Una nación capaz de dialogar
25 de abril de 2024
Por: Arleison Arcos Rivas
Las manifestaciones populares en la calle, sean de izquierda como habitualmente, o inusitadamente de derecha como ahora que gobierna un movimiento alternativo, son una invitación a leer distinto el futuro del país; no a reafirmar su pasado, buscando ser una nación capaz de dialogar. Sin embargo, la altisonancia de las voces más recalcitrantes y el proceder obstinado de quienes apuestan a ver que todo arda antes que favorecer los cambios postergados por largo tiempo, asustan.
Asegurar la coexistencia pacífica
En un país sembrado de odiadores, rencorosas, maledicentes, calumniadoras y violentos, dialogar parece una acción inconcebible, en la medida en que no hemos podido asegurar la coexistencia pacífica que, como analiza la politóloga Laura Baca Olamendi “implica compatibilizar distintos intereses que se manifiestan en las sociedades pluralistas, evitando las tentaciones del autoritarismo que consideran como única interacción posible con el adversario aquella que busca eliminarlo”.
Aunque el contenido sustantivo de la democracia implica deponer la hostilidad, en defensa de lo común, a diario confirmamos la persistente negativa a poner en práctica “una concepción ética de la coexistencia”, al tiempo que debería desplegarse, para asegurarla, un método o «procedimiento para la tramitación pacífica de las controversias«.
Pareciera que no hemos arribado a ese feliz encuentro, y por ello resulta sorprendente que incluso la prosecución de la paz total genere asperezas y levante polvo, en una sociedad que debería estar ya cansada de tantas manifestaciones y estragos devastadores producidos por décadas de conflicto armado y siglos de tensiones políticas estériles, que no sólo ponen en riesgo la coexistencia armoniosa sino que agigantan los galopes de la muerte en el diario acontecer en campos y ciudades.
Sin idealismos fatuos, resulta necesario, como enseñó Touraine, aprender a vivir juntos, tan iguales como diferentes que somos; anulando todo llamado a la disociación desarticuladora y enfrentando el contradictorio poder, cada vez más difuso y manifiesto, de las corporaciones, los gremios, los financieros y sus agentes, estrategas y aparatos promotores del unanimismo primordialista y la artificiosa homogeneidad de las sociedades.
Educar al sujeto democrático
La educación del sujeto democrático ha fallado irreparablemente. Extasiados por la participación, nos sorprenden ahora las tácticas de sonsacamiento, obnubilación y penetración en la conciencia de la ciudadanía, que han terminado por moldear la opinión y mover la voluntad hacia las posturas más extremas y belicosas, como confirma la vivacidad de las pasiones en los incontrolables mensajes publicados a cuenta propia en las controversiales plataformas digitales, limitando y ofuscando la posibilidad de entendernos en ejercicio de nuestra capacidad de disentir, como sujetos diversos.
La destrucción física de la propaganda y la quema o el pisoteo a la imagen del oponente, se suman a la distorsión virtual de las piezas comunicativas de las y los contradictores, al señalamiento a la actitud disidente, a la agresión a quien opina en opuesto, a la descalificación a quien se manifiesta en contrario, a la humillación, el insulto y la burla pública; avanzando peligrosamente hacia la aplicación de prácticas de silenciamiento, desaparición y muerte, que evidencian el marcado crecimiento de las dimensiones de la política desafecta, desinformada y pendenciera.
Por ello, las prácticas faccionalistas, separatistas, dispersoras, fraccionantes, no sólo impiden la acción parlante sino el advenimiento de la concordia que promete insistentemente la necesaria, persistente e impostergable reinvención de la utopía democrática.
Ahondar la institucionalidad dialógica
Si dialogar implica provocar acuerdos, incluso en los aspectos más tortuosos y difíciles que deba enfrentar una sociedad para contener y superar la disonante violencia, no puede confiarse la prosecución de tal fin a representantes que ni siquiera conciben que su papel es interpretar al público y desempeñarse en función del ascenso de lo común, prisioneros del clientelismo lisonjero.
Las estrategias dilatorias, la presentación hasta la fatiga de proposiciones antojadizas y no procedentes que podrían incluso viciar el trámite de los proyectos, y la vergonzosa actitud de salirse para no conformar el quorum requerido, no sólo afectan el trámite formal de los proyectos legislativos. También inciden en la baja calidad de nuestra democracia, toda vez que se promueve el rehuir del debate, evidenciando la debilidad de las propuestas alternativas, la insolvencia de los argumentos e incluso la poca credibilidad de quienes se oponen a toda costa a adelantar con diligencia la aprobación o negativa de lo propuesto.
En aras de perfeccionar el ordenamiento de la justicia dialógica, tampoco resulta válido ni conveniente que se utilicen las diferentes instancias institucionales como las Cortes Constitucional y Suprema de Justicia, el Consejo de Estado, La Fiscalía o la Procuraduría para naturalizar la voracidad gregaria que se crece con sentencias amañadas, fallos trucados, medidas politizadas y disciplinamientos ideologizados. Socavar la imparcialidad y el proceder ecuánime que se espera de corporados y funcionarios de tan alta magistratura, desluce a la democracia y trastoca el propósito de tales asociaciones y dependencias públicas.
Construir escenarios para establecer acuerdos
En esta hora de la nación, valdría la pena entablar un ejercicio de discusión pública que implicara reorganizar el Estado convocando al constituyente primario. Son muchas las tensiones y muchos los resquemores que la inacción legislativa y la precariedad ejecutiva han acumulado desde nuestra constitución como nación, sin que la constitución del 91 y sus múltiples reformas haya logrado encausar hacia un propósito compartido. Sin embargo, incitar a tal llamado participativo levanta tantas asperezas que no resulta posible insistir en ello, por el momento.
Si se trata de dialogar, es cierto que las posturas polarizadas e inamovibles no permiten que se hilvane el hilo de la conversación, trabando todo acuerdo posible. De ahí que resulte necesario pactar aquellos aspectos en los que puedan confluir las diferentes fuerzas políticas, grupos de interés, colectivos organizados e incluso pueda cautivar y concitar el interés de autoconvocados que, por lo menos, hacen el ejercicio de informarse.
Lo caldeado de nuestro ambiente político, la inestable y mutable reacción de los públicos autoconvocados, la acendrada intransigencia de las elites, y la persistente acometida de grupos armados desestabilizadores, hacen imposible siquiera considerar tal alternativa, en la que otrora coincidían diferentes tendencias. Sin embargo, el país requiere aprender a negociar el desacuerdo y gestionarlo institucionalmente. Las voces afiebradas que incluso traman la muerte del mandatario, en nada aportan al cultivo de la discusión desafecta y, muy por lo contrario, nos encaminan hacia indeseables escenarios de hostilidad irreversible.
Apostar por el futuro compartido
¿Qué queda entonces? Apuntar al desenvolvimiento creativo de las partes para adentrarse en acuerdos que impliquen el mayor alcance posible en el afianzamiento de beneficios colectivos. ¿Cómo hacerlo, en un contexto de maximización de beneficios corporativos? ¿Cómo destrabar la relación entre interés gremial, postura elitista y colectivización de bien común? ¿Cómo provocar acciones comunicativas respetuosas y generadoras de confianza? ¿Cómo acercar las distintas posturas discordantes respecto del cambio social? ¿Cómo provocar la mayor participación ciudadana posible en la negociación de las alternativas posibles? ¿Cómo alimentar escenarios de debate público capaces de acercar y acortar las diferencias?
La respuesta a tamaños interrogantes, por las vías en que puedan absolverse para apostar por el futuro compartido, no pasa por la ruptura constitucional, ni por el escalamiento de la desinstitucionalización, ni por el agravamiento de las violencias; si es que queremos persistir como nación, a pesar de todo, con todas y por todos.