28 de septiembre de 20223
Por: Arleison Arcos Rivas
El gobierno de Juan Manuel Santos alcanzó un acuerdo con las extintas FARC, negociando la paz en medio de la guerra. Hoy, por la virulencia de los ataques y afectaciones a la población civil por parte de algunas de las agrupaciones que han publicitado su adhesión a la propuesta de paz total en el gobierno Petro-Márquez, crece el cuestionamiento a esa estrategia de negociación, que aún no cuaja y parece deslucida e improductiva.
En el pasado, la misma república fue creada en medio de la guerra, al punto que Bolívar, preparaba textos constitucionales mientras lideraba ejércitos y enfrentaba caudillos insubordinados, esperando que “en tanto nuestros guerreros combaten, que nuestros ciudadanos pacíficos ejerzan las augustas funciones de la soberanía”. Sin embargo, la contemporánea avanzada hacia la paz más extendida posible no resulta favorecida por las monstruosidades de la guerra, enquistada en nuestra historia.
Declaratorias de paz y firmas de cese al fuego, mientras resuenan bombas, siguen siendo asesinados firmantes de la paz y líderes sociales, se atacan edificaciones públicas, se alimentan nuevos enfrentamientos, minando escuelas, afectando instalaciones militares cercanas a sectores residenciales, explotando carrobombas, volando oleoductos, difícilmente se compadecen con las expectativas de las comunidades en los diferentes territorios, presas del miedo, la angustia y la ansiedad por tantas exacciones y abusos.
En las marchas de ayer, por ejemplo, buena parte del país que apoya la urgencia de reformas salió igualmente a demandar acciones más decididas por parte del ejército, la policía y las entidades del Estado responsables de consolidar las políticas sociales que acompañen el desarrollo territorial, la reforma agraria integral y el pleno disfrute de los derechos.
En contra de tales pretensiones, los virulentos ataques que el país ha tenido que presenciar en diferentes ciudades y pueblos, resultan demenciales, incrementando la zozobra para la gente y hostigando a la población civil incluso con artimañas mendaces como la presencia de militares disfrazados de disidencias armadas o posando de guerrilleros.
La continuidad de las acciones bélicas por grupos que han prometido pararlas, tan solo alimenta la verborrea incendiaria de los sectores de oposición que, en medios y en el congreso, sostienen una persistente narrativa contragubernamental difundida en radio, televisión, cadenas en celulares y redes virtuales, alimentando la animadversión de quienes actúan influenciados por sus opiniones alarmistas.
Pese a todo el desgaste que ha representado para las autoridades gubernamentales la apertura de condiciones institucionales para concretar mayores esfuerzos de paz, habiendo ofertado a los violentos condiciones incomparables para que prospere su iniciativa humanitaria, la guerra sigue y las comunidades sufren sus terribles consecuencias.
Peor aún, cuando características de las economías multicrimen enrarecen mucho más la guerra y acrecientan la desnaturalización de las expresiones armadas y delincuenciales, lo que exige de la fuerza pública mejorar sus sistemas de inteligencia y su posicionamiento territorial estratégico para contenerlas, diezmarlas y asestarles golpes decisivos que las obliguen a entrar en una dinámica de decaimiento bélico sostenido.
La degeneración de la guerra, producto de cuatro años precedentes en los que se dejó de actuar para proseguir la paz, reclama de la actual administración nacional el afianzamiento de reglas de juego que aseguren el cese de las hostilidades contra la población civil, como acto impostergable y urgente para generar tranquilidad en los territorios, y evitar la continuidad del desarraigo, la dolorosa muerte de lideres sociales, el desconcierto con la pérdida de firmantes de los acuerdos y los ataques indiscriminados en diferentes regiones del país.
Acordar las condiciones para interrumpir la barbaridad de la guerra, es urgente y necesario para poder negociar, en el presente de un país en el que resulta claro que, o se tiene a la guerra en pausa, si no es posible acabarla ya, o no resultará posible que crezca un ambiente sostenible para que sobrevenga la paz.
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