24 de agosto de 2023
Por: Arleison Arcos Rivas
Diez años atrás, en agosto de 2013, ocurrió un hecho social y político inusitado e histórico. Por vez primera, el pueblo descendiente de africanas y africanos en Colombia gestaba su autoconvocatoria en el Primer Congreso Nacional Autónomo Afrocolombiano, a realizarse en Quibdó, luego de significativos encuentros regionales preparatorios escenificados por todo el país.
De esos encuentros y de la expectativa frente a tal cita, dimos cuenta en varias notas de blog. De igual manera, fue publicado un artículo en el que se analizaron los pormenores y consecuencias de lo discutido en ese certamen. En aquellas notas anticipatorias de ese congreso autónomo, afirmábamos que lo que realmente estaba en juego en Quibdó era la existencia del pueblo afrocolombiano y su capacidad para convocarse, determinarse y movilizarse en torno a una agenda social, política, económica y cultural autónoma, participativa e incluyente.
Quibdó animó al movimiento afrocolombiano, buscando encarar asuntos pendientes más allá de la reglamentación de la ley 70, para lo cual estructuró un conjunto de comités (político, ejecutivo, de responsabilidades temáticas, de comunicaciones, cultural, local y el de equipos de impulso territoriales), cuyo trabajo previo y durante el Congreso debería producir un mandato capaz de suscitar el apoyo de las diferentes expresiones organizativas, tendiente a su coordinación, diálogo y entendimiento de las dinámicas de interacción interétnica, con el estado y con las organizaciones multilaterales.
Desde aquella época seguimos esperando una nueva edición de tal juntanza organizativa marcada, antes que, por cualquier otra connotación, por el anhelo de autonomía. En Diáspora, John Henry Arboleda se ha inquietado por preguntar para cuándo el urgente Segundo Congreso esperado.
Ya es hora de una convocatoria amplia y congruente que genere acciones obligantes para el Estado y para las diferentes expresiones organizativas movilizadas en la vivencia y garantía de la identidad étnica en la descendencia de africanas y africanos del país. De hecho, si Quibdó fue un escenario polémico, también resultó trascendental, al punto que la Corte Constitucional, en sentencia 576 de 2014, reconoció la validez de su mandato.
Con sorpresa, nos hemos enterado de la convocatoria al denominado “Congreso de los Pueblos y Comunidades Negras, Afrocolombianas, Palenqueras y Raizales”; organizado por la Dirección de asuntos para la comunidad afrocolombiana, adscrita al Ministerio del Interior, justificada en el marco de la conmemoración de los 30 años de la ley 70 de 1993. A este certamen han sido invitados consultivos, comisionados, representantes de los consejos consultivos, actores políticos y organizativos, sin que se sepa más de su contenido, excepto la agenda que se espera abordar en los tres días de convocatoria.
Aunque se lo justifica como “una oportunidad de coincidencia valiosa que potencia el reconocimiento de la diversidad de las Comunidades Negras en Colombia”, queda la inquietud por el carácter representativo que pueda tener, lo que evidencia que se trata más de un evento académico gubernamental que, como correspondería, una acción autónoma del pueblo afrodescendiente en Colombia.
En opinión de diferentes columnistas del Colectivo DIÁSPORA, el congreso convocado en Bogotá para la presente semana, del cual no se conocen borradores, ni avances de documentos preparatorios, ni líneas fuerza, no dialoga con el mandato de Quibdó. Tal situación evidencia la distancia que todavía se debe recorrer para convocar de manera amplia, en torno a un mismo horizonte político y contexto propositivo que, más allá de los membretes y de la injerencia gubernamental, consolide un escenario de debate y decisión propio, dinámico e independiente.
El movimiento afrodescendiente requiere con urgencia avanzar en los procesos organizativos sostenibles. No lo ha logrado con la conformación del actual Espacio Nacional de Consulta Previa de Medidas Legislativas y Administrativas de Carácter General Susceptibles de Afectar Directamente a Las Comunidades Afrocolombianas; cuyo trabajo responde a las convocatorias adelantadas por entidades gubernamentales, sin activarse en torno a una agenda propia.
De ahí que, tal como se mandó en Quibdó, sin lograr coherencia infortunadamente, deba retarse la dispersión y la desunión, buscando formas de coordinación y representación vinculante, por fuera del capricho gubernamental y el engolosinamiento con los recursos provenientes de las agencias internacionales; como se buscaba al gestar la malograda Autoridad Nacional Afrocolombiana.
Una de las críticas al Congreso de Quibdó insistía en la dispersión de recursos, sembrando dudas frente al manejo de los recursos provenientes del bolsillo estatal y de la cooperación para solventar tamaña convocatoria. Al no contar con un músculo financiero que apalanque iniciativas de este tipo, queda claro que el pueblo afrodescendiente debe superar este escollo, incluso promoviendo autoconvocatorias con financiamiento comunitario.
Por lo demás, aunque la convocatoria al congreso mencionado, girará en torno a la ley 70, pretende “el encuentro de diferentes culturas de los pueblos y Comunidades Afrodescendientes”, abordar temas de grueso calado requiere la concurrencia amplia de diferentes sectores, organizaciones y territorios, de manera que se propicien acciones en torno a la gravedad de las violencias, se discuta el incumplimiento con el capítulo étnico del Acuerdo de Paz y se adviertan las repercusiones que tiene la prosecución de la paz total en las comunidades y territorios, cuyos líderes se encuentran especialmente amenazados.
Discutir los asuntos del desarrollo propio, enfrentar el deterioro de la convivencia y la presencia hostigante de una pluralidad de actores armados en territorios ancestrales, la afectación migrante de clanes internacionales y los asuntos del asentamiento urbano deficitario, resulta impostergable.
En el mismo sentido, ya es hora de darle sentido y coherencia a las apuestas políticas en pro de la reexistencia del pueblo afrodescendiente: la distorsión y cooptación de las curules en la cámara, la exigencia de representación propia en el Senado, la participación política regional, la representación política en el ejecutivo y la estructuración de organizaciones políticas propias.
Con lo dicho, ante la elusiva cita a baja voz a desarrollarse en Bogotá, anhelamos la convocatoria de un Segundo Congreso Nacional Autónomo que ahonde lo discutido en Quibdó y acabe, por fin, la espera de autonomía en la gestión de la agenda del pueblo afrocolombiano.
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Excelente y oportuno llamado. A veces iniciamos buenas acciones y se pierden en el camino por no tener continuidad. Desprenderse de las dádivas del Estado y buscar la propia financiación, es necesario en este tipo de propósitos. Comparto este escrito con líderes y lideresas del primer Congreso. ¡Vemoj pa’traj porque vamoj pa’lante!.