¡No más paños de agua tibia! Es la hora de un gobierno decente para la transformación real

22 de agosto de 2021

  

Por: Yeison Arcadio Meneses Copete[i]

 

Colombia es un país extremadamente rico. Tal vez es una de las constataciones más fuertemente posicionadas en el mundo. Cuando me cruzo con personas que han visitado el país, en la ciudad donde vivo en Francia, en congresos, en terminales de trenes o en aeropuertos internacionales, es una de las primeras ideas que manifiestan: “es un país maravilloso” y admiran su riqueza humana, sus paisajes, sus zonas climáticas, sus culturas, biodiversidad, sus idiomas… Sin duda alguna, tenemos todo para Vivir sabroso, esto es, vivir en democracia, justicia social, redistribuir la riqueza, vivir en colaboración, apropiar la colaboración como valor cultural, comunicación altercultural, la política alrededor de las vidas, la movilidad social entorno al agua, el amor por la naturaleza, la productividad no acumulativa, etc. Ese ecomagicosentipensar que brota en nuestras tierras, pero que poco escuchan y siguen los gobernantes.

No obstante, las mismas personas que reconocen nuestra grandeza, también lamentan la historia del conflicto, el narcotráfico y la corrupción de clase política, son gobernantes de la miseria, administradores del caos y la disipación. El imaginario de otra parte de la población internacional sobre nuestro país tiende a reducirse a Pablo Escobar y a “la buena cocaína que producimos”. Otro tanto sabe algo de Shakira o de Carlos Vives, mientras que nuestros literatos resultan ser unos desconocidos. Esta estereotipia se relaciona con la representación que hemos tenido durante décadas en el poder político. De ahí que muchos colombianos y colombianas en el exterior experimentemos la estigmatización en la movilidad y en intercambios con otras culturas y geografías. Por ejemplo, cuando llegaba al aeropuerto de Barcelona, después de saludarme muy amablemente, dos policías me preguntaron de dónde venía. Yo muy tranquilamente respondí, de Colombia. Vengo de Medellín, agregué. Esto bastó para que me regresaran para una revisión adicional de mis maletas. Asimismo, en otro viaje a Costa de Marfil, en la oficina de la Aduana del aeropuerto Félix Houphouët Boigny, en Abidjan, me preguntaron desconfiadamente: ¿qué viene a hacer a Abidjan?

Este panorama debe generar en el pueblo colombiano el deber ontológico de ocuparnos de la pedagogía política para vencer esta penosa y vergonzosa representación. Colombia ya no aguanta más pañitos de agua tibia o jueguitos de la inclusión burocrática. Aunque no pierdo de vista la sistemática máquina aplanadora criminal contra las alternativas políticas vivas hasta la actualidad, las primeras líneas, las juventudes, los maestros, las mujeres, la minga cimarrona, la minga indígena, los pueblos campesinos, ambientalistas, defensores de derechos humanos, entre otros, nos han mostrado el camino para superar de una buena vez toda esta ralea de malgobernantes y/o narcogobiernos. Debemos asumir colectivamente el valor supremo de desplazar democráticamente esta élite del subdesarrollo y de la violencia.

En algún momento se diría que del conservadurismo eugenésico transitaban a lo liberal, neoliberal y/o extractivismo, pero nada que ver, si uno se ciñe estrictamente a los postulados de estas formas de comprender el poder. La configuración de este epifenómeno de poder no puede ser comprendido, sino como un entrecruzamiento de las más macabras improntas de cada sistema. Lamentablemente, la élite criolla colombiana ha desarrollado una mezcla completamente explosiva: oscurantismo, feudalismo, analfabetismo, ridiculez, incompetencia, competencia desleal, servilismo, oportunismo, nepotismo, clientelismo, gatopardismo, mendicidad, guerrerismo, extractivismo, monopolio, nepotismo, amorfismo, paramilitarismo, criminalidad, narcotráfico, acumulación, concesionismo, desposesión, parasitismo (el Estado ha sido convertido en empresa privada para satisfacer intereses privados), complotistas, golpistas y cinismo a escala continental y transcontinental. La confluencia de estos lastres ha configurado la necropolítica, el necrocapitalismo y estos han ocasionado el ecogenoetnocidio. El hacer morir los seres vivientes, procurar la acumulación, profundizar el extractivismo y destruir las culturas son horizontes de su modus operandi.

Asimismo, son decenas de escándalos los que a diario aparecen en los medios de comunicación, ya integrados como aspectos paisajísticos de la colombianidad: el robo de 70 mil millones en el Ministerio de las Tecnologías, los escándalos de Odebretch, Reficar, zonas francas, los 10.000 jóvenes ejecutados por fuerzas militares estatales, la impunidad para “los de ruana”, las violaciones a los derechos humanos, la asociación de dirigentes de los gobiernos con narcotraficantes y grupos armados al margen de la ley y la lectura del proceder del gobierno Duque, (y todos los partidos y sectores aliados) establecido un récord en la intersección de todos estos factores. En otras palabras, no estamos ante presidentes “bobos”, “cínicos”, “marionetas” o “corruptos” simplemente. Estamos frente a una forma de ejercer el poder, degenerada de todo valor político. Lo que impera en el país es el amorfismo o caotismo o disipativismo político.

En este orden de ideas, debemos repetir que, aunque tengamos todo el potencial humano, cultural, lingüístico, ambiental, territorial, geológico, climático, etc, es ineludible superar el desgobierno. Esto será la consecuencia de un crecimiento del movimiento ético y organizativo desde abajo que no se conforme con la elección de una presidencia o un senado decentes, étnicos, populares, femeninos, campesinos, jóvenes y trabajadores, sino que se apropie de las calles, las instituciones y, sobre todo, tomar en manos sus destinos desde la cotidianidad para transformarlos con su propio trabajo. Indudablemente, es necesario que esta generación se proponga derrotar contundentemente en las urnas a los clanes que han naturalizado la muerte “sin Dios mandarla a llamar” y desplazado o enterrando las vidas como sensibilidad humana primordial en la política.

Finalmente, en esta era de crisis, todas las naciones están repensando sus modelos económicos y políticos. La transformación real comprende naturalizar la decencia en las instituciones políticas y modelos económicos centrados en la política de la vida, del trabajo de la tierra democratizado, de la justicia social, de la desracialización de la riqueza, de la reparación histórica, de la superación de la acumulación, del acceso al agua potable, del trabajo decente, de las oportunidades para las ciudadanías, de la mano cambiada como opción de “progreso”, de la educación como motor de transformación, de las culturas, de lo popular, de la economía solidaria, del Buen Vivir, del Vivir Sabroso.

[i] Doctor en Estudios Ibéricos y Latinoamericanos. Miembro Fundador de la Asociación Colombiana de Investigadoras-es Afros, ACIAFRO.

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