9 de febrero de 2023
Por: Arleison Arcos Rivas
Dos situaciones escolares difundidas por las redes han alcanzado decenas de miles de comentarios en los últimos días, dibujando de nuevo el puente que va del dicho al hecho en la formación de las nuevas generaciones. Al tiempo que se levantan acaloradas manifestaciones de aprobación y desaprobación, estos cuadros reflejan la perplejidad con la que sociedad, familia y escuela han construido una lectura dispar del acompañamiento educativo en la vida de niños, niñas y adolescentes, que cuestiona los procesos de socialización y la idea misma de humanidad.
En el primer video, vemos a una rectora que se dirige a padres y madres, acompañada de un agente policial y varias personalidades en una mesa principal, usando el micrófono en una asamblea escolar para preconizar prohibiciones de celulares y tecnológicos, pelo largo, piercing, joyas finas, suéteres de varios colores pretextando el control de situaciones disciplinarias, amoríos y la prevención de embarazos adolescentes. El aplauso de muchas y muchos espectadores se hace sentir, al tiempo que continúa la rectora cuestionando esas manifestaciones como correspondientes al libre desarrollo de la personalidad e invitando a quien esa institución “no le sirve”, que lo retire o lo lleve para cualquier otra institución, insistiendo en que dichas medidas tienen interés formativo y de mejoramiento de la presentación personal.
En el segundo video, vemos a un docente exaltado, reprendiendo a un estudiante por sus continuas muestras de grosería, enumerando los momentos en que previamente se ha dirigido a dicho estudiante adolescente y los diferentes espacios escolares que han propiciado previas reconvenciones. Al parecer, la ofuscación del docente es producto de la desidia del estudiante al que en numerosas ocasiones le ha reiterado que modifique sus reacciones o comportamientos. “¿Y cómo te lo tengo que decir, así, hasta que entendás?”, afirma el docente, consciente de estar gritando durante el sermoneo al estudiante. El docente acalorado invita a respetar, e insiste en que “va para todos los que dicen grosería”, dado que el acto de reprensión ocurrió en público y en presencia de otros estudiantes y docentes.
Es claro que alzar la voz no es lo deseable en un maestro que intenta formar en valores y actitudes para la vida. También es evidente que una escuela propositiva no debería alentar prohibiciones ni recortes a la expresión libre de la personalidad. Sin embargo, la pregunta que dejan estos dos videos es ¿Qué está pasando con la capacidad de negociación y respeto de acuerdos en las nuevas generaciones? ¿Cómo se están tramitando las tensiones formativas entre las generaciones nuevas y precedentes? ¿Cuáles son los acumulados dialógicos que los desencuentros entre jóvenes y adultos dejan en la tramitación de los conflictos escolares?
Pese a que las normas vigentes promueven canales argumentativos para dirimir toda situación tirante y conflictiva en el escenario escolar, la tendenciosa frecuencia con la que están apareciendo estos registros audiovisuales hace evidente que las y los maestros están fatigados de intentar transformaciones en la negociación de las normas sin que haya reciprocidad en las generaciones jóvenes, siendo muchas y muchos los escolares que obran animados por la idea de que sus acciones no tienen consecuencia. Curiosamente es la misma percepción que los medios exhiben respecto del delito y la corrupción en los mundos de la vida. Asalta la pregunta por si, en lugar de un ciudadano soberano y autónomo estamos redundando en experiencias formativas en el despotismo
Por otra parte, en escritos, entradas en redes y notas de prensa se registra fragilidad e incompetencia emocional como características crecientes en sujetos enérgicos, informados, contradictoriamente empáticos, reactivos y con sobrecarga sensorial, cuya generación, se dice, parece de cristal.
Si bien Vigotski, Freire, Habermas y otros expertos en la comprensión socio cultural dialógica nos han invitado a leer los momentos históricos de quienes son acompañados en procesos de aprendizaje; hoy la infancia y la juventud que habita la escuela se encuentra fuertemente estimulada a exhibir su voluntad y capricho por sobre el compromiso, el deber, la reciprocidad o el acuerdo.
Asalta la pregunta por si, en lugar de un ciudadano soberano y autónomo estamos redundando en experiencias formativas en el despotismo egoísta, en una generación de individuos sensibles a la crítica y al rechazo, que actúan con desdén ante la voz de los adultos. Reclamando justicia, obran con intolerancia y al límite del descaro. Altamente demandantes, sacan el cuerpo a compromisos que les demandan esfuerzo y dedicación. Abiertos emocionalmente, cuestionan las restricciones y límites a sus hazañas y retos. Mucha negatividad en el comentario, es cierto, lo que evidencia que escribo desde mi inquieta condición adulta.
Las maneras como las nuevas generaciones parecieran percibir el mundo son tan fragmentarias, solipsistas y egóticas que bien podríamos afirmar con Norbert Elias, Carlos Charry, Danilo Martuccelli entre otros, que estamos en pleno despliegue de la sociedad de individuos ingobernables. Habríamos producido seres humanos a los que, en apariencia, ya no alumbra la llama de otros seres humanos, ni siguen la estela de quienes estamparon sus huellas para la posteridad; y se fatigan pronto, se desinteresan rápido, se desentienden prestamente, tanto como se quiebran fácil.
En la era de los individuos, es claro que entre la postura atrabiliaria de la Rectora y la energúmena salida en falso del Profesor hay varios mundos y modelos societales que tienden a verse reflejadas en los sonoros aplausos y multitudinarios mensajes de aprobación, que chocan y colapsan a la hora de aplicar las normas vigentes para orientar la convivencia escolar. Incluso, podría decirse que asistimos a una cierta dictadura de la minoría de edad, una extraña era estimulada por sensores sociales en la que, perdido su propio rumbo, las generaciones viejas deben admitir que desconocen cómo seguir siendo adultos frente a niños, niñas y jóvenes a los que habría que poder enseñar con corrección y adhesión para que aprendan a actuar con autonomía y solidaridad.
Tal como escribía una década atrás, la sociedad occidental se encuentra en un enorme dilema: o reconoce que no tiene idea de cómo enfrentar la educación de sus nuevas generaciones o advierte que dar un paso atrás para encontrar el rumbo podría ser sensato. Resulta claro que quedaron atrás los tiempos en que la letra con sangre entraba; cuando los castigos físicos, la demonización de la infancia y la arbitrariedad del mundo adulto se imponían sin más a las y los niños y jóvenes, prisioneros por lo mismo de la razón sin razón. Sin embargo, de manera abrupta la sociedad aceptó que las razones podían justificar el comportamiento errático de las y los niños y adolescentes quienes, sorpresivamente, terminaron por imponer en poco tiempo la «dictadura de los inimputables» como la denomina el periodista Saúl Hernández.
Ojalá encontremos, pronto, un rumbo sensato que llene de coherencia al dicho tanto como de consecuencia al hecho; antes de que sea demasiado tarde para la escuela y para la humanidad.
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