MARXISMO “NEGRO”: una concepción propia de la lucha contra el capitalismo

Por: Arleison Arcos Rivas

Es en y por el modelo de capitales que el racismo existe y ha podido subsistir. La imposibilidad para que un o una afrodescendiente sea virtualmente antisocialista deviene del hecho contundente de la artificiosa inscripción en la piel que la sociedad capitalista convirtió en la evidencia de la barbaridad, la rudeza, el trabajo forzudo, la obligación de aguantar, la servidumbre miserable, la ignorancia, la fealdad, la inferioridad y la subrogación.

El acumulado histórico consecuente registra que el sistema mundo capitalista no sólo trasnacionalizó la dominación racializada sino que hizo del odio racial el fundamento de la dominación, construyendo a su alrededor otras esferas de injusticia y subrogación asociadas a la relación sexo/género, a la procedencia territorial y a la exogenización o validación cultural y epistémica. 

Ante tal portafolio de desgracias tras la instalación de la dominación política capitalista, el único camino decoroso es la renuncia a tal estado de cosas y el avance en el proceso de liberación contra todo avasallamiento; tal como promete el internacionalismo socialista, que no es, por cierto, la frustrada experiencia colectivista de la extinta unión soviética, sino la configuración de un escenario político trasnacional que, como en el panafricanismo que reivindica la ancestría de las y los hijos y herederas de africanas y africanos en el mundo, apuestan por una sociedad en la que capital y trabajo no conminen existencias racializadas, antagonismos nugatorios ni el oprobio del proletariado; sea cual sea el retrato de tal sujeto en el presente siglo y en el contexto desregulado de la sociedad posindustrial, por fuera de todo universalismo esencialista y toda fórmula absolutista.

Sepultar lo viejo que no termina de morir

Si bien la experiencia soviética distorsionó las posibilidades de popularización y expansión de lecturas alternativas de lo político; queda evidenciado que tras la caída del muro de Berlín y el descorrimiento de la cortina de hierro no sobrevino el mundo de la libertad, el fin de la historia y el último hombre profetizado por el neoliberalismo, ni el reino de fraternidad auspiciado por las democracias parlamentarias y presidencialistas, lo que hace posible que sigamos cocinando relecturas innovadoras respecto del orden de lo social que den sentido a las búsquedas de libertad, igualdad y fraternidad en el mundo. Lo que queda, si es que aquel lema resulta todavía potente para empeñarse en proseguir la instalación de instituciones para las que el demos no sea una pura mistificación ilusoria, es ahondar en las fuentes de la igualdad y sus posibilidades de actuación diferenciada en el reparto de bienestar para quienes también son parte de una sociedad y efectivamente producen la riqueza de las naciones, superando el sustrato desigual del modelo de capitales.

Dado que las alternativas planteadas desde y dentro al modelo de capitales evidencian todas ellas la incapacidad para contener la voracidad de los más acaudalados en contra de la cada vez mayor vulnerabilidad de los empobrecidos y de la eufemística clase media que sucumbe ante el ahondamiento de la desigualdad y los azarosos desaciertos de las políticas de crecimiento, pues toda alternativa que aspire a tener sentido al aplicarla ante las urgencias del presente siglo implica una más honda, incisiva y decidida incursión en los meandros y consideraciones del socialismo y la lucha sistémica anticapitalista (Piketty, 2020).

China, Suecia e incluso Cuba constituyen experiencias de instalación de prácticas políticas alternativas de las que habrá que aprender para proveer a las naciones de mejores teorías y políticas que sirvan al propósito de torcerle el cuello a las desigualdades, antes que todo se desmorone.

Si, como crítica nacida en la complacencia con la gubernamentalidad, se elevara la acusación de  que así se reinstalan pensamientos románticos y diletantes, sólo puedo decir que ninguna revolución se instala sin sueño ni poesía. Aunque las militancias marxistas, las prácticas anticapitalistas y los radicalismos políticos vigentes para el siglo XXI, en aras de la sensatez progresista, no se proponen ya recorrer el camino de la lucha armada hasta hacerse por dicha vía al control estatal, al menos el grueso de sus activistas, el compromiso con la transformación del orden social existente y la instalación de procesos de cambio de las realidades humanas desventajosas y vejaminosas no puede ceder. Nunca ha cedido y existe a condición de no aceptar que las manifestaciones de lo real no puedan ser sino lo manifiesto, lo ya dado, lo instituido; las prácticas, las políticas y las decisiones corporativas que ahondan la desproporción y la desigualdad imperante.

Leer lo nuevo que no termina de nacer

Aventurarse al derribamiento de murallas levantadas contra la dignidad humana, sea cual sea el escenario en el que cada quien lleva a cabo su tarea, requiere entender que la lucha no sólo es larga y tortuosa, sino que se concreta en el terreno oscuro y diluviano en el que tender puentes, destruidos ya todos los del tiempo anclado, requiere la inmersión hasta las profundidades en las que se apuntalan sus cimientos.  Se nos dirá igualmente que ninguna de las perspectivas de análisis nacidas en Europa han pensado la afrodescendencia y que, por ello, tampoco en el marxismo deben buscarse rutas para romper la colonialidad del saber instalado por la academia afín al sistema.

Aparte de un prejuicio mañoso, tal afirmación desconoce, primero, que buena parte de la discusión marxista ha debido centrarse en la descripción de los efectos tras la trata trasatlántica y la instalación de la esclavización como fenómeno de subyugación de las naciones y pueblos de África por el capitalismo viejo y nuevo; tal como lo estudió Yann Moulier Butang.  Restituir la utopía implica necesariamente restañar la dignidad del sujeto histórico empobrecido y trabajador, apelando a los instrumentos de la política puesta en acción en el mundo real en el que resultan hombres y mujeres vejados y disminuidos en su dignidad, significación y valía.

Una segunda consideración es precisa, y es la que da sentido a la presente nota. La notoria producción académica e intelectual de autores como W.E.B. Du Bois, C.LR. James, Anta Diop, Kwame Nkrumah, Amilkar Cabral, Patrice Lumumba, Rhoda Reddock, Oliver Cox, George Padmore, Angela Davis, Walter Rodney, Stuart Hall, Assata Shakur, Cedric J. Robinson y una pléyade de pensadoras y pensadores que han gestado una perspectiva de vertiente marxista propia, imposible de ser concebida por Marx, Engels, Lenin, Rosa Luxemburgo, Gramsci, Negri o cualquier otro intelectual revisionista eurocentrado. Esa perspectiva tiende a ser identificada como poscolonial y como Black Radicalism, por diferenciación y especificación; pero, si se acepta la metáfora, como menciona Zuleica Romay, también cabe traducirles como marxismo “negro”. Infortunadamente, casi la totalidad de sus aportes permanece en inglés, lo que la hace no disponible para el grueso de nuestra población, pese a que constituye una sólida variante categorial y comprensiva de la lucha contra la explotación y la expropiación en el capitalismo.

Grosfoguel (2018), quien además hace un curso sobre este asunto en CLACSO, menciona que “existe una gran ignorancia acerca de los marxismos negros”, la cual se alimenta en buena medida de la creencia en que su portentosa caja de herramientas analíticas fue igualmente desmontada y demolida como los socialismos reales. Sumado a tal equívoco, la academia eurocentrada ha demostrado su incompetencia para abordar, comprender e incorporar ideas, experiencias y estrategias nacidas más allá del racismo epistémico y monocultural con el que se encuentra históricamente comprometida, desconociendo, ocultando o no referenciando ni traduciendo a tales autores, haciéndolo a discreción y con marcada falta de sistematicidad.

De ahí que resalten iniciativas Casa África editando en castellano a Cabral, Nkrumak, Anda Diop, entre otros; así como la de Akal que, entre otras obras, acaba de presentar en castellano al marxismo “negro” (Montañez, 2020); sin que se advierta interés por emularles por parte de sus contrapartes ni de las universidades y centros de estudio en nuestro territorio. Una lectura del número 28 (2018) de la revista Tábula Rasa, permite acercarse a los debates que estimula y vale la pena conocer en esta perspectiva que, sin duda alguna, ha alcanzado con suficiencia su propio contenido.

Se podrá afirmar, finalmente, que el marxismo, incluso está versión del radicalismo que comentamos subsume la experiencia particular de la descendencia africana en la universalización de la clase. Ello sólo dibuja el marco complejo de los interrogantes y discusiones contemporáneas abordado por los estudios culturales parcialmente incorporados a los análisis de la Ciencia Política,  los cuales han resultado hasta ahora poco eficientes para ahondar en las relaciones entre el internacionalismo, la mundialización, el resurgimiento de las nacionalidades y la reivindicación de identidades étnicas con las cuales se ha enfrentado y desmontado la pretensión del universalismo eurocentrado, abriéndose a comprensiones dialécticas respecto de la heterogeneidad de las y los sujetos. Dado que desbordan el límite de una columna, estos asuntos podremos presentarlos en próximas notas, a partir de los ejes vertebradores del Black Radicalism y sus variantes afrolatinoamericanas.

Sobre el autor

Arleison Arcos Rivas. Activista afrodescendiente. Defensor de la vida, el territorio y la educación pública. Directivo, Docente e investigador social. Licenciado en Filosofía. Especialista en Políticas Públicas. Magister en Ciencia Política. Magister en Gobierno y Gestión Pública. Doctor en Educación. Cdto. en el doctorado en Ciencias Humanas y Sociales. Es autor y coautor de varios libros y artículos en torno a los estudios de la afrodescendencia. Rector de la IE Santa Fe – Cali.
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