Poderazgo: la invención de la libertad

By Last Updated: 20/11/2024

4 de julio de 2024

Por: Arleison Arcos Rivas

El cimarronaje constituye el soporte estructurante del pensamiento libertario americano. Sobre sus probadas y diversas evidencias de rebeldía, se acuna el legado que fundamenta las manifestaciones autónomas del pueblo afrodescendiente en América. Como quiera que la experiencia emancipatoria permanente consolida un portafolio abigarrado de actuaciones contra el oprobio y sometimiento esclavizado, la disciplina politológica y la histórica deberían repoblar el sentido de las prácticas cimarronas para entenderlas como recurso político por el que las y los africanos y sus descendientes trasplantados y nacidos en América territorializaron la libertad como soporte gestante de comunidades autónomas, surgidas en contra y al margen del sistema de negrificación y cautiverio.

Diatriba contra la ciega ilustración

El pensamiento cimarrón emprende su tarea crítica al advertir la construcción estructurante con la que se moldeó históricamente la arquitectura institucional del racismo, una estrategia de sometimiento humano producida con la imbricación de componentes biológicas, religiosas, filosóficas, económicas y políticas vaciadas sobre comprensiones sociales inferiorizantes, de las que depende la invención del negro como un cuerpo laborioso, sustantiva y materialmente subyugado a perpetuidad.

El pensamiento cimarrón, construido en la afirmación de la entera valía humana y la confirmación de la libertad como sustento de la identidad afrodescendiente, inaugura un ejercicio práxico y reflexivo cuya firmeza crítica rompe con el moldeamiento hegemónico civilizatorio eurocentrado, al fijar en la africanía su heredad, y concebir un entramado cultural propio articulador de territorios poblados e hilados con nuevas ancestralidades, nacidas en la unidad de los diferentes.

El pensamiento cimarrón hunde sus raíces en la activa movilización contra el pacto colonial esclavista que convirtió en negros a sujetos procedentes de pueblos y culturas diversas, y sometió a condición paria a quienes se les impuso la migración ineludible con fines de sobreexplotación. Tal configuración del desprecio resultó amparada en la intensidad de la fuerza bélica y el despliegue de tecnologías del terror permitidas por los estados partícipes del proceso negrificador que nulificó toda confección de derechos, por los sistemas jurídicos de las naciones vinculadas a la conversión de seres humanos en mercancía animalizada, y por diferentes credos religiosos e iglesias que justificaron teológicamente tamaño crimen contra la humanidad.

Ante la imposibilidad del encuentro, se desplegaron una pluralidad de estrategias de instigación, boicoteo, enfrentamiento, socavamiento y devastación del régimen de ignominia encaminadas todas a la contención, sofocamiento y extinción de la esclavización y sus efectos nulificatorios, asentándose en palenques, cumbes y rochelas que establecieron y fundaron una nutrida variedad de poblados del país.

La crítica al republicanismo americano

El pensamiento cimarrón afianza su carácter libertario en la decisiva participación de las y los hijos de África que conquistaron trascendentales batallas para consolidar la victoria del republicanismo y la instalación de sus instituciones, confiando en la libertad como pago. En un continuo reivindicatorio, indaga igualmente por sus propios héroes, temidos por enarbolar un proyecto libertario inspirado en la revolución de Haití, sojuzgados por la practica decisional inferiorizante de los adalides criollos en la independencia y, dolorosamente, fusilados por un Bolívar al que la pardocracia ofuscaba. Tras esa contrariedad, la crítica cimarrona enrostra a sus ilustrados impulsores la configuración racial del estado colombiano, incapaz de confeccionar una nación igualitaria y democrática de pleno derecho para los pueblos que aspiraban a verse en ella y fueron fronterizados, dejados al margen e invisibiizados.

Incluso cuando resultó posible cierta idea de inclusión virtuosa en la nacionalidad, a partir del 1 de enero de 1852 con la eliminación constitucional y legal de la esclavización a perpetuidad, y tras treinta años de vigencia republicana, se optó por compensar la propiedad perdida por el esclavista, depoderando al exesclavizado, que quedó propietario de sus solas manos. Con esa desproporción se estableció y se sostiene el moldeamiento desigual en el reparto de la riqueza, vinculando a las y los afrodescendientes en la protagónica sobrerrepresentación social y política desfavorecida, pobre, marginal y discriminada; asunto de importancia en el análisis económico adelantado desde el pensamiento cimarrón.

 

La africanía como heredad

Tras una geometría de la diferenciación, cuyos entrecruces produjeron hibridaciones y mestizajes nominados en un juego de castas, todas ellas sometidas al juicio eurocéntrico desdeñoso, se armó la casa común de la africanía, en la que los secretos son legados en silencio y a la distancia de todo factor que los perturbe. Contra tal taxonomía discriminatoria, las prácticas de cimarronaje y autoemancipación produjeron una mixtura humana de origen africano, preservada en la descendencia de las y los libres o renacientes; a quienes se sumaron hombres y mujeres nacidos y crecidos en la trama entretejida por grupos humanos extendidos en haciendas rurales, poblados, caseríos y residencias urbanas.

En las ciudades regladas por las dinámicas estatales, así como en entornos rurales, riberas y riveras regidos por formas de apropiación territorial al margen de la injerencia institucional, los pueblos de descendencia africana han persistido como articuladores de identidad, cuyas prácticas y memorias gestan nuevas ancestralidades, cultivadas a lo largo de cinco siglos de reexistencia, les resultan característicos. De tal hondura es esta diferencia que mediante una ley específica hubo de tomar forma el proceso de titulación colectiva con el que se formalizaron sus consejos comunitarios, nacieron sus procesos organizativos disimiles, y se reconoció parcialmente su autonomía y su propia dinámica de desarrollo, cooperación y territorialización comunitaria, desplegando formas de poder local centradas en la reinvención del parentesco [manitaje, paisanaje, compadrazgo], en el prestigio sabedor de mayoras y mayores, y en el reconocimiento transgeneracional de la autoridad como un servicio social.

Ese conjunto acumulado de vivencias, experiencias, recensiones, recuperaciones, actualizaciones, incorporaciones y reinvenciones configura la presencia patrimonial de un pueblo apropiado de la africanía como heredad y patrimonio, cuyo ombligamiento teje una red cargada de simbologías y significaciones de ida y vuelta al continente raíz. Con tal equipaje emerge un sujeto colectivo al que definen sus luchas históricas, su agenda de reivindicaciones y sus marcadas victorias en la fijación de tal ascendiente como soporte identitario, arraigo cultural y cimiente movilizatoria.

 

Potencialidades del poderazgo

Tanto el pensamiento como la acción resultan emancipatorias gracias a la pluralidad de convergencias escenificadas en el fortalecimiento de la autonomía territorial y la consolidación de imaginarios propios referidos a saberes, usos, tradiciones, costumbres y manifestaciones culturales e identitarias de raigambre africana, articuladas en América por las y los herederos de una pertenencia libertaria, que no pudo ser vencida ni eliminada por la ferocidad del proceso de negrificación; alimentando las causas enarboladas por el cimarronismo contemporáneo.

El poderazgo da cuenta de ese proceso étnico emancipatorio, invencional y autoenunciativo,  enfocado en la valoración significativa de lo que se es, se ha sido y se postula ser, en contra del etiquetamiento y la imagoloquía despectiva; dibujando las trayectorias de presencia, resistencia y reexistencia libertaria de un pueblo dueño de una historia escrita a mano alzada, levantada en demanda de la libertad, dotada de suficiencias íntimas provocadas por fuera de la casa del amo, y revisitada en diferentes formas discursivas por quienes, a varias voces, géneros, territorios, identidades y cuerpos diferenciados, indagamos y escribimos creativamente en nuestra común experiencia como descendientes de africanas y africanos en América.

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Varias ideas, en la redacción de esta nota, dialogan con diferentes trabajos de Santiago Arboleda, Claudia Mosquera Rosero, Pedro Lebrón Ortiz, Rudy Amanda Hurtado, José Caicedo, Nayibe Arboleda Hurtado, Jorge García, Mara Viveros, Alfonso Múnera, Edizon León Castro, Castriela Esther Hernández, Carlos Valderrama, Aurora Vergara Figueroa, Agustín Lao, Odile Hoffman entre otras y otros de quienes soy deudor. Están contenidas en tres escritos que todavía desarrollo: “la temida pardocracia”, “el siglo del silencio” y “teoría política de la afrodescendencia”.

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