Más que piel: tensiones entre la etnia y la raza

By Last Updated: 19/11/2024

Por: Arleison Arcos Rivas

“Hay que demostrar que ya no nos quedamos callados; que ese tiempo ya pasó”.

Silvano Caicedo. Conferencia, 2010

“Ya no hay negros, no: hoy todos somos ciudadanos”.

Poema satírico brasilero, de 1888

Tanto en el entorno organizativo como en el ámbito académico, mutuamente animados por las discusiones con relación a la identidad y la pertenencia étnica afrodescendiente toma cuerpo un debate que no por conceptual deja de tener relevancia, enfrentando la caracterización de las manifestaciones cambiantes y las que permanecen del racismo a partir de una concepción étnica o una racial.

Para quienes acuden a la raza como categoría analítica válida, “los efectos de la ‘raza’ y del racismo no se erradican purgando el lenguaje, ya que al concepto puede vaciárselo de su sentido mientras que los efectos derivados de su carácter estructural y de su praxis quedan intactos pese las transformaciones socioculturales” (Mosquera 2010, 19). De manera enfática, quienes asumen esta argumentación, proponen que el racismo resulta inseparable de la raza, indicando incluso que este se nutre de la pervivencia icónica de la esclavización aun actuante en prácticas sociales clasificatorias (soterradas y manifiestas), que incluso adoptan el discurso multicultural para vaciar de contenido racial prácticas intersubjetivas en contextos específicos como en la escuela (Mena 2010).

Con otros ojos, para erradicar el peso discursivo que conservan conceptos nacidos en pleno proceso colonial esclavizador o esclavócrata, se postula el concepto de etnia para designar a un grupo humano a cuya adscripción los individuos acceden a partir de su reconocimiento como participes de una común ancestralidad, identidad y cultura. Por fuera de cualquier concepción biologizante y determinista, la etnia se entiende como un proceso histórico y una construcción teórica que requiere no ser cerrada categorialmente (Bello 2004, 42-46), a efectos de poder leer la complejidad en la producción de vínculos societales identitarios y su significación “en combinación con lo político, lo cultural, lo social y lo económico” (Mires 1992, 22).

En una vertiente crítica, el peso de tal argumentación no descansa sobre tradiciones pigmentadas, sino que se acude a las complejas ramificaciones de la dominación política, Tales ramificaciones se enraízan incluso en las prácticas de territorialización, inmigración, estratificación social y trabajo asalariado propias del racismo capitalista para el que la raza resulta prescindible, articulando racismos sin raza (Balibar y Wallerstein 1988), tal como mencioné en la nota de la semana anterior.

Con estas claves, se entiende el por qué para muchos activistas, analistas y académicos, etnia resulta un concepto mucho más rico y dúctil que el de raza para dar cuenta de las complejidades con las que, en la fatigada segunda década del siglo XXI, se reclama la identidad de los diferentes; por lo menos más útil que aquel con el que se fijan históricamente etiquetas racializadas, homogéneas y prejuiciosas, de fuerte cuño biologicista y marcado acento homogeneizador y universalista.

Los críticos de esta tradición conceptual insisten en que el concepto etnia resulta evasivo pues, dado el carácter situacional de dicho concepto, se convierte en una ventana para la entronización de categorías indianas que permiten al Estado no sólo “producir sus propios indios” sino dejar por fuera la particularidad de algunos grupos humanos que no comparten tradiciones, lengua y territorio considerados ancestrales, a consecuencia de su desenraizamiento y diáspora desde África hacia América.

Para valorar los matices de ambos conceptos, habría que advertir que “en los orígenes de la filosofía política moderna, la cuestión de la diversidad estaba lejos de ser marginal; era un asunto prioritario. La exclusión tenía un propósito claro y ese propósito no era insignificante, sino que apuntaba a hacer posible algo acerca de lo cual los liberales hablan mucho: el respeto por las personas” (Appiah 2007, 21). Bajo este postulado, la construcción categorial de la raza resulta entonces marcada por un claro deslinde de la consideración de las personas a partir de su inclusión o no como sujetos portadores de tal merecimiento de respeto. En tal sentido, resulta poco probable que, bajo cualquier uso, el concepto raza pueda ser depurado de su valoración prejuiciosa, despectiva y deshumanizante, incluso bajo el propósito de evitar que el racismo no resulte significativamente denunciado por quienes acuden a nociones étnicas.

De igual manera, si se intenta una caracterización sociológica de la raza como mecanismo de explicación de las desigualdades económicas, políticas o culturales vinculando la apariencia física con tales desigualdades, lo que ocurre es que se termina por aceptar el vínculo tradicional que fija para determinados sujetos ciertas características o precondiciones sociales, imponiendo de nuevo las concepciones de las sociedades de castas en un modelo político volcado sobre la construcción de ciudadanías: ¡Se termina por aceptar, entonces, que el cuerpo, geografía y vida social coinciden como determinaciones de grupos humanos!

En tercer lugar, en la bibliografía disponible, nada permite suponer que ambos conceptos sean idénticos o que puedan utilizarse de manera indiferenciada. Sin embargo, dado que entre las y los académicos así como en las organizaciones se insiste en su uso, y en aras de hacer mucho más enfático el carácter auténtico y no de impostura que finalmente caracteriza a un proceso de afinamiento y reconstrucción cultural identitario, ambos conceptos, especialmente el de ‘raza’, podrían ser evaluados a partir de interrogantes como los que propongo aquí, cuyo esclarecimiento resultaría de interés siempre que no se olvide la finalidad emancipatoria tras la gestación de un pensamiento crítico respecto de la afrodescendencia y la negación del eurocentrismo.

Para ese debate, ¿Importa si el contenido ideológico lo porta el racismo o la raza? ¿Cómo entronca el discurso interétnico y la interculturalidad en la recategorización de la ‘raza’?  ¿Qué tipo de vínculo tiende a establecerse entre naturaleza, cultura y formas sociales: racial o étnico? ¿Este vínculo obedece a una construcción de imaginarios que puede racializarse ideológicamente o implica el reconocimiento de una naturaleza racial inscrita en los cuerpos? Sea cual sea la respuesta a la pregunta anterior, ¿Resulta aún posible reclamar la vigencia conceptual de la “raza” para soportar la desracialización de las relaciones sociales, económicas, políticas, históricas y estructurales sobre las que se articula el pensamiento en torno a la afrodescendencia? Supongo que faltan voces para conversar en torno a estas inquietudes.

Sin embargo, más allá de la piel, la pertenencia étnica afrodescendiente reclama y demanda en el contexto de la nacionalidad su significación, sitúa igualmente la identidad y la ancestralidad como base de la  plataforma actuacional de los sujetos y organizaciones movilizadas por su incorporación al legado patrimonial de la humanidad y de la nacionalidad, sustenta las acciones en torno a su reconocimiento, visibilización e inclusión en los relatos y figuraciones nacionales, y soporta las reivindicaciones de justicia histórica en el reparto de los beneficios asociados a la gestión de lo público y a la generación de bienestar.

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