Microempresas electorales
Enero 25 de 2023
Las próximas elecciones regionales de octubre se caracterizarán por el fraccionamiento de los otrora grandes partidos políticos. Las declaratorias de independencia florecerán por doquier, y los candidatos encontrarán más atractivo aspirar a alcaldías y gobernaciones presentándose por fuera de su militancia histórica, pero sin marginarse de las maquinarias, las burocracias y el clientelismo.
La transición no ideológica sino instrumental desde la derecha al progresismo Guardar de izquierda estará al orden del día. Decenas de movimientos con ropaje de ciudadanos y democráticos aparecerán y se legitimarán con firmas sustentadas con ingentes recursos provenientes de las mismas mafias electorales de siempre. En la operación electoral nacional el voto de opinión tiene un espacio importante; sin embargo, en el ámbito regional las maquinarias son las que mueven a buena parte electorado cooptado por el clientelismo local.
Lo anterior se materializa en un número elevado de candidaturas sin distinción estructural entre una y otra. En Medellín, por ejemplo, se cuentan 20 precandidatos a la alcaldía. Varios de ellos vienen de las toldas uribistas, otros son prohijados del actual alcalde, y los restantes son miembros disidentes de los partidos Conservador y Liberal. Y en el espectro de la izquierda hay un grupúsculo, en el que tampoco hay unanimidad ni consensos en torno a nombres.
Este panorama de pluralidad de candidatos no puede confundirse con pluralismo político. No hay en los nacientes movimientos, ni en las camaleónicas transiciones ideológicas de los candidatos una verdadera propuesta de transformación local a partir de otras prácticas de gobernanza. Esto a tal punto que se convirtió en parte de la estrategia preelectoral la solicitud de personerías jurídicas a caducos movimientos, y la escisión de partidos para que de ellos se desprendan tantas personerías como grupos escindidos hayan quedado. Recientemente, el Consejo Nacional Electoral concedió personería jurídica al partido “En Marcha” formado por una disidencia amplia de viejos políticos liberales encabezados por Juan Fernando Cristo.
El profesor de la Universidad Nacional Eduardo Pizarro Leongómez acuñó el término “maquinarias electorales”, para hacer alusión al fraccionamiento y atomización extrema de los partidos políticos. Ese es justo el escenario al que estamos asistiendo en Colombia. Cada vez el debate político es más carente de ideas y propuestas y se mueve en la línea de las estrategias y la maquinación electorera gestada en bodegas de un lado y del otro.
Ni los liberales son tan liberales, ni los conservadores son tan conservadores, ni los independientes son tan independientes, ni los progresistas lo son tanto. Gilberto Tobón, aspirante a ser burgomaestre en Medellín, se tragó todas sus acérrimas críticas a Álvaro Uribe, y se sentó con él para ganar indulgencias con sus adeptos. Pero por el lado de Bogotá también hay ejemplos. Luis Ernesto Gómez, exfuncionario de la actual alcaldesa, quiere fungir como candidato del Pacto Histórico, y al mismo tiempo, de su exjefe Claudia López, y a su vez, de Juan Manuel Santos, de cuyo gobierno hizo parte.
Las microempresas electorales agudizan su accionar en el Caribe norte, donde se transforman en clanes, familias y genealogías de poder interminables que se reciclan cada vez con mayor capacidad de tomarse el Estado. Los Char, Los Gnecco, los Blel, Los Cotes, Los Días Mateus, Los Name; entre otros, son grupos familiares que se apoderaron localmente de los partidos y los subordinaron a sus intereses particulares. Lo anterior, no es exclusivo del Caribe, sino que allá está en su máxima expresión. Sería injusto no mencionar el nefasto daño de los Montes de Oca, los Córdoba, Los Ramírez Suarez y los Aguilar al Chocó, y los Santanderes respectivamente.
Este panorama complejo nos obliga como electores a hacer análisis más profundos entorno a los candidatos que se perfilan para gobernar el país desde las regiones.