Memorias de un hijo de la diáspora

Por Última actualización: 18/11/2024

Por: Alberto Angola[i]

A raíz de la mala hora que continúa viviendo nuestro recóndito litoral Pacífico a causa del ‘Caín-virus’ y, para colmo, del Coronavirus, me siento, como buen tumaqueño, moralmente obligado a componer un son cimarrón, que toque el corazón de los que son y de los que no son hijos de la diáspora africana. Máxime cuando, en estos tiempos de pandemia, especialmente los afrocolombianos están sobreviviendo como si estuvieran en una suerte de Macondo. ¿Cien años de soledad?

Ni siquiera el realismo mágico de García Márquez hubiera podido imaginar que, más de cien años después de la abolición de la esclavización, el -mal llamado- “negro” iba a estar viviendo peor que en los tiempos coloniales. Ahora, que todas las puertas están trancadas con las llaves del miedo, hay ‘mata-moros’ en la costa. Hasta el sol esconde sus rayos por temor a los matarifes. ¿La maldición de Caín?

En nuestra otrora pacifica costa se acabó haciendo realidad la crónica de una muerte anunciada…anunciada incluso desde el mismísimo lenguaje popular (v.gr.: “Haga patria, mate un negro”). Como anunciada fue también la masacre de Bojayá (2002), que demostró que el “negro” es el ‘blanco’ más fácil del conflicto armado. Ni qué decir de las anunciadas -y sistemáticas- muertes de líderes sociales. Y aunque no fue anunciada, la reciente masacre perpetrada, por la ‘mano blanca’, en el barrio Llano Verde de Cali, pareciera ser la crónica de una “limpieza social”. Por culpa de la sospechosa actuación de la ‘Señora Ley’ en este “genocidio generacional”, el otrora verde llano ahora está en llamas. ¿“Homicidio colectivo”? O ¿‘limpieza étnica’?

Lo anterior con el agravante de que, a pesar de la ley antidiscriminación, el “negro” también continúa siendo el ‘blanco fácil’ de los ataques mediáticos. Si acaso logra sobrevivir a masacres como la de Bojayá o Llano Verde, no puede escapar a matanzas simbólicas, disfrazadas de “humor negro”, como las que todavía realiza el programa sábados felices[ii]. Lo cual demuestra que, en Colombia, el racismo -disfrazado de chiste- es un medio de matar sin disparar. Y que “la abolición llegó/ y el negro no la gozó”. De hecho, el “negro” aún no goza siquiera de reconocimiento como ser humano igual en rango y dignidad al “mestindio”. Aquí las vidas afros tampoco importan ni un ‘Angulo’.

Hablando de un apellido tan típico en la tierra del “plu-con-pla”, cabe recordar que, antes de que el ‘fenómeno de la Caína’ trajera a nuestro territorio la mar de ‘tiburones blancos’, “las caras lindas de mi gente negra” vivían en “casa pobre, casa grande, casa donde amar era arte”. Pero, hoy en día, viven, en medio de la ‘coca nostra’, “pelando pa’ que otro chupe” y, al igual que en las guerras independentistas, de “carne de cañón”.

Cuando Tumaco era la “Perla del Pacífico”, la vida era una suerte de “marejada feliz”… tan feliz que, en el manglar, la marejada los hacía convivir con ese mítico pescador que era “El Ribiel”; y en la luna, con ese macondiano leñador que era “Juan Pereza”. Ni qué decir de esa feliz marejada que, cuando se iba la luz, bañaba la memoria colectiva por obra y gracia de “La Tunda”, “El Duende”, “La Madre de Agua” y otros mitos ancestrales.

Desgraciadamente, la historia de Tumaco es similar a la de todos los demás pueblos de nuestra excluida costa Pacífica: esa misma cuya riqueza en recursos naturales acabó llevándola a la ruina. Su desgracia comenzó -según el profesor de Uniandes, Andrés Zambrano, Portafolio, agosto 02/2015- cuando los españoles ‘descubrieron’ que su vecina, Barbacoas, era particularmente rica en oro. En su codicioso afán de enriquecerse, implantaron instituciones extractivas que impactaron el ecosistema, diezmaron a los indígenas, y esclavizaron a los africanos. Las nefastas consecuencias de este tipo de instituciones sociales han perdurado hasta hoy.

Como el pasado esclavista no perdona al presente, los hijos de la diáspora debemos buscar las posibles razones que marcaron la piel, el alma, el corazón, las esperanzas de un pueblo que, aún hoy, sigue recibiendo la marcación social, cultural, política y económica. Verbigracia, el reciente homicidio del joven (afrocolombiano) Anderson Arboleda, cometido por un policía cholo. Máxime cuando su caso es, al igual que el de George Floyd en USA, la prueba reina de que el relacionamiento cultural -y social- no ha superado aún las formas de exclusión impuestas en la Colonia.

Así lo demuestran las estadísticas del DANE (CNPV – 2018): el Índice de Pobreza Multidimensional (IPM) de la población negra (NARP), se ubicó en 30.6%, 11.0 puntos porcentuales por encima de la pobreza nacional; y, debido a la invisibilidad de la etnicidad afro, el autorreconocimiento NARP de la población efectivamente censada se redujo sorpresivamente un 30.8% con relación al Censo General de 2005.

A causa de la consabida falta de infraestructura sanitaria y hospitalaria, la población afro es la más vulnerable para el Covid-19. Unidades de Cuidados Intensivos: ¡Cero! ¿Y del respeto a su dignidad humana, qué? Como tampoco hay respeto a su diversidad étnica, el afro pierde primero su empleo que el mestindio.

En síntesis, podríamos decir que el racismo-virus es más peligroso, que el mismísimo Coronavirus. Es así que el Estado colombiano se sigue resistiendo a impulsar en el Congreso la reglamentación de la “Ley de Negritudes”, que prometía la abolición de la esclavización mental. Tal pareciera que al Estado no le importara que, en 2024, finalizará el «Decenio Internacional de los Afrodescendientes» (decretado por la ONU). Ni que la «Ley de Negritudes» ya cumplió 27 años de soledad (es decir, de exclusión). He ahí una historia de racismo como taimada cultura de Estado.

[i] Investigador y crítico cultural, autor del libro Moros en la costa (1999), coeditor de la revista Afro (2005 – 2009); y -desde 2015- coeditor: de la página web: https://m.facebook.com/yemayakilombo/, y del perfil: https://m.facebook.com/albertoangola

[ii] Es un programa que, a pesar de haber sido condenado por el Informe de la ONU sobre el racismo en Colombia (1997), ahora camufla sus contenidos negrofóbicos a través de un inducido personaje (afro) llamado “Lucumí”.

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