Por: Rudy Amanda Hurtado Garcés y Alejandra Londoño Bustamante
Aquí las conversaciones son una extensión de lo que ha sido la existencia material y espiritual, un diálogo que con frecuencia visita los teje – manejes del siglo XIX para volver con pausa y a veces con exaltación a este tiempo presente. Aquí las conversaciones pandémicas producen risas, enojos, preguntas, reflexiones, diálogos sobre lo que hemos sido y esto que ahora somos. En esos momentos de introspección aparecen incertidumbres respecto a este país que habitamos y los lugares políticos y colectivos desde dónde hablamos y nos nombramos. Esta vez escribimos a dos voces, a dos historias, sobre lo que ha sido para muchas personas esencialismos pre-políticos: las luchas antirracistas y las luchas feministas. Hoy hablamos de lo que hemos caminado, de nuestras biografías fantasmales producidas por la presencia del neoliberalismo como proyecto cultural que disloca nuestras condiciones de existencia, utopías y sentidos aquí y ahora.
El neoliberalismo es una fase más del capitalismo. Es un momento de concreción de sus principios en la esfera de lo social y lo político. Más allá de ser un proyecto económico (pensamos en este diálogo) el neoliberalismo en su lógica cultural, en sus órdenes y en sus símbolos tiene implicaciones incluso en lo político organizativo. Un proyecto promovido por organismos multilaterales, por la cooperación internacional, las multinacionales, las transnacionales y por los Estados. Esto último podría entenderse como algo imposible ya que el neoliberalismo como ideología busca desaparecer al Estado y centrar el poder político y económico en los mercados, bajo los lenguajes de la supuesta “autonomía relativa” de la que habla el sociólogo Nicos Poulantzas, sin embargo, esta aparente distorsión es su racionalidad de existencia y por tanto allí tendremos que poner también la mirada.
Según Harvey (2005), el neoliberalismo se entiende como prácticas políticas económicas, que generan grandes transformaciones en el rol del Estado, en la economía capitalista y en la estructura sociocultural. En ese sentido, el papel del Estado en el neoliberalismo es producir y salvaguardar el marco institucional para el desarrollo de las prácticas. Esto es disponer las funciones y estructuras militares, defensivas y policiales y legales para asegurar la propiedad privada mediante el uso de la fuerza, el correcto funcionamiento de los mercados, pero también a través de acciones de corte social. Es importante decir, en este punto, que no es que el Estado haya desaparecido o esté relegado, ahora se presenta como Estado neoliberal, es un aparato estatal cuya misión fundamental es facilitar las condiciones para una provechosa acumulación tanto por parte del capital extranjero como el local – nacional.
Uno de los primeros países en experimentar las repercusiones y consecuencias de ese conjunto de políticas neoliberales hechas por organismos multilaterales es Chile. En ese país, el neoliberalismo se proyectó como laboratorio para todo América Latina y el Caribe y se concreta bajo la dictadura de Augusto José Ramón Pinochet, instalada tras el golpe de estado del 11 de septiembre del 1973 contra el presidente Salvador Allende. Luego empezamos a ver sus efectos en países como Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, Bolivia y otros por medio de la “Operación Cóndor” a través de la cual se inaugura la larga entrada de las políticas de ajuste estructural que, paulatinamente, se van instaurando e incorporando con sus diferentes especificidades en cada uno de los países de la región.
En ese sentido, el neoliberalismo imprime una nueva lógica cultural al Estado y a la estructura sociocultural como lugares claves para poder producirse y reproducirse en tanto hegemonía. Esas pretensiones se traducen, entre otras cosas, a través de discursos como el “multiculturalismo” y los discursos neoliberales de las diferencias a través del cual se ha pretendido cooptar los marcos de acción de los movimientos sociales étnico-raciales y los movimientos feministas, entre otros, los cuales ya no son vistos como proyecto común sino como sectores a dispersar para intervenir.
El neoliberalismo en el campo de lo social y lo político se expresa de muchas formas, entre otras, sectoriza las luchas poniéndonos a pensar en identidades esencialistas y no a través de identidades políticas que nos convoquen en un proyecto de lo común; impone sutilmente lenguajes que “higienizan” los modos de nombrarnos y de nombrar lo que hacemos borrando lo profundo y radical, no es gratuito que hoy hablemos más de género que de feminismo o de las discriminaciones étnicas más que del racismo o de lo racial. Pero también aparece en otras dimensiones de lo social, político, por ejemplo, reemplaza la conciencia política crítica anticapitalista, antirracista y antipatriarcal por asistencialismo a través de la distribución de migajas tales como refrigerios y cooptando sus programas políticos e ideológicos con irrisorias transacciones monetarias.
Nombramos los feminismos y las luchas contra el racismo porque cada uno representa para cada una de nosotras, uno de los lugares principales de nuestras luchas políticas, pero bien podríamos hablar de otras “comunidades sectorizadas”, podríamos analizar, por ejemplo, lo que este neoliberalismo cultural les hace a las izquierdas en un país como Colombia, o los sectores académicos progresistas, sin embargo allí no nos detendremos en esta ocasión.
En el caso de los feminismos, este neoliberalismo social, se ha convertido en una conjunción perfecta entre los feminismos blancos, las agendas multilaterales y el asistencialismo gubernamental. No sin fuga, porque siempre existen otros referentes. Uno de los hechos que selló este pacto en los feminismos fue el XII Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, realizado en noviembre del 2011 en el hotel Tequendama de Colombia, un hotel del Ministerio de Defensa colombiano, es decir, una negociación con uno de los principales responsables de la guerra que vivimos en Colombia. Pero más allá de este hecho y de todos sus significados, es común hoy ver estos feminismos desfilando en la tribuna de la repartición neoliberal, hablan de género porque incluso a algunas les parece muy radical nombrarse desde proyectos políticos feministas, defendiendo posturas mujeristas universales que nos supone a todas herederas de las mismas formas de opresión y que ignoran, por ejemplo, los debates en torno a la clase y a lo racial, o los incorporan a modo de “inclusiones” bastante efímeros, racistas y clasistas, por cierto; no disputan de fondo el poder político, por el contrario se acomodan en el ya existente. Estos feminismos negocian agendas con mecanismos multilaterales y se convierten en parte de Estados que promueven la necropolítica, incluso pueden convertirse en las asesoras del género para que puedan llevarse a cabo estrategias extractivistas y de despojo en muchos territorios de mayorías negras, indígenas y campesinas en el país. Estos feminismos son la rimbombancia, son el feminismo que define agendas y muchas de las acciones que se realizan, e incluso se han convertido en la opción de otros proyectos sociales y políticos que aunque se nombran radicales y críticos, en su afán de incorporar “el enfoque de género” y lograr “apoyos económicos” se “montan al bus de los feminismos de la generología”.
En cuanto a las luchas antirracistas, en América Latina y el Caribe, hay una proliferación de agencias de cooperación que insertan en sus programas el apoyo económico a las organizaciones étnicas a través de asistencia técnica, en muchos casos imponen el programa político porque para desembolsar recursos económicos a las organizaciones deben hacer proyectos de acuerdo a los paquetes de temas que estratégicamente vende la cooperación. Otro de los rasgos de esa neoliberalización en las luchas antirracistas y de los movimientos negros, en la cooptación del programa político de las organizaciones a través de pequeños apoyos económicos que nos han llevado a la guerra por el refrigerio, entre mayor capacidad tiene una organización de entregar refrigerios a los asistentes de una asamblea, taller y reunión más capacidad de movilización social y política puede tener. Situación que ha disminuido y en muchos lugares han desaparecido prácticas ancestrales autónomas de organización social y política, la autonomía y movilización de las comunidades en sus luchas históricas por la dignidad, por la vida, por la posibilidad de vivir y ser.
Estos vestigios apenas enunciados, del neoliberalismo en las luchas feministas, antirracistas y de los movimientos negros hacen parte de un debate más amplio y complejo que de ninguna manera se reduce a lo que aquí planteamos. Así mismo, es importante decir que en Colombia, así como a lo largo y ancho de todo el continente, existen luchas feministas, antirracistas y del pueblo negro/afrodescendiente que rompen con estas lógicas hegemónicas y que nos convocan justamente a estas reflexiones. Sin embargo, hoy nos vimos llamadas a este diálogo al que consideramos necesario convocar a otros y a otras. Un debate necesario en un país en el que agobia la muerte y en muchos momentos, la desesperanza, pero además un país en el que la articulación entre neoliberalismo, racismo, patriarcado y guerra le han dado formas muy peligrosas a lo que hacemos colectiva, organizativa y comunitariamente. Se hacen cada vez más necesarias reflexiones y acciones que desacomoden lo que los sistemas de opresión aparentemente nos han otorgado, el pedacito que nos ceden para rompernos desde adentro y hacernos útiles a sus proyectos. Ver la trampa a los ojos y pensarnos conjuntamente es el camino a seguir, sin ser una opción de salvación, es un llamado a la utopía emancipatoria. Desmantelar o como diría Aura Cumes, quitarnos las telarañas para pensar en lo que somos y en lo que seremos.
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