23 de julio de 2023
Por: Melquiceded Blandón Mena
La lucha política en Colombia se desenvuelve como una serie de tormentas invernales, como un conjunto de huracanes sucesivos que van generando estragos por zonas, regiones, territorios, pero al igual que las fuerzas que pretenden controlarlo, el fenómeno natural va perdiendo su potencial tempestuoso y fenece para abrirle paso a la siguiente borrasca.
El proyecto político del Pacto Histórico en cabeza del presidente Gustavo Petro, construyó un gran acuerdo nacional con fuerzas “progresistas” y revolucionarias para liderar un frente político que reformara las instituciones y cambiara la racionalidad neoliberal y gansteril del Estado, hacia una sociedad de bienestar garantista de los derechos a través del gasto público, la redistribución de las tierras y la riqueza.
Sin embargo, a un año de gobierno del cambio, hay algunas desavenencias que impiden tomar control del devenir político nacional, y como fatalidad histórica, vacían su contenido reformista y transformador, asimilándolo con una débil brisa, incapaz de desarrollarse como un viento o manantial de constantes cambios.
En esa medida, emergen una serie de retos para materializar el programa de cambio que aún se sigue vendiendo a través de discursos y anuncios, pero que lejos de convertirse en realidad política, transitan hacia el camino de las ilusiones perdidas.
Por tanto, construir una dinámica de cambio y reforma política ampliada requiere de la configuración de un gabinete comprometido con la nueva realidad política y que responda a movimientos políticos con capacidad legislativa y de apalancamiento territorial de las reformas. Inconcebible la interinidad que se mantiene en el Ministerio de Cultura y la desconexión de algunos ministros y ministras con el país.
Como un segundo reto, está la necesidad de acotar la agenda legislativa. El gobierno adolece de mayorías parlamentarias, y las fuerzas opositoras están exhibiendo fuerza y generando diversas derrotas políticas al gobierno, lo cual implica priorizar y focalizar la agenda de reformas para dos años, con una estrategia legislativa eficiente y realista que recomponga las mayorías y garantice el control político del parlamento.
Un tercer elemento, tiene que ver con la estructuración del gobierno popular. Se debe construir un modelo y estrategia de trabajo con los territorios que mantenga la conexión del proyecto del cambio con la gente. En esa medida, tal como se realizaron las jornadas de gobierno desde la Guajira, se debe consolidar ese modelo y trasladar temporalmente la institucionalidad de territorio en territorio (Urabá, Bajo Cauca, norte de Santander, Montes de María, Tumaco, Quibdó, Buenaventura, Magdalena medio, y un largo etcétera, que incluiría las zonas urbanas) con un trabajo técnico que dé respuestas efectivas a las ciudadanías. Este modelo de trabajo llenaría de contenido popular al gobierno, construiría una relación diferente entre los territorios, la gente y la institucionalidad. Allí radica la matriz del cambio y la posibilidad de la pervivencia del proyecto político.
Con la misma urgencia, es necesario construir una coordinadora de medios alternativos que funcione, una política de masificación y ampliación de la cobertura de los medios alternativos y comunitarios, fortalecer la RTVC y apoyarse en experiencias mediáticas exitosas de otros países, para enfrentar al poder de los medios de comunicación del capital.
Por último, quedan los retos de depurar la tecno burocracia y cargos directivos que dejo el gobierno anterior y que operan en contra del cambio; así mismo, abanderar la lucha contra la corrupción, para romper el estado corporativista y gansteril, que pasa por el esclarecimiento y judicialización efectiva de los delitos y de la construcción de un gobierno contra la corrupción; acotar la propuesta de paz y diseñar una estrategia para que el bloque popular gane las elecciones de octubre.
Son los retos que implica el cambio, pues aquello que aparenta estar sólido, puede perecer desvanecido en el aire.
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