Colombia con hambre
Por: John Jairo Blandón Mena
Una de las catástrofes que golpea a un extenso sector de la población colombiana es el hambre. No tener que comer ni contar con los medios para producir o adquirir alimentos es un padecimiento que afecta a no menos de 2,7 millones de personas en el país, y, aunque ya la cifra es escalofriante, la situación pudiera ser aún más grave si se tiene en cuenta, que estos datos son producto de una investigación realizada por los 22 bancos de alimentos que funcionan en Colombia y que no contabilizó los efectos devastadores de la pandemia.
El hambre, que según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) es “la sensación física incómoda o dolorosa, causada por un consumo insuficiente de energía alimentaria”, se vuelve crónica cuando no hay ingesta de los nutrientes suficientes que provean la energía para desarrollar la vida cotidiana. En esta condición están alrededor del 6% de la nación colombiana, según la misma entidad. Este podría ser el drama más penoso que sufren cientos de miles de personas aquí.
Y, digo penoso, porque nuestro país es una de las despensas agroalimentarias del mundo, y en toda América Latina es el cuarto país en disponibilidad de tierras aptas para la producción agrícola. Solo por lo anterior, la situación colombiana no es considerada de hambruna, porque bajo los parámetros de la FAO, solo hay hambruna cuando el país no posee los suficientes recursos para proveer alimentos a su población. En otras palabras, Colombia tiene todas las condiciones geografías y climáticas para alimentar adecuadamente a su gente, pero, eso nunca se dará bajo la gobernanza de un modelo económico que aniquila al pequeño productor agropecuario en beneficio del capital transnacional, y que solo opera para privilegiar a los latifundistas improductivos.
A pesar, de la gravedad de lo que estoy planteando, desde este gobierno y sus predecesores más recientes no ha habido una acción estructural para atacar el problema, ni siquiera a Duque que ha creado consejerías para todo, y que ya cuenta con 14 con un gasto de 232 mil millones anuales, se le ocurrió crear una para que mínimamente visibilice el problema. Creo que la directora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) no se da por enterada que en Colombia casi dos de los quince millones de menores de edad sufren desnutrición crónica. Y ese no es un simple dato estadístico, son los infantes más empobrecidos del país, a los cuales se les está negando el derecho a desarrollarse física e intelectualmente de manera adecuada, y se están condenando a crecer con un débil sistema inmunológico como consecuencia del hambre que los hará altamente vulnerables desde ya y hacia el futuro a padecer las enfermedades más letales, como la actual Covid-19, que ataca de manera mortífera a los sistemas de defensa biológica más débiles ¿O, será acaso casualidad que el 87,8% de las muertes por coronavirus en Colombia están en los estratos más bajos?
Escribiendo esto me pregunto ¿Qué hace una madre o un padre si su hijo le pide alimento en la noche para calmar el hambre que ha padecido todo el día? No son acaso esas miles de familias hambrientas, las que desesperadas salen a la calle a intentar proveerse alimentación, y en procura de ello recurren hasta la vulneración de las normas. Acción que no los hace delincuentes, porque quien realmente está trasgrediendo la ley, son quienes desde el poder no han reestructurado nuestro modelo económico para garantizarle a todos el derecho humano fundamental a la alimentación.
En su Plan Nacional de Desarrollo, Duque de manera casi poética afirmó que durante su gobierno “Colombia será un país en el que la seguridad alimentaria y nutricional, estará garantizada por una institucionalidad robusta, que permita la provisión estable y suficiente de alimentos para cubrir las necesidades nutricionales de toda la población”. Creo, que, sin lugar a dudas, estamos ante otro mentiroso y embaucador ejerciendo la presidencia; y para embaucar se requiere la idiotez de los engañados, para este caso los electores de Duque. Las líneas precedentes lo confirman.
Entretanto, hay cientos de acciones humanitarias desde la sociedad civil que morigeran en algo estos padecimientos, por citar algunos: los bancos de alimentos sanamente dirigidos por las diócesis locales, las iniciativas de huertas urbanas como la “Red de Huerteros y Huerteras Bacatá Región” que opera en Bogotá; y, los ejercicios de cooperativismo que surgen en comunidades como forma de resistencia colectiva a la exclusión y el empobrecimiento.
Sin embargo, este orden de cosas solo se cambiará cuando la nación le apueste a otro modelo de país que anteponga el cuidado de la vida a cualquier interés económico o político.