Si genera deuda no es desarrollo

11 de septiembre de 2023

 Por: Yannia Sofía Garzón Valencia [*]

Sí genera deuda no es desarrollo: ¿Quiénes y para qué se está reajustando el sistema financiero internacional? I

La cuarta cumbre mundial de finanzas en común fue celebrada en Cartagena (Colombia), entre el 4 y 6 de septiembre del año en curso. Banqueros, ministros de hacienda, directores de conglomerados económicos con especial énfasis en infraestructura, directores de mecanismos “verdes”, decanos de las facultades de finanzas y de economía, algunas instituciones de filantropía, ONGs nacionales e internacionales, organizaciones de la sociedad civil, delegaciones de pueblos originarios y afrodiaspóricos nos encontramos allí. Con certeza, un poco más del 75% de participantes y convidados a hablar fueron hombres, hombres blancos. En el panel inicial, la silla destinada para sociedad civil no se subió al escenario porque a menos que fuera un “alto perfil” no podría estar al lado de presidentes de bancos que operan los recursos de la “ayuda para el desarrollo.”

La cumbre pasada se llevó a cabo en Abiyan (Costa de Marfil) y organizaciones de la sociedad civil con énfasis en la defensa de derechos humanos empujaron el acuerdo para que en la actual cumbre, se discutiera la relación entre la violaciones a los derechos humanos que se derivan del financiamiento a proyectos en sectores extractivos y que a menudo requieren enormes inversiones en infraestructuras para los cuales no solamente son insuficientes las salvaguardas y los mecanismos independientes de consulta e investigación, si no que en una narrativa de contribuir al cumplimiento de los objetivos de desarrollo sustentable, e impactar en las industrias necesarias para mitigar el cambio climático, están endeudando generaciones enteras, promoviendo mercados de carbono, campos eólicos, producción de hidrogeno verde, construcción de megatermoeléctricas que tienen en común el cambio de uso y de vocación de uso de los suelos, el retiro de poblaciones y comunidades enteras incluyendo sistema de conocimientos sobre ecosistemas preservados por estos sistemas, literalmente aniquilados, por las falsas nuevas soluciones que solo incluyen a las comunidades y poblaciones para apropiarse de sus narrativas,  de tal manera que amplíen nichos de mercado alrededor de un modelo de  transición energética que perpetua y amplia los impactos del sector extractivo.

Con este contexto de presente, los pueblos de la afrodiáspora necesitamos organizarnos contra está actualización de los instrumentos que nos colocan el pie neocolonial en el cuello. Mia Mottley, ya dio un importante paso al frente en octubre del año pasado en la Asamblea Nacional de Naciones Unidas al establecer que el Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional dejaron de funcionar para las realidades de los países del siglo XXI. Tendayi Achiume ha tejido las conexiones entre justicia racial y ambiental y crisis climática (2022)[1] así como las implicaciones del modelo global extractivo y la igualdad racial (2019)[2] en su ejercicio como relatora Especial sobre las formas contemporáneas de racismo, discriminación racial, xenofobia y formas conexas de intolerancia. Y es por eso también que la primera Ministra Mottley, ha colocado el dedo en la llaga señalando que es la actual arquitectura del sistema financiero internacional la que evita que la prosperidad sea colectiva, y que precisamos de una buena vez un compromiso que bien podría basarse en aquellas diez recomendaciones[3] que en tiempos del covid-19, la red de comunicaciones y desarrollo de mujeres africanas le propusieron a los delegados de la unión africana y a quienes quisieran apoyar su labor, esto es, iniciar por re-imaginar las economías políticas africanas, que también es un llamado para la diáspora, para la sexta región.

Las cuatro cumbres de finanzas en común, ha venido descafeinando el alcance de lo que debería ser los ajustes de estas arquitecturas que no dejan de ser las herramienta de la casa del amo, anunciando el apoyo a pequeñas y medianas empresas que estén lideradas por mujeres y que entre su branding incluyan narrativas sobre el cuidado del medio ambiente para articularlas en cadenas de valor global dónde después de insertadas quedarían a merced de las desregularización a la que frecuentemente se ven sometidas estas cadenas, sin responsables ante quienes acudir en un caso evidente de instrumentalización del discurso de género y de crisis climática.

Los sistemas nacionales de cuidado pueden responder a este desafío y para impactar significativamente requieren ser construidos colectivamente a partir de los saberes que han permitido reproducir y sostener la vida desde antes de la existencia de los estados-nación, también precisan no ser botín de gobiernos y cómo políticas de estado, estar articulados e integrados a la inversión social y sostenidos por el financiamiento internacional, de cara a las propuestas comunitarias, particularmente, desde aquellos recursos que son leídos como “ayuda oficial para el desarrollo” y que sirven para alienar a países de renta media y baja a intereses multipolares, en este caso, la unión europea, que como se acordó en la conferencia de seguridad de Munich[4], ahora van enfilados al tratamiento, explotación y transformación de la big data que favorezca la coordinación militar, en regiones dónde el acceso a agua potable, la alimentación nutritiva y la electricidad aún son derechos por ejercer.

Estoy convencida de lo que han sostenido las autoridades ancestrales, comunitarias y colectivas esto es, que es el territorio, nuestras tierras, los principales garantes de nuestros derechos. Sigue urgiendo cuidar, protege y defender la tierra y toda la vida que en ella convive, lo que nos exige estar alerta a las actualizaciones de las falsas soluciones, que promueven la movilidad social que hace visible a 10 personas mientras 10.000 aún padecen la violencia del hambre.

A la par requerimos continuar con la identificación, recuperación y sostenimiento de prácticas que nos alejen de la financialización de la vida cotidiana, común horizonte panafricano y feminista; hacer que sobreviva y florezca el cuidado colectivo, cuyas prácticas resignifican y redimensionan en sí mismas las comprensiones conceptuales de riqueza y pobreza, de dignidad y justicia, que a su vez requieren de análisis, mediciones y articulaciones translocales, para que profundicemos y sostengamos eso que occidente llama derechos humanos, y que en nuestro propio sistema de conocimiento reconocemos como: “Ubuntu:  soy porque somos” como lo reiteró al cierre de la Cumbre, la tía Alice Mogwe, directora de la Federación Internacional de los Derechos Humanos. En Colombia es este enfoque el que nos debería inspirar y orientar cada actuación en nuestro horizonte y practica del cambio

[1] https://www.ohchr.org/es/documents/thematic-reports/a77549-report-special-rapporteur-contemporary-forms-racism-racial

[2] https://digitallibrary.un.org/record/3823039

[3] https://www.femnet.org/2020/07/african-feminist-post-covid-19-economic-recovery-statement/           

[4] https://securityconference.org/en/transatlantic-to-do-list/

[*] Yannia Sofia Garzón Valencia es investigadora comunitaria y popular, economista, feminista y panafricanista. Madre de Lumumba y Ob. Participa del Movimiento Negro hace más de una década. Le gusta sembrar comida y cocinar, leer y escribir, jugar y aprender, tejer comunidad afrodiasporica.

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