Hormigas de ciudad
Por: Rudy Amanda Hurtado Garcés
“De mañanita La Zenaida sale temprano del tugurio…
Eeey negrita del manglar hormiga de ciudad”.
Ayer, mientras compartía en familia escuché la canción del compositor Armando Hernández “La Zenaida”, una cumbia muy popular en fiestas decembrinas principalmente en comunidades andinas. Escuchar esta canción me recordó, una noche, en uno de los barrios que conforman el paisaje azabache del Distrito de Agua Blanca en Cali, Charco Azul. Aquella noche, queríamos pasar un rato compartiendo en medio de un par de tragos de viche curaó. Recuerdo esa noche y parte de la madrugada no solamente por las risas y conversaciones que nos acompañaron sino también por lo que mis ojos vieron al rayar la aurora.
A mi vista, en medio de la principal Avenida que cruza la ciudad de Cali de Norte a Sur, observé muchos hombres jóvenes negros con bolsos en sus espaldas, saliendo de sus casas entre las cuatro y cinco de la mañana a montarse en una bicicleta que los transportaba algunos hacia el norte y otros al sur del área metropolitana de la ciudad, era un camino de hormigas en dos direcciones. Ellos iban a la maquila, a la manufactura a vender su fuerza de trabajo por menos de dos salarios mínimos mensuales; a los grandes ingenios y fábricas que bordean la ciudad.
El camino de hormigas saliendo de la casa, del asentamiento, del barrio, se repetía con los rostros de mujeres negras de todas las edades. Algunas estaban paradas y otras sentadas en los diferentes paraderos esperando que alguna ruta de bus o algún carro pirata pudiese transportarlas para el norte o al sur de la ciudad. Ellas, en su mayoría, recorrían la ciudad para llegar temprano a las casas de la clase media asalariada y de la burguesía caleña para vender su fuerza de trabajo como empleadas del servicio doméstico, lavando, planchando, cocinando y cuidando niñas y niños mayoritariamente blancos. Al llegar algunas tienen que ingresar y salir por las puertas de atrás de esas casas. Mientras muchas de ellas cuidan a otras y otros, sus hijas e hijos deben autocuidarse o son cuidados por algunos familiares, vecinas y vecinas, incluso, a veces por nadie.
Otro sector de hombres y mujeres, van al rebusque, a ganarse unas cuantas monedas con qué montar algo en el fogón para no pasar el día limpio, a trabajar en “la rusa” (albañilería), allí donde no se cuenta ni con el salario mínimo para sobrevivir. Salen a trabajar al centro de la ciudad en lo que aparezca para revender o hacer, hay que resolver de cualquier forma, y eso implica cualquier cosa.
Mis ojos, mi propia vida se encontraron en esos rostros que al devolverme la mirada eran ráfagas de frustraciones y también utopías en medio de la nada. Nosotras y nosotros, los condenados de la tierra.
Después de unos suspiros pausados, de esos que nos llega a lo profundo, compartí mis fotografías mentales con mis manitas y manitos, quienes me dijeron: Manita, aquí la luchamos todos los días y seguimos porque no hay de otra, es lo único que tenemos, seguir…
La expropiación de la fuerza de trabajo de la población negra obrera en ciudades como Cali está imbricada en procesos de larga duración, arraigados a la división racial y sexual del trabajo, pero también configura las formas de producción socio-racial del espacio, el lugar. La segregación de la ciudad en dos mundos, la ciudad blanca y la ciudad negra, dividida por el antagonismo entre lo blanco y lo negro, crea el complejo del universo mórbido de la condición del hombre negro y la mujer negra que describe Franz Fanón en el libro, piel negra, máscaras blancas. Este complejo, es una práctica coercitiva con las que opera el racismo antinegro, un cuadro psíquico que consiste en que la población racializada como negra está condenada a contemplar desilusiones que se dan unas tras otras como un destino inevitable, situación que produce una serie de aberraciones afectivas que se manifiesta en el deseo de inferioridad y culpabilidad de su condición de explotación.
Esta interpretación psicoanalítica del problema del racismo antinegro, revela las anormalidades afectivas responsables de la reproducción de este complejo. Las anomalías no están relacionadas con la filogenética y la ontogenia como argumentó el psicoanálisis freudiano, según Fanón, está relacionada con la sociogenia y eso implica que la forma de eliminación del complejo solamente se da por medio de una toma de conciencia abrupta de sus realidades económicas y sociales, es la única salida que desvanece la epidermización de la inferioridad y la culpabilidad, es decir salir del círculo de la condición histórica de explotación es posible con la politización de la conciencia colectiva, cambiar la estructura económica, sus aparatos ideológicos y su lógica cultural dominante. Debe surtirse un proceso de liberación radical, el único lenguaje/método posible es la violencia en clave fanoniana.
La imagen de las hormigas caminando en doble vía aquella madrugada, no era una imagen desconocida para mí, más bien son una de las expresiones de una historia que en momentos pareciera no tener un fin y en donde los quiebres no son sutiles siempre los sentimos. La lectura de Fanón permite además reflexionar profundamente sobre las afectaciones psicoafectivas creadas por el racismo en nuestra psiquis colectiva como pueblo negro. Esa imagen de las gentes negras en el Distrito de Agua Blanca en Cali y en tantos lugares del país y del mundo, se repite una y otra vez en la estructura social con la intencionalidad de reproducir en la cotidianidad un universo mórbido para el pueblo negro.