23 de abril de 2024
En el argot tenístico se utiliza la expresión “error no forzado” para referirse a aquellas equivocaciones que no son presionadas por el rival, y que son atribuibles única y directamente a fallos de quien las comete. Esa definición pudiera trasladarse integralmente al campo de la política colombiana, en el que, ante la inacción, la torpeza o la previsible acción de la oposición, desde el poder se procede por momentos con contradicciones y boberías de tal naturaleza, que se terminan validando las posturas antiprogresistas y antidemocráticas de los “viudos de poder”.
Cometió el Gobierno en el primer set, como en el tenis, dos errores no forzados: por un lado, considerar que la coalición con que inició el cuatrienio y en la que camaleónicamente se metieron lo más rancios partidos de la derecha y el indefinible y oportunista Partido Verde podían apoyar el conjunto de históricas reformas que propuso Petro. Y por otro, integrar un gabinete para arrancar el cuatrienio con varios de los que en gobiernos anteriores ayudaron a erigir o a defender las estructuras de desigualdad que este presidente pretendía acabar.
Y no tardó Alejandro Gaviria en atacar la Reforma a la Salud, tenía que salir al amparo desde la cartera de Educación de un sistema que él mismo defendió y fortaleció en sus ocho años de ministerio con Juan Manuel Santos. Y fue y sigue siendo un error no forzado haber metido al Gobierno a personas a las que no les cabe el proyecto de cambio en su mente antiprogresista y antidemocrática. El final de esas personas tal y como ha pasado es: terminar despotricando del proyecto petrista tras su salida, o convertirse en los acérrimos parlantes críticos al servicio de la derecha.
Fueron errores no forzados darse cuenta tarde que se gobierna principalmente con los aliados; y que entidades fundamentales para la acción gubernamental hayan estado y continúen en poder de la oposición sin ninguna contraprestación política. Esos hechos amenazan la eficacia de las políticas de transformación y cambio, y la posibilidad real de que este sea -como debería ser- un gobierno de transición hacia una Colombia que construya en lo sucesivo gobernanzas para la dignidad.
Ya no hay lugar a errores. Petro se acerca a la mitad de su periodo, y en términos estrictos desde lo político, le queda poco más de un año de real e integral ejecución de su plan de desarrollo. El último año del cuatrienio será electoral, y de eso también debemos ocuparnos. Por eso, la tarea es aumentar la ejecución, priorizar las inversiones en los territorios vulnerables y no distraerse con las polémicas mediáticas, ni con el desmedido uso de la red social “X”.
Reducir los discursos, los simbolismos, las contradicciones insulsas y el desconocimiento de la oposición deben ser pilares en la actuación de los funcionarios. Orientar la ejecución y el avance gubernamental por el Plan de Desarrollo “Colombia Potencia Mundial de la Vida”, uno de los mejores que se han construido en este país, dejaría un legado de garantía de derechos que permitiría que tal como lo dice la vicepresidenta: “la dignidad se haga costumbre”; y que el proyecto progresista no se agote en estos cuatro años.
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