Tres generaciones de maestras negras libres
Por: Rudy Amanda Hurtado Garcés
Celia Klinger Cabezas (1863 – 1982), nació en el río Telembí, barbacoas, Nariño. Hija de Casimiro Klinger y de Francisca Cabezas Landazury, es la primera generación de mi ascendencia paterna que nace libre; cuando nació mi tatarabuela se cumplían 11 años de vigencia de la Ley del 21 de mayo de 1851 por la cual se proclama la abolición legal de la esclavitud en Colombia. Su padre y su madre nacieron siendo esclavizados.
En el año de 1883, se trasladó de su pueblo natal al municipio de Timbiquí, ubicado en la Costa Pacífica del departamento del Cauca, en compañía de su padre, quien junto con Teodoro Vanín fueron los primeros trabajadores de la compañía The New Timbiquí Gold Mines, Ltd., compañía extranjera de capital inglés y francés, propietaria de la explotación de oro, de la tierra e incluso de sus pobladores.
La vieja Celia, lectora de libros de historia, integrante del partido liberal, jugadora de dominó y rezandera, como se le conocía a lo largo y ancho de las comunidades ribereñas del río Timbiquí, en el año de 1910 fundó la primera escuela rural mixta autónoma en Santa Bárbara, capital de Timbiquí. Una Escuela autogestionada por sus propios recursos económicos y académicos, las primeras aulas en las que impartía las clases era la sala de su casa, la cocina, incluso la pampa[i]. Hablaba en sus clases sobre la esclavitud, la guerra de los mil días y las persecuciones a los liberales negros. Su libro de cabecera, era la alegría del saber. En su escuela no se pagaban costos de matrículas, la intencionalidad material de existencia se fundamentaba en la necesidad de enseñar a leer, escribir, sumar y restar a la población negra, descendientes de antiguos esclavizados que se encontraban en las márgenes de las ciudadanías, allá el Estado republicano criollo desaparecía.
Durante varias décadas, la vieja Celia Klinger, enseñaba sin recibir remuneración alguna, la recuerdan en la memoria colectiva del río Timbiquí porque cada vez que llegaba a impartir sus clases, ella exclamaba “lo único que podemos dejarles a nuestros hijos es la educación, que aprendan los cuatros componentes, a leer, escribir, sumar y restar, con eso pueden defenderse en el mundo”. Esta forma de combate contra el racismo, es parte de la racionalidad pedagógica republicana anticolonial negra. Como sabemos, la educación escolarizada y la educación superior llegaron tempranamente al nuevo mundo y estaban dirigida a los españoles y sus descendientes; por su parte, los africanos y sus descendientes no tuvieron acceso a ellas, dada su condición de esclavizados Garcés-Aragón (2008). Después de la abolición legal de la esclavitud, continuaron prolongadas expresiones de racismo antinegro que restringieron formalmente su acceso a la educación escolarizada. Postabolición legal de la esclavitud, en las comunidades negras el derecho a la educación formal se convirtió en un escenario de disputa y conflictos con las élites criollas republicanas andinas.
La lucha por el derecho a la educación formal en el municipio de Timbiquí, inició con la autogestión familiar y comunitaria de la vieja Celia, este proceso es heredado por su hija Francisca García Klinger (1907 – 1985), mi bisabuela, segunda generación libre de mi ascendencia, y quien fue la primera maestra nombrada por el departamento en el río Timbiquí, continúo el legado de su madre. Este proyecto familiar, comunitario y colectivo, de lucha por la educación formal se asume en la tercera generación, mi abuela, la vieja Ninfa Carabalí García (1930), ejerció como maestra en diferentes comunidades del río Timbiquí y el río Saija.
Estas primeras generaciones de mujeres negras libre de la explotación y dominación del sistema esclavista colonial, hallaron en la educación inicialmente autogestionada y luego formalizada un espacio de disputa, mediación y negociación frente al racismo estructural y sistémico. Además, desde su rol de mujeres negras rurales encuentran en la enseñanza un lugar que les permite dislocar, interpelar y fragmentar la distribución ancestral del espacio, asignado a la mujer, ellas insurrectas, transgresoras, abridoras de caminos, crearon sus propias formas de organización social y política.
Estas prácticas políticas, experiencias situadas desde el lugar de mujeres negras campesinas cuestionan los postulados patriarcales normalizados en las estructuras culturales. Ellas no se han declarado feministas negras, pero sus quehaceres las ubican históricamente como parte de las genealogías vernáculas de los feminismos negros en Colombia.
Este relato narrativo es posible por las llamadas telefónicas y conversas como mi abuela Ninfa Rosa Carabalí García, y mi tía abuela Lucina Carabalí García, ambas pensionadas del magisterio, gracias a todas ustedes hoy soy porque somos.
[i] Patio de la casa.