, comerciales, entre otras, para facilitar opciones de trabajo y vida digna en sus propios países. Igualmente, esto abre un panorama en la discusión, puesto que no es la mayoría de los ciudadanos, ciudadanas y les ciudadanes de estos países quienes poseen los recursos necesarios para emprender esta odisea. Lo que deja sin piso los discursos racistas, xenófobos y antinmigración. Pero esto es tema de otro debate. No obstante, ¿Cuál será el grado de deshumanización que las personas encuentran una mejor opción en el des/ombligamiento circular, incluso la muerte?
Volviendo a la inquietud central de este escrito, el exceso de pasado nos ha llevado a establecer una relación museológica con Haití y con las Áfricas. Por un lado, con gran frecuencia y orgullo hemos ido poco a poco recuperando la historia gloriosa de la primera y única nación afro libre de las Américas. Indudablemente, estos hitos históricos y ontológicos han inscrito la amefricanidad en otro lugar en la Historia. Empero esta relación se queda en este escenario mayoritariamente, el de la narración de un pasado distante. Hay un desprendimiento histórico y civilizacional.
De otro lado, los fenómenos que venimos narrando son apropiados con una mayor distancia y, en muchos casos, en completo silenciamiento. Entonces, mientras evocamos en eventos las memorias del “pasado” desde la historia, la literatura, la musicología, la dancística, las artes escénicas, la antropología, entre otras, paradójicamente edificamos un silencio frente a las poblaciones y las realidades que viven en el continente africano, por el mar Mediterráneo, por el Atlántico o el drama por el Caribe, el Atlántico, el golfo de Urabá, su peregrinación por SurAmérica y concretamente por el tapón del Darién. En Colombia tenemos miles de organizaciones y consejos comunitarios. También se han articulado diversos colectivos académicos, ¿Qué lugar hemos brindado a este escenario ecogenoetnocida en nuestros trabajos, discusiones y movilizaciones? ¿Esperamos que sean las élites colombianas quienes asuman este debate y combate, cuando están implicados en el reciente asesinato del presidente de Haití, por ejemplo? ¿Hasta cuándo seguiremos haciendo como el avestruz frente al drama que viven haitianos y africanos en nuestras fronteras?
* La imagen corresponde a migrantes de Haití cruzando el Darién. Tomada de: https://www.nytimes.com/es/2021/10/02/espanol/migrantes-haitianos-darien.html
[i] Miembro de la Asociación Colombiana de Investigadoras-es AfroS, ACIAFRO
Doctor en Estudios Ibéricos y Latinoamericanos, Universidad de Perpignan.
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Su sentido de humanidad está plasmado en este texto tan verás y desgarrador, donde presente una de las muchas tragedias de Los Desposeídos de la Tierra, como lo nombraría Franz Fannon.
Muchas gracias Dr Arcadio por compartirlo.
Que el Espíritu Santo lo ilumine y Elegguá abra sus caminos.