20 de julio de 2023
Por: Arleison Arcos Rivas
Estamos en deuda de edificar una historia étnica de la política colombiana, como quiera que ningún otro tema como el de la distinción racial, la adscripción identitaria y la configuración étnica territorial han permeado la construcción de Colombia y su confección como una nación fragmentada, faccionalista y disidente que juega a ser una república unitaria.
Desde el primer artículo de su última constitución, modificada desde 1991, Colombia es imaginada como “un Estado social de derecho, organizado en forma de República unitaria, descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales, democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general”.
Anteponiendo los matices necesarios, en la historia de este país hemos padecido aprietos para encumbrar la ley como principio rector de las instituciones pues, ni la república ha sido en realidad la horma de la política, ni hemos articulado una sociedad pluralista, participativa y democrática. Menos aún, la dignidad humana ha sido nuestro sustento existencial para respetar la vida, garantizar trabajo y fomentar la solidaridad fundada en la prevalencia del interés general.
Los orígenes del despiporre
De hecho, cuando se instaura la república de los criollos, las gentes que regaron con sangre el territorio nacional desaparecen del relato heroico con el que se levantan pedestales para Bolívar, Santander, Nuñez, Nariño; mientras sepultan la figura infaltable de José Padilla, uno de los altos militares afrodescendientes asesinados por orden del Libertador temeroso de la pardocracia; cuya gesta debe ensalzarse justo ahora que la Armada celebra 200 años de existencia.
Como vergonzoso ejemplo, entre 1819 y 1821, la ignominiosa esclavitud fue defendida, preservada y cohonestada en el mismo recinto en el que se proclamaron los principios libertarios consagrados en las constituciones de Angostura y Cúcuta, evidenciando el descaro con el que se instalaron y legitimaron las categorías raciales que alimentaban la legislación sobre castas en la sociedad colonial que, por esta vía, logró perpetuarse, dibujando el mapa de las contradicciones culturales y las opacidades territoriales sobre el que se extendió la imaginación blanqueada y andinocéntrica de la nacionalidad colombiana.
Insumos para continuar la tarea
Visibilizar estas realidades requiere adelantar tareas investigativas cada vez más conscientes del lugar de los sujetos dejados al margen al imprimir la imagoloquía criolla del país, en correspondencia con la formulación ideológica del imperialismo racial europeo. Si algún historiador optimista ha podido afirmar que esta es una nación a pesar de sí misma, resulta más consistente reconocer que hemos sido un fracaso como nación, crecida entre olvidos y fricciones sobre las que se levantaron fronteras, defendidas a sangre y fuego, antes que comunidades en búsqueda de su propia identidad, tal como estudia Alfonso Múnera en sus conocidos libros.
En el registro bibliográfico, encontramos el extenso y nutrido trabajo de escritora y editora adelantado por Claudia Mosquera Rosero, quien emprendió la titánica tarea de situar los debates sobre ciudadanías y políticas raciales, enfatizando en las memorias de la esclavitud y el complejo relacional marcado por exclusiones, invisibilizaciones, ocultamientos y desconsideraciones de las trayectorias sociales e identitarias del pueblo afrodescendiente en la historia política y cultural del país.
Esta perspectiva diferenciadora en la que los otros importan y cobran significación real, resulta necesaria para avanzar hacia la reparación histórica afrodescendiente, enfrentando las preguntas que corresponde hacer a la ciencia social y humana que pretende contribuir a generar transformaciones que revisiten el pasado violento, destructivo y deshumanizador que sigue cobrando vidas y destruyendo territorios en el presente de la nación.
Betty Ruth Lozano nos reclama, precisamente, identificar las claves del orden racial que también persiste en la teoría política, para desinstalar sus tradicionales formas discursivas dirigidas a los discursos y caracterizaciones de las “identidades colectivas negras”.
De tal calado es esta indagación respecto de los influjos de la esclavización en la vida social y política republicana, que en el país se gesta una gobernanza racial perdurable en el tiempo, sostenida sobre modalidades de dominación que extendieron el cautiverio esclavizado sobre niñas, niños y adolescentes gestados en pleno despliegue republicano, tal como estudia Yesenia Barragán.
Las gentes populares no fueron simples espectadores pasivos durante la gestación de las independencias y la armazón de la nación; menos aún el conjunto de mujeres que demandaron su libertad, así como los hombres y familias que decidieron vivir en libertad y evadirse de toda forma de cautividad, o quienes regaron todo el territorio con sangre de héroes. Hubo quienes reclamaron la garantía de sus precarios derechos querellando en los estrados y tribunales, igual que se lanzaron a la conformación de asentamientos autónomos con los que retaban las dinámicas de esclavización, racialización y exclusión colonial, con las que se alimentó la visión criolla de la república.
Un nutrido conjunto de obras entre las que destacan la editada por Aurora Vergara Figueroa, el trabajo incisivo de Sergio Mosquera y la reciente publicación de la Biblioteca Afrocolombiana de las Ciencias Sociales, sirven a este propósito de perseguir la actuación de las y los afrodescendientes en defensa de su libertad, estableciendo trayectorias de diferenciación étnica que desesclavicen su presencia en la historia del país y apuntalen las prácticas, narrativas, saberes y epistemologías que dan cuenta de la existencia y reexistencia étnica, en cinco siglos de perseverar como hijas e hijos de la descendencia africana en Colombia.
Narrar a los sujetos y protagonistas
En ese camino, resulta necesario considerar las maneras como ha podido apropiarse el mundo letrado en la consolidación de acciones, actores y procesos que den cuenta del contenido de la afrodescendencia y su significación para el andamiaje de la nación. Teresa Varela, Cesar Rivas Lara, José E. Mosquera, Pietro Pisano y Francisco Javier Flórez, entre otros y otras, aportan trabajos que incluyen la presentación de sujetos letrados que constituyen la vanguardia intelectual y política de la nación, las voces que han elevado el volumen al liderazgo político afrodescendiente, y el enfrentamiento de los mitos y realidades edificados sobre el culto a la personalidad de algunos de los protagonistas y símbolos de la lucha organizativa del pueblo afrocolombiano.
Para el tiempo presente, la presentación de las “narrativas de mujeres negras”, como hace Natalia Santiesteban, entre otras Intel nos ponen frente al espejo del racismo y la devolución de la valentía en las voces de quienes inscriben su biografía y subjetividad en el diario enfrentamiento a la estereotipia, al prejuicio y al racismo institucionalizado, cuyo peso social debe ser contrarrestado con políticas que pretendan transformar la matriz discriminatoria y homogeneizadora de la sociedad colombiana.
Queda expuesta la necesidad de consolidar el proceso de recopilación de voces y personajes que permitan encarnar la figuración afrodescendiente con la que se pueda afinar el análisis de las políticas raciales de significativo relevamiento a la hora de articular una historia étnica en la política colombiana. Reconociendo mi propia ignorancia, descuido y desconocimiento de muchas otras obras de investigadoras e investigadores vigentes, en ese camino destaco de manera especial la invitación de Jorge García y Santiago Arboleda Quiñonez para producir suficiencias íntimas, que afinquen los saberes propios e indóciles y la lucha intelectual producida por fuera de la casa del amo y complejicen la memoria de la diáspora intelectual y del andamiaje conceptual hilvanado a mano alzada, como propone José Caicedo.
Es perentorio proseguir el trabajo de sabias y sabios inspiradores que recorrieron los territorios, como Rogerio Velásquez, Amir Smith Córdoba, o Delia y Manuel Zapata Olivella. De igual manera, anima el notorio crecimiento de trabajos y obras de nuevas y nuevos investigadores, críticos y agentes culturales con los cuales hay que provocar una mayor difusión, diálogo y espacios de encuentro.
Para la articulación de las rutas del poderazgo, discursos, narrativas, categorizaciones y problematizaciones de lo que hemos sido, somos y nos empeñamos en seguir siendo como descendientes de africanas y africanos en Colombia, no sólo resulta urgente, sino vital.
Con justicia, el pueblo afrodescendiente requiere que sabedores, intelectuales e investigadores, hombres y mujeres, aporten rigor disciplinar, tratamiento técnico, hondura categorial, densidad intelectual y consistencia propositiva al levantamiento de una historia étnica de la política; impostergable tarea en la empresa de volver a narrar la nación colombiana y la comprensión de la humanidad.
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