¿Memoria del odio?
Por: Rudy Amanda Hurtado Garcés
Hoy en día hablar sobre la memoria del proceso de esclavización de la población africana y sus descendientes en Colombia, puede convertirse en símil de apología a la memoria del odio. Esta racionalidad, acorde con (Fanón, 1985), crea una dimensión subjetiva en la que aparece el famoso complejo de culpabilidad del esclavizado, quien pareciera quedar imposibilitado para nombrar y narrar las prácticas ejercidas por la violencia colonial. Esta anomalía se produce con la intencionalidad de silenciar el relato del crimen y el odio del esclavizador. Un juego que opera, dislocando los sentidos del régimen de verdad, ubicando al opresor en un lugar de superación del lenguaje de la violencia y desplazando el lenguaje de liberación del oprimido al rincón del resentimiento. Una imposición del relato que borra, silencia y oculta los vestigios de las prácticas de dominación modernas/coloniales.
A pesar de que existe la creencia de que hablar de las memorias de la esclavización es no superar relatos que pueden activar odios, quiero detenerme justo allí; interpelar, cuestionar ese pacto racional, y mostrar públicamente, los relatos de las violencias coloniales ejercidas sobre nuestras vidas, las cuales han sido abusadas sistemáticamente. Nombrar esta memoria puede llevar a que la sociedad colombiana cuestione las implicaciones morales, éticas y políticas que justificaron la existencia del antagonismo colonizado/colonizador, sustentado en la división racial del trabajo entre quienes son racializados como población “negra”, “indígena” y quienes son racializados como población “blanca/mestiza/criolla”. Esto constituye un acto de justicia de la memoria histórica y generacional. También debo señalar que algunas y algunos nunca hemos aceptado la simplificación de víctimas, aquí hay luchas, cimarronaje, rebeliones y revoluciones, incluso alianzas y mediaciones para romper radicalmente con el lugar asignado por la estructura de dominación instaurada por el sistema-mundo capitalista.
Iniciar un proceso de justicia de la memoria histórica y generacional, implica decirles a los tataranietos/as, bisnietos/as y nietos/as de las familias que se lucraron con la institución de la esclavitud en Colombia, que parte de la acumulación del capital que hoy disfrutan, de sus herencias trasmitidas de generación en generación en grandes haciendas, es producto de la expropiación de la vida, la fuerza de trabajo y las utopías de más de 196.000[i] seres humanos que fueron esclavizados.
Aunque existe excepcionalidades, la población negra en condiciones de esclavización absoluta trabajaba en diferentes espacios y oficios, en las haciendas sembrando grandes extensiones de caña de azúcar, algodón, otros, incluso garantizaban los alimentos para la subsistencia de la hacienda. En las minas, además de entregar su fuerza de trabajo, el oro, dejaba grandes ganancias a los esclavistas. Construían la casa grande, para que la habitara el esclavista. Las mujeres negras, nuestras tatarabuelas, trabajaban hombro a hombro, ellas también debían encargarse del trabajo del cuidado, planchar, cocinar, lavar, criar a sus futuros esclavistas, es decir a los hijos e hijas de quienes las esclavizaban. Sus vientres fueron convertidos en fábricas, sus hijas e hijos eran una mercancía que el esclavista podía disponer para vender o intercambiar, es decir, otra forma de la división racial del trabajo, esta vez articulada a la división sexual del mismo, un lugar absolutamente silenciado en los análisis de la historia de la economía esclavista y que produjo altos niveles de plusvalía a propietarios de esclavizados. Las familias esclavistas explotaron y expropiaron las vidas y los cuerpos de las personas del pueblo negro por más de 500 años sin recibir ningún tipo de cuestionamiento al interior de sus estructuras, por el contrario, esta cadena de explotaciones fue y sigue siendo naturalizada con teorías y leyes que justifican las condiciones de existencia de estas opresiones y dominaciones soportadas en la materialidad del racismo antinegro.
Incluso, cuando se discutía la abolición legal[ii] de la institución de la esclavitud a principios del siglo XIX en Colombia, las familias esclavistas, como es el caso de la familia Mosquera de Popayán que se opuso rotundamente a la ley del 21 de julio de 1821 sobre la libertad de partos, manumisión y abolición del tráfico de esclavos. El entonces senador Joaquín Mosquera, en el año de 1825, lo expresa así: “(…) la ley colombiana no llena su objeto de abolir la esclavitud sin comprometer la tranquilidad pública, ni vulnerar los derechos que verdaderamente tengan los propietarios. Creo que al contrario, 1º. compromete la tranquilidad pública; minando la sociedad por sus cimientos. 2º. Despoja al ciudadano de una propiedad legal, sin una justa compensación, contra la Constitución de la República. 3º. Disminuye la renta de la nación con grave perjuicio suyo, y del erario. -Conclusión. – Una ley que tiene semejantes vicios, es nula y no debe tener efecto, sino cuando puedan evitarse estos males”[iii].
Esta posición representaba en las fracciones regresivas tomó mucha fuerza en lo que posteriormente es la Ley del 21 de mayo de 1851, por la cual se da la abolición legal de la esclavitud en Colombia, donde la naciente república de Colombia indemniza económicamente a los esclavistas por cada esclavizado manumitido que cuente con carta de libertad. Situación que se expresa cuando Sergio Arboleda reclama “contra el Estado por 4,171, que las rentas de manumisión debían a su padre” (ACC, República, 1830-1857, 51 f). La familia esclavista Arboleda, específicamente, los hermanos Julio Arboleda y Sergio Arboleda, son indemnizados por el Estado. ¡Vaya injusticias! Se han nombrado calles, ciudades, colegios, universidades, levantado estatuas, monumentos, exaltando a las notables familias esclavistas del país. A nosotras y nosotros nos persiguen las fuerzas represivas en la calle, en distintos lugares como sospechosos, diría Jairo Varela, blanco corriendo, atleta, negro corriendo, ratero, blanco sin grado doctor y el negrito yerbatero.
Esta breve síntesis, evidencia que mientras unos heredan ciertos privilegios raciales y por tanto económicos, otros heredan sobre sus cuerpos las violencias del racismo antinegro, son cuerpos que pueden ser abusados y sus vidas consumidas sin reservas. La masificación y circulación racional de este relato se sustenta en la división racial del trabajo y tiene repercusiones hoy, ahora, aquí en nuestras vidas, sobre nuestros cuerpos, que se asesinen cinco niños negros en el Barrio Llano Grande en la ciudad de Cali es una materialidad concreta de las herencias modernas/coloniales. La expropiación económica y extraeconómica de las vidas de las personas del pueblo negro permitió la acumulación de capital a ciertas familias “ilustres” del país.
[i] Entre 500 y 1641, llegaron a Cartagena de Indias alrededor de 196.000, al comienzo de la trata. Estas cifras nos pueden dar una idea de la magnitud de la población. Para profundizar ver, https://www.banrepcultural.org/exposiciones/la-marie-seraphique/una-breve-narracion-de-la-esclavitud
[ii] Cabe resaltar que ese debate es insertado por todo un debate universal abolicionista, pero también llega al programa político de independentista criollo por la subjetivación política de la población negra esclavizada, libres y manumitidos.
[iii] Recuperado de: https://catalogoenlinea.bibliotecanacional.gov.co/client/es_ES/search/asset/75411/0