Que nada detenga nuestra danza
7 de septiembre de 2023
Por: Arleison Arcos Rivas
Tres mujeres de descendencia africana, Mamá, Tía, Hija; una coja que baila, una profesora muda y una anciana mañosa parquesista, tejen historias entre sueños y discusiones vibrantes, que nos dejan la certeza de que nada detendrá su danza. “Aspiro que las tres mujeres de mi novela no encuentren las palabras indignas de la muerte sino la palabra digna de la alegría, de la fiesta, de la danza, del canto”, comenta su autor, Selnich Vivas Hurtado, docente universitario, investigador, escritor, traductor y amplio conocedor de diferentes lenguas propias y europeas, ganador de un renombrado premio nacional, por su trabajo poético.
¿Están enfermas? Indiscutible; tal como lo estamos todos y todas. ¿Enfermas de olvido? Imposible, su novela, en la que invocan a Èshù y a la Bisabuela para que contribuya a hilar la narración con sus recuerdos. ¿Enfermas de realidad? Es lo más seguro; atrapadas en cuerpos que, cargados de memorias e invenciones que dibujan las distintas situaciones con las que las des-cubrimos, porque “la realidad no existe fuera”. Tres mujeres afectadas por la pérdida de energía vital, se encuentran enfermas de vida, de ganas de no morir y de resistir a la muerte; a todas las muertes.
Expuestas al “bicho” que mató por largo tiempo a buena parte de la especie humana, se encuentran sorpresivamente como extranjeras, encerradas en una construcción transparente que deja sus cuerpos [cuerpas] vulnerables y expuestos al cuestionamiento, al deterioro físico, mental y emocional; mientras comparten orikies y evocan narraciones en torno a las mujeres, la guerra, el amor, el desafecto, el patriarcado, el machismo, la abnegación, la muerte, la vida; en fin, la vida, siempre.
Encerradas en el cuerpo, esa carcaza que bloquea la “mismidad” tanto como nos abre a la “nosotredad”, las mujeres de la novela narran y se narran en la conjunción de ser hombre y mujer, en la discapacidad, en la mudez sobreviniente, en las trampas de la biología ruinosa, en el deterioro; pero también en la afirmación, en el develamiento, en el reconocimiento, en la construcción de la intersexionalidad y la interseccionalidad acompasada con ritmos del Pacífico y del Caribe.
Entre canto y copla, aparecen los versos de Etelvina Maldonado, Petrona Martínez, Lina Babilonia, y los cantos de Pogue, de Palenque, de aquí y de allá. Cantaoras, narradores, poetas y músicos, llenan de ritmo y poesía cada capítulo de la novela; a veces los abren, otras los cierran, alimentando la insistencia por memoriar el cuerpo y sus vivencias, sus experiencias, sus descendencias, contadas en situaciones hilarantes, tormentosas, emocionantes, devastadoras, abismales, esperanzadoras.
A las narraciones presentes en Nada detenía nuestra danza, a veces les falta el aire. No porque la atmósfera de la novela resulte imprecisa, sino porque a sus protagonistas se les va el aliento, se sienten morir, las acosa el compromiso de auxiliarse mutuamente hasta asfixiarse, reclamándose el cuidado del aliento de vida celebrado en las y los ancestros, presentes siempre, alimentando los recuerdos, junto a las y los Orishas, viajeros junto a sus hijos e hijas lacerados por la esclavización.
En la novela de Vivas Hurtado, apellidos de esclavista, nos recuerda el autor, se encomia al parentesco; a todos los parentescos con los seres vivos, incluido el parentesco olfativo, lejano de la conciencia y la vista con la que la otredad europeizante ha castigado el sentipensar y el pensamiento glandular que nos ha hecho olvidar que “los seres vivos necesitan del olfato para adquirir sabiduría”. Esa sabiduría que, en lugar de prohibir los olores, nos recuerda que los aromas invaden cada letra, reflexión e historia de “cada cuerpo, animal, vegetal, mineral, aéreo, terrestre, acuático”. Que cada cuerpo “huele distinto; debe y quiere oler a su modo”, más allá de las “marcas de perfume, jabón, crema dental. Y ahora alcohol y antibacterial”, que nos imponen plantillas odoríferas.
En fin, Selnich Vivas Hurtado nos convoca a celebrar “la vida en vibración incesante”, y nos extiende en 345 páginas, una apasionante invitación a que ni la muerte, ni las violencias, ni el olvido, ni las desgracias; nada, nada detenga nuestra danza.