14 de septiembre de 2023
Por: Arleison Arcos Rivas
El reto más trascendental del segundo año del gobierno Petro – Márquez lo constituye, sin duda, la demostración de que la izquierda puede gobernar. Aunque preocupan las torpezas, indecisiones, equívocos, veleidades y debilidades manifiestas en el primer año de un ejecutivo construido entre el capricho personalista y la conveniencia multipartidista, el cercano paso del proceso electoral augura un tiempo menos agitado para concentrarse en el eje vertebral de la propuesta de cambio: las reformas, ahora en manos de un conjunto de funcionarios con mayor afinidad programática e ideológica con la dupla mandataria.
Los hechos nefastos del primer año de gobierno son incontestables:
- La voracidad plutocrática y hasta la maledicencia de algunos, socavó toda posibilidad de éxito para una coalición pluripartidista, obligando a acelerar relevos estratégicos en varios ministerios y viceministerios.
- La mendacidad y disimulo de los partidos tradicionales, cuyos jefes y alfiles operan en función de intereses corporativos en el congreso, afectó drásticamente el avance con las principales propuestas de gobierno que requieren ser tramitadas por el legislativo.
- El breve tiempo que llevan diferentes funcionarios al frente de sus carteras, muchos sin vínculo previo con los procesos de planeación publica y sus grandes cifras, ha impactado negativamente a la presente administración, evidenciando un bajonazo temporal en los niveles de ejecución presupuestal.
- Los deslices, indelicadezas y delitos cometidos por miembros de su familia, han costado bastante a la legitimidad y gobernabilidad del presidente. Incluso la vicepresidenta ha tenido que sopesar sus declaraciones a medios y hacer ajustes en sus esquemas de seguridad para provocar mayor balance en la percepción de su popularidad.
- El disparatado manejo de las declaraciones a los informativos, y frecuentes desaciertos en redes y plataformas, ha metido al gobierno en farfulladas y vacilaciones, cobradas a alto precio sobre la popularidad del mandatario, quien no cuenta con un sistema público de comunicación suficientemente robusto para contraponerse al influjo de los medios privados.
Si bien, a diferencia del gobierno Duque, este no ha sido un año de aprendizaje, como lo calificara cierta condescendiente revista venida a menos, quienes están hoy al frente del ejecutivo han despilfarrado oportunidades para capitalizar sus éxitos tempranos, en buena medida porque precisaron revaluar sus habilidades como activistas y académicos para entender el peso que conlleva la conducción de los asuntos públicos. Entrados en el segundo año de gobierno, tendremos que hacernos la pregunta por quién, entre las y los más destacados, asumirá la tarea de reemplazar a Petro, a nombre de un proyecto de izquierda que continúa vacilante, y no pudo ser unificado siquiera para presentar candidatos fuertes para la mayoría de alcaldías y gobernaciones.
La izquierda, huérfana de poder por largo tiempo, y privada de muchas de sus grandes figuras protagónicas y señeras caídas en la guerra, no sólo pagó caro el desgaste impopular que representaba buscar el control del Estado por la vía armada. Siendo gobierno por vez primera, ha debido reconfigurarse en el contexto negociador de la maniobrabilidad política y administrativa, enfrentada a fuerzas económicas discordantes, que cuentan con un amplio control de la narrativa mediática.
Al llegar al mando presidencial resultó evidente que en las décadas pasadas hizo falta formar cuadros técnicos, con experticia gubernamental suficiente para asumir las tareas de la dirección estatal. La sospecha eterna contra los tildados de “esquiroles” al servicio del capital resultó estéril e impertinente. La diletancia obrerista ahistórica generó un daño irreparable, alejando de las urnas la efervescencia popular, permitiendo la captura clientelista de las multitudes, y favoreciendo la cooptación corporativa de las instituciones públicas.
Con tal precariedad en sus filas, frente a los retos de accionar el acelerador para transformar al país, resulta determinante que este gobierno avance en la consolidación de alianzas y coaliciones, no con todos, sino con las fuerzas que puedan resultar afines a un programa político militante, que no puede ser totalitario ni unicista; pero sí decidido, a la hora de proponerse el combate contra la radical crudeza del determinismo capitalista.
Revisitar el qué hacer y las tareas del compromiso político en esta, una sociedad en riesgo inminente de fracaso, es urgente e impostergable. También será vital al proyecto de izquierda gobernante que se consolide la actuación de colectivos, organizaciones y movimientos. En sus procesos formativos deberán desarrollar la capacidad para entender que la lucha política contemporánea no puede agotarse en las autoconvocatorias, y precisa darle sentido a la manifestación en la calle y, en las urnas, afanarse en la disputa por el control del Estado.
El discurso de la izquierda gobernante ya no puede ser contraestatal. Por ello, no puede pretender debilitarlo, ni fomentar ilusorias dictaduras proletarias. Se trata de alzar la bandera de lo común, para enfrentar a enemigos comunes; conduciendo las instituciones existentes de modo coherente, como si se tratara de una zona liberada, dirigido con firmeza y contundencia, a contracorriente de las fuerzas que ostentaron históricamente el poder. Si se trata de una lucha entre clases con ninguna posibilidad de ser resuelta por vías violentas, los recursos democráticos tampoco pueden ser despilfarrados con pasividad y tibieza; menos aún, con la eternización de tareas participativas que no resultan vinculantes, mandatorias o constituyentes.
Las alternativas gobernantes opuestas a las derechas, requieren concretar sus propósitos de incidencia, persuadir a las disidencias afines, desmarcarse del lastre agorero retardatario, y seducir a un electorado cada vez más activo y consciente de las contradicciones sociales y económicas tras la contienda sufragista.
La izquierda y los colectivos organizados deberán hacerse comprensibles para diferentes públicos que hoy apenas si consumen los contenidos ideológicos propagados por los medios corporativos. Dado que el lenguaje simboliza activamente, reproduce discursos y afirma roles apoyados en la interacción social cotidiana, se precisa aprender a recrear y didactizar de manera imaginativa las narrativas que alimentan la comidilla barrial, los contextos comunicativos virtuales y la unidireccional mediática e informativa convencional.
Si es que ha de resultar alternativa y perdurable, la agitación política debe acumularse en experiencias victoriosas y arrasadoras en las urnas, acopiando lecciones aprendidas en la activación política cooperante, y en el ejercicio de gobernar diferentes países y divisiones subnacionales.
En tal cometido, los procesos organizativos, los sindicatos, federaciones y centrales obreras, los colectivos movilizados y los sujetos conscientes de su hora y momento, precisan enfocarse en los puntales de la emancipación en el siglo XXI, asumiendo como corresponda las novedades y desafíos en el frente de actuación.
[Nota: debo a Vladimir Lenin, Marta Harnecker, Yehezkel Dror y Razmig Keucheyan algunas de las ideas aquí consignadas]
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