Ese no es el turismo que queremos
12 de enero de 2022
Por: John Jairo Blandón Mena
Terminando el 2021 e iniciando el 2022 con una diferencia de apenas siete días, en Medellín murieron dos extranjeros en circunstancias casi calcadas. El primero de ellos, un ciudadano nicaragüense apareció sin signos vitales en un apartamento del exclusivo sector del barrio El Poblado, según las autoridades por una sobredosis de cocaína, el hombre llevaba 12 días en Colombia, y en el lugar de los hechos se encontraron dos mujeres y un hombre de la ciudad en estado de plena inconciencia. El otro, un británico, quien luego de una fiesta en la habitación de un lujoso hotel del mismo sector, quedo sin vida sumergido en el jacuzzi, con sangrado en la nariz y con evidentes señales de consumo de licor y alucinógenos, que le habrían provocado la muerte.
En Cartagena, en noviembre pasado un ciudadano estadounidense también fue hallado muerto al interior de su habitación en un hotel del sector de El Cabrero, luego de una sobredosis de droga. Y un mes antes, en otro hotel al frente de las playas de Marbella, otro hombre proveniente de Carolina del Norte, tras permanecer varias horas sin salir de su habitación, fue encontrado sin signos vitales por los empleados del establecimiento, y posteriormente dictaminó Medicina Legal que la sobredosis fue la causa de su muerte.
Estos hechos se repiten por doquier. Sólo en Medellín durante el 2021, 19 extranjeros fallecieron, y varios de los casos tendrían relación con el consumo de estupefacientes. Aunque estos son eventos que ocurren en lugares privados de las víctimas, todo es consecuencia de la libertad y facilidad para acceder en varios lugares de estas ciudades a redes de narcotráfico, de explotación sexual infantil y de prostitución con una presencia casi siempre cómplice de las autoridades.
Creo que la estrategia del sector privado “Colombia es pasión” mediante la cual promocionan a varias ciudades del país como un destino turístico de primer orden en el mundo, se ve deslucida por la agresiva oferta que varias agencias hacen en el extranjero de ciudades como Medellín y Cartagena, promocionándolas como destinos narco – sexuales, absolutamente atractivos para una persona consumidora de cualquier rincón del mundo.
Así, por ejemplo, con el tour para seguir los pasos de Pablo Escobar, Medellín se atiborra de visitantes que con 25 dólares recorren la ruta de barbarie de este delincuente, que, en una ciudad con semejante acervo cultural como la capital de Antioquia, deberían simplemente ser posicionados en el imaginario del visitante como eventos repudiables; pero al contrario lo que se consigue en muchos casos es caricaturizar o ennoblecer la figura de este criminal.
No tengo datos para plantear a cuánto porcentaje equivale el narcoturismo de todo el turismo que llega al país; y especialmente, a las ciudades de marras. Sin embargo, si puedo afirmar que mueve muchos millones de dólares al año, y que estructuras mafiosas amasan ese dinero y mueven las economías locales. Con todo y esto, las sociedades en las democracias no se pueden cimentar sobre la explotación sexual infantil, el narcotráfico que se toma los lugares icónicos de las ciudades, el libertinaje del foráneo a costa de la dignidad del lugareño; y, sobre todo, la venta de la dignidad al mejor postor.
Es necesario construir redes de turismo solidario, que traigan a nuestra exuberante geografía visitantes que quieran pasearse por nuestros campos y ciudades y aprender de la inconmensurable historia de Colombia. Hay múltiples ejemplos que deberían copiarse, los casos de los proyectos turísticos comunitarios que se hacen en algunas zonas del Pacífico deberían ser un faro.
Finalmente, le corresponde a la institucionalidad y a la propia ciudadanía desestimular la continuidad del turismo narco sexual que explota y pisotea nuestra dignidad.