Negrologos: productores de un campo de conocimiento y poder en los estudios afrolatinoamericanos
Por: John Henry Arboleda Quiñonez
La primera vez que escuchamos los términos negrologo y negrología fue por allá en el año 1998, en un lugar de trabajo que compartíamos con varios miembros de la organización Ku-mahana, anexa a la dinámica del PCN en Cali. Esas palabras, que en ese momento nos parecieron sonoras y sugerentes, salieron de la boca de uno de los militantes al responder la pregunta de si se había enterado del fallecimiento de la antropóloga Nina S de Friedemann. Al conversar más largamente con nuestro interlocutor nos dimos cuenta de que, para este compañero de trabajo y luchador por los derechos del pueblo afro, la autora que muchos estudiantes de la época habíamos catalogado como nuestra autora referencia en el quehacer organizativo universitario le era familiar, aunque su perspectiva era totalmente distinta. La mencionada antropóloga entre ellas y ellos, las personas que hacían parte del movimiento social afro, no gozaba de ninguna relevancia en el campo político-académico que habían diseñado.
Gracias a sus palabras que nos quedó claro que, desde la palabra –negrología- marcaban distancia entre el quehacer académico-intelectual de las disciplinas de las ciencias sociales y la labor realizada por nuestros compañeros de trabajo en sus respectivas organizaciones y estructuras organizativas.
Con el paso del tiempo, en nuestros encuentros cotidianos en diferentes espacios se siguió haciendo uso de la palabra negrología, que se nos fue convirtiendo en un vocablo que resultaba familiar y comúnmente aceptado. Usando ese vocablo se referenciaba a la mayor parte de los estudiosos y estudiosas que, desde hacía varios años se habían interesado por indagar y analizar las realidades que vivían las personas pertenecientes al pueblo negro o afrocolombiano.
Las charlas, conferencias, conversatorios, foros y asambleas, que cada vez se hacían más nutridas, se fueron convirtiendo en los escenarios donde hablar del negro, lo negro, los negrologos y la negrología alcanzaba relevancia entre los asistentes. Fue así como se fue asimilando esta noción como parte del repertorio de palabras claves, que usábamos para destacar temas específicos en el contexto de la organización comunitaria y estudiantil. El negrologo y su saber negrológico, fue llenándose de sentidos, tanto, que llego el momento en el que solo era pronunciar esa palabra para que brotaran, casi que espontáneamente, todos los significados y particularidades de a quien se le debían asignar aquellas identificaciones simbólicas. Así, siguieron transcurriendo los años, quizá un lustro o más, y nos vimos abocados a la conmemoración de la primera conferencia nacional afrocolombiana, que se llevó a cabo en la ciudad de Bogotá, en el mes de septiembre de 2002. Entre la multiplicidad de expresiones organizativas de todo el país y de delegaciones extranjeras, todas venidas con el ánimo de aportar a la transformación de las condiciones desfavorables de la gente negra en Colombia, el ímpetu de las expresiones organizadas estudiantiles se hacía sentir con una claridad pasmosa entre las denominadas organizaciones de base y las de primer y segundo nivel.
En este evento de corte netamente político-organizativo, los estudiantes llegábamos con las nociones, conceptos y categorías preparadas para discutir los impactos de ley 70 en contextos urbanos; y para realizar propuestas para leer y comprender el proceso de construcción identidades afro-urbanas que seguían generándose y consolidándose en ese momento. Nos interesaba preguntarnos por el tipo de movimiento social al que aspirábamos a engrosar; y, cuáles eran las características de liderazgos que desde las universidades públicas estábamos anhelando y ayudando a configurar.
Aquí nuevamente apareció ante nosotros la palabra negrología, que ya llegaba acompañada de una definición mucho más clara acerca del papel que estaba desempeñando en el quehacer social político el negrologo y su saber negrológico. Esa vez, muchas personas que hacían parte de las organizaciones comunitarias y de base, dejaron claro que, nuestra incursión en los debates teóricos sobre el campo político-identitario afrocolombiano, nos convertía, automáticamente, en unos pichones de negrologos y unos repetidores de posicionamientos teóricos que estaban anclados en el saber negrológico, que muy poco o nada le estaban aportando a las reivindicaciones concretas de los pueblos afrocolombianos.
De aquella experiencia, lo que resultó más impactante para nosotros fue, que incluso a nosotros, hombres y mujeres afrocolombianos, que nos acercábamos a la dinámica organizativa desde la perspectiva de reducir la brecha entre política y academia que había sido diseñada e implementada dentro de los colectivos de personas afrodescendientes, podían rotularnos con la noción de negrologos o de negrología. Allí comprendimos que ser afrocolombianos o pertenecer a una comunidad afro, enunciar con y desde ellas, no nos libraba de la posibilidad/potencialidad de convertirnos en negrologos. Los y las militantes de la generación anterior, y para algunos de la nuestra, no escatimaban en reparos para generar rápidas asignaciones en ese sentido. Eso nos dejó claro que, pertenecer al grupo étnico, e incluso, hacer parte de la organización social para la defensa de sus derechos, no son elementos suficientes para ser eximidos de la categorización como negrologas o negrologos.
Las propuestas de pensar en un cimarronismo epistémico, fueron aplastadas con nociones-metáforas como esencialismos, radicalizaciones y generalizaciones. Esta empresa se inauguró tratando de diseccionar los aspectos políticos de los supuestos aportes científicos, remarcando su inconexidad. A la vieja usanza, y en demostración del lugar de guardianes de la producción científica reservada para los negrologos, estos dispositivos de control fueron desplegados para falsear o maniquear las aristas del debate, restándole toda importancia y mutilando su desarrollo en este campo estudio, por esta vía se garantizó su lugar como nuevos referentes.