Por: Melquiceded Blandón Mena
A propósito del debate ideológico que proponen las fracciones políticas autodenominadas y ubicadas en el “extremo – centrismo’’, preparé una serie de debates para mostrar la complejidad de leer la historia política desde una especie de “geometría del poder’’, y a su vez introducir una perspectiva de análisis distante del neocontractualismo kantiano, el multiculturalismo y el discurso neoliberal que exacerba las diferencias culturales y reivindica unas supuestas minorías políticas, en desmedro del histórico conflicto entre la relación capital – trabajo y el racismo como formas de dominación que dan sustento a la sociedad capitalista.
Las organizaciones adscritas a los partidos de centro, izquierda y los procesos revolucionarios en América Latina no han estudiado, contemplado, luchado y organizado estrategias para abolir el racismo estructural y la discriminación racial como forma de dominación que ha caracterizado la vida social en estas formaciones. La colonialidad del racismo como forma de dominación, ha llevado a que en el seno de los propios movimientos institucionales o revolucionarios se discrimine y subordine a sus propios militantes afrodescendientes participantes de tales procesos.
Históricamente, esta situación ha generado que gran parte del activismo afro y sus procesos organizativos se escindan de iniciativas políticas revolucionarias o de liberación nacional que han marcado la vida política latinoamericana, es decir, desde la famosa traición de Bolívar a los próceres afro – combatientes en las luchas independentistas del siglo XIX hasta hoy, es larga la lista de agravios y desencuentros políticos de los afrodescendientes con las burguesías revolucionarias de ayer, y la clase trabajadora de hoy. Los regímenes políticos latinoamericanos, incluyendo a los partidos “alternativos’’, no han concretado las reparaciones históricas que requieren estas sociedades, ni siquiera se ha asumido como bandera la supresión de toda forma de racismo y discriminación racial.
Hoy el capital aprovecha la edición, en el reino de la división y el cusumbo sólo, cada día aparecen más indefiniciones ideológicas, fracciones de las fracciones, subgrupos y “minorías’’ políticas desarticuladas, con sus propias banderas, las alianzas son frívolas y fútiles, hay desconfianza, miopía y falta de compromiso revolucionario para participar en iniciativas políticas de articulación nacional y no se gestan procesos que desde los pueblos contemplen la complejidad y lo contradictorio de lo social para unir las fuerzas de todos y todas los explotados, oprimidos, dominados o aquellos “condenados de la tierra’’.
De otro lado, ni las facciones autodenominadas “extremo – centristas’’ que en la práctica se sienten fielmente cómodas y representadas con el establecimiento, ni los procesos políticos que “al menos en el discurso’’ se han planteado cambios estructurales en América Latina, han esbozado un debate serio sobre los problemas concretos y singulares que afectan a los pueblos étnicos. La mayoría de estos procesos no han contado en su seno con dirigentes que respondan a procesos políticos afroamericanos, y mucho menos han acogido las discusiones y problemáticas históricas de la diáspora africana en las américas, sobre la base de la existencia de formas específicas de dominación como el racismo. Estas problemáticas han sido residuales porque los Estados capitalistas contemporáneos construyeron su base económica con trabajo esclavizado, por tanto cualquier reparación tocaría la base sobre la cual se edifican estas sociedades, y de otro lado, los movimientos de izquierda han considerado que la abolición de la propiedad privada y las clases sociales, resuelve – mecánicamente – el problema que falsamente consideran “ideológico’’ del racismo, pero este paradigma concibe erróneamente que una cosa lleva a la otra y viceversa, desconociendo que es necesario percibir la unidad dialéctica entre ambas cuestiones y entender, que las luchas se dan por partes, pero atacando todos los frentes del pugilato.
La ausencia de políticas de Estado para abolir el racismo estructural y la discriminación racial en los diferentes proyectos políticos en América Latina tiene que ver con las siguientes razones: 1) la dirigencia que ha comandado estos procesos políticos fue formada bajo los designios racistas del colonizador europeo, es decir, son los efectos de un orden social racializado que cimentó y dominó la vida social en las Américas; 2) no se contó dentro de la dirigencia de estos procesos con dirigentes revolucionarios del movimiento afro con la fuerza necesaria para llamar la atención sobre el racismo estructural y la necesidad de revertir las prácticas y discursos que consolidó la trata esclavista transatlántica; 3) el sesgo histórico de la izquierda y los procesos políticos de cambio en América Latina, que no reconocen lo estratégico de vencer el racismo para avanzar en la construcción del socialismo; y 4) no ha emergido un sujeto político afro – revolucionario que plantee e imponga con la fuerza necesaria las transformaciones que requieren esos procesos históricos.
La abolición del racismo no es un problema meramente de promulgación de políticas públicas para afectar los contenidos que reproducen los dispositivos ideológicos del capital, o que declaren su práctica como una conducta punible. La lucha contra el racismo que sólo se centre en lo ideológico es estéril, su abolición va de la mano con la abolición de la propiedad privada y de la explotación y dominio entre seres humanos.
No puede abolirse el racismo en el capitalismo, y el socialismo sólo será posible sin racismo. Por eso la lucha de la diáspora afrodescendiente no sólo es una lucha por la abolición del racismo, es también una lucha por la sociedad libertaria y solidaria.
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