Yo no soy racista, eso es problema de otros: reflexiones en torno al privilegio racial

15 de octubre de 2021

 

Por: Verónica Cortés[i]

El racismo en Colombia no existe. Es decir, existe como una que otra práctica individualizada, pero socialmente no se problematiza ni se cuestiona; se niega. Tanto las prácticas racistas arraigadas en el sentido común que, aunque soterradas eficaces en ejercicios de discriminación y exclusión, como aquellas que comprenden un diseño institucional que (re)producen la subalternización de unos sujetos que son racialmente marcados, son desmentidas como problemas estructurales porque desde una hermenéutica esperanzadora “queremos creer que el verdadero racismo solo anida en los corazones de los que son malvados[ii]” y desconocemos que es precisamente por su naturaleza encubierta que se hace tan difícil de encarar.  

Asumir que el racismo es un asunto moralizante, que atañe a una gente lejana, malvada, inculta, solo nos lleva a reforzar los mismos argumentos que han sedimentado distintos procesos sociohistóricos: el racismo no existe. Mejor dicho, nadie conoce a alguien racista. ¿En Colombia? ¡Qué locura! Si bajo el discurso del multiculturalismo ornamental y la idea de la nación mestiza todos somos tan pluriétnicos.

En este sentido, denegar el racismo implica por contraposición la asunción de que tampoco existen unos privilegios asociados al color de la piel. Me explico: si no existen discriminaciones y exclusiones raciales, es evidente que tampoco van a existir privilegios y/o ventajas por la misma causa. Esta desmentida implica una disputa política que ha dejado de lado que la blancura es el rasero mediante el cual son medidas todas las personas de cualquier pertenencia étnica racial en occidente.

Es una identidad racial hegemónica que no solo es descriptiva, sino que es expresa en un cuerpo como un lugar de poder predeterminado a ciertos perfiles demográficos y de prerrogativas. De esta manera, la blancura es un privilegio racial que, como categoría en tensión y como categoría emergente, epistémicamente hablando, no es absoluta en tanto evidencia cómo se disputan las prácticas de significación y las formas en las que el mundo cobra sentido, entre muchas otras cosas, por la marca de la colonialidad. El privilegio racial se ha impuesto con sangre: no había otra forma de representar a Dios sino por medio de la blancura occidental. Blanco, de la raíz latina albor, alboris: blancura, de la raíz germánica blank: brillante[iii], del color que tiene la nieve, la luz solar, la leche, del color de la inteligencia, de las buenas intenciones, de las mujeres respetables, de los hombres trabajadores, de la raza “caucásica”, del nombre del amo, de la gente de bien, de la advocación mariana inspirada en la Virgen blanca, casta, pura y bella, del que ha perdido el color de la cara. La blancura, como un medio etnográfico colonizador de los imaginarios y de las prácticas de los sujetos y desmentirla, implica no solo un cúmulo de fuerzas que luchan por silenciar su sistema estructural de ventajas en las formaciones sociales, sino también, es la desmentida de una serie de discriminaciones étnico-raciales con grandes impactos en la múltiples formas de la violencia.

Por eso creo más que necesario empezar a poner el lente analítico en esta ausencia. Irrumpir en el privilegio racial en una formación social particular implica preguntarnos por la blanquitud y por el modus operandi de los privilegios raciales para entender cómo funciona no solo el sistema mundo moderno colonial, sino también el racismo en sus diferentes acentuaciones, la colonialidad de género, la heterarquía de poderes, etc. De esta manera, la apuesta política no es otra distinta a complejizar y visibilizar cómo se desmiente el privilegio racial en diferentes registros de los campos sociales, ya que es una disputa por la historicidad y el sentido propio de las relaciones de poder sobre las multidimensiones de la blancura, y también es una comprensión de la denegación racial en el marco de lo social. Estamos hablando de problematizar una ausencia de conciencia racial; una conciencia no permeada, marcada, señalada bajo ningún tipo de connotación prejuiciosa o negativa en occidente que se extrapoló a las formas ordinarias de ser humano.

Ya decía Audre Lorde que las herramientas del amo no desmantelarían la casa del amo; por eso, politizar e intervenir sobre las cuestiones materiales y simbólicas que han conllevado que a personas blancas como grupo mayoritario, no necesariamente estadístico sino ideológico, se les facilite el acceso a condiciones de ventaja y a la legitimidad de ciertas prácticas por su color de piel, involucra también la apuesta por unos insumos teóricos, reflexivos, metodológicos y políticos que contextualmente contribuyan a transformaciones estructurales entre otras, para buscar nuevas herramientas que desmonten la casa del amo, porque así como lo dijo Tyler Durden en la icónica película The Fight Club: “¿sabían que se puede fabricar toda clase de explosivos usando artículos del hogar?”.

 

 

[i] Magíster en estudios culturales de la Universidad Nacional de Colombia. Estudiante de doctorado en Humanidades con énfasis en estudios culturales de la Universidad Autónoma Metropolitana de México. Investigadora del Centro de Estudios Afrocolombianos de la Pontificia Universidad Javeriana. 

[ii] Eddo-Lodge, R. (2021). Por qué no hablo con blancos sobre racismo. Ediciones Península.

[iii] Garzón, M.T. (2020). Blanquitud. Una lectura desde la literatura y el feminismo descolonial. Editorial en la frontera.

Sobre el autor

Columnista invitado
Leer más

Contáctanos

¡Escríbenos!

CONTACTO

Suscríbete

Recibe en tu correo electrónico las últimas columnas de opinión de Diaspora.

[newsletter_form]

Comentarios

Artículos recientes

VER MÁS
Ir a Arriba