29 de agosto de 2023
Por: Jacqueline Jaceguai Chagas Nunes dos Santos
Hoy escuchamos discursos que exaltan la restauración y los acuerdos de paz, la creación de espacios de diálogo horizontales y equitativos. Sabemos que esas narrativas surgieron en diferentes contextos y momentos de la historia. Hay registros literarios, como en Casa grande & senzala (1933), de Gilberto Freyre, en que se enfatiza el servilismo, la pasividad y el laconismo de los negros como ingredientes necesarios para la consolidación de lazos mestizos, beneficiosos para la construcción social.
La falaz democracia racial en la que se insiste desde antes del siglo XIX camufla la truculencia existente en las relaciones interraciales y, a partir de ahí, considera las críticas recibidas, las reivindicaciones formuladas y las cuestiones planteadas por los negros como deshonestas, injustas e incluso desleales a la mano que les da de comer. La indignación de la blancura parte de perspectivas que rechazan la vergüenza institucional y enfatizan el silencio, lo no dicho, además de consolidar la estructura del racismo acuñado históricamente.
Para las mujeres negras, estar en espacios mayoritariamente blancos exige esfuerzos indecibles para resistir ataques violentos y constantes disparadores de alerta activados por acciones repetitivas heredadas generación tras generación de la blancura. A las constantes alusiones a los abusos sexuales sufridos por nuestros antepasados dentro de la casa grande, a las torturas físicas y psicológicas cometidas por los caucásicos esclavistas, se suman las constantes amenazas, ya sea a sus propias vidas o a las severas represalias de los suyos. Los descendientes de negros siempre han revivido acciones derivadas de esta lógica: el descrédito histórico combinado con el narcisismo de la blancura – Cida Bento (2014), blancura que aún determina los espacios y las trayectorias de los negros a partir de la negación de sus valores étnico-raciales, afro-religiosos y, más que eso, de la nulidad de su propia negritud.
La pasividad que prevalece se combina con las características fenotípicas (tono de piel, textura del cabello, rasgos negroides y estructura corporal) y la afinidad con la hegemonía de la blancura (tono de voz, vestimenta, religión y convivencia), estas prácticas se han reificado con el tiempo, y hoy comprendemos que las mujeres negras tachadas de iracundas, histéricas, faltas de amor, desagradecidas, maleducadas, irrespetuosas, injustas e incluso racistas son, por el contrario, las que en algún momento denunciaron, señalaron y no admitieron las penurias y la opresión infligidas a ellas o a quienes las rodeaban.
Normalmente acciones como estas, de repudio y revuelta blanca, se basan en la certeza absoluta del valor de su palabra, la lágrima blanca vale millones (condena y absuelve a cualquiera) y el coito/victimismo de la blancura vale oro, más aún cuando el oponente es negro, la blancura rápidamente pone en duda la palabra y la credibilidad negra. Aún así, sin ninguna ceremonia, la blancura utiliza sus privilegios históricos acuñados por el racismo estructural para gritar cuando algo no va como ella quiere, juzga basándose en su juicio moral, utiliza su sentido común y sus subjetividades para humillar y pronunciar todo lo que le parece bien, porque es libre de burlarse, delegar y exigir que los negros cumplan los caprichos blancos, porque tiene el Pacto de Blancura a su favor.
Para obtener cierto favor de la blancura, algunos negros incorporan sus costumbres y manierismos, defienden sus ideales y los idolatran. Estos comportamientos repercuten en el conjunto de la comunidad negra y provocan diversos problemas (ausencia de identidad y supresión de referencias negras, agudización de las polaridades, generación de malentendidos sobre la pertenencia y la ascendencia negra) porque cualquier desliz o divergencia puede provocar un descarte sin precedentes, generando así un no-lugar (descarte de los blancos y ruptura con los negros).
El utilitarismo de la figura del negro instrumentalizada por la blancura está relacionado con el proceso de obsolescencia programada, es decir, para la blancura, los negros sirven mientras sean útiles, tienen una vida útil garantizada, mientras que la blancura los utiliza para mostrar que son inclusivos e incluso reafirmar su postura antirracista en la superficie.
El acuerdo de paz diaspórico consiste en acciones profundas que replantean el proceso de reivindicación negra en la historia y el reconocimiento de su contribución a la construcción social, consiste en cuestionar a la blancura sobre su voluntad de renunciar a sus privilegios o sólo ofrecer migajas para que otros puedan probar los granos que quedan en la mesa.
Esperamos que algún día nuestra reparación se haga con maestría, que nuestros bienes robados por la blancura vuelvan a nuestro reino y que el sentido de nación y dignidad revolucionaria algún día exista realmente, por ahora, usamos nuestros medios para escribir para vivir. Conceição Evaristo (2017).
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Jacqueline Jaceguai Chagas Nunes dos Santos: Científica negra periférica, madre soltera, profesora. Doble doctorado en Cambio Social y Participación Política – Facultad de Artes, Ciencias y Humanidades – Universidad de São Paulo y Ciencias Sociales y Naturales – PUJ. Profesora IPN – UPN, IBRACO. Asesora internacional FENASAMBA.
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