Pescado envenenado
Por: John Jairo Blandón Mena
“Ya no podemos vivir de la pesca por la contaminación de mercurio.
Dejamos de hacerlo por miedo a enfermarnos.
La mayoría optó por hacer solo recorridos en las chalupas.
Hace muchos años que no saco mi atarraya para pescar bagres,
bocachicos, cachamas y sabaletas.
Tenemos susto hasta de bañarnos en sus aguas”.
Jhon Jairo Rentería, pescador chocoano
Colombia es uno de los países con mayores recursos hídricos del planeta, en el territorio continental cuenta con varias decenas de grandes ríos y más de 700 mil microcuencas agrupadas en cinco extensas regiones hidrográficas, en las que además se entretejen una compleja red de ecosistemas de humedales, pantanos, ciénagas, lagos, sabanas inundadas y bosques inundables con una extensión de alrededor de 20 millones de hectáreas según la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca (AUNAP). La más reciente publicación “Biodiversidad” del Instituto Humboldt reseña que aquí albergamos 1.474 especies de peces dulceacuícolas, posicionándonos como el segundo país en ese rubro; y anotando que ese número tiende a aumentar con cada expedición científica por nuestras cuencas, por cuanto, el inventario de estos animales sigue inacabado. Por otro lado; en el ámbito marino, tenemos el privilegio geográfico de ser el único país de la región con arrecifes coralinos en ambas costas; éstos incorporados a los pastos marinos y manglares otorgan enormes recursos para la industria pesquera.
Podríamos escribir generosamente sobre la ingente riqueza marina y estuarina colombiana, expresada en más de 2.000 especies de peces y otro sinnúmero de organismos; pero en este caso, nos enfocaremos en la pesca de agua dulce.
Seguramente, lo hasta ahora expresado convierte en un contrasentido afirmar que, en Colombia, según la entidad rectora del sector, más de la mitad del pescado que consumimos es importado, y que nuestra ingesta dietaría del producto está en promedio en 6,4 kilogramos por año respecto a los 21 kg que es la media mundial, y por debajo de la tasa ideal planteada por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) que para América Latina es de 9 kg. En esa misma línea, la importancia e incidencia de la pesca en la economía nacional es cada vez menor, el peso de la actividad en el PIB nacional ha decrecido desde el 2004 en forma sostenida, en casi 16 años el sector pasó de representar el 0.22% al 0.17% en este indicador; mientras que en ese mismo periodo las importaciones se sextuplicaron. Para poner un ejemplo, el río Magdalena en el lapso referido pasó de producir 80.000 toneladas al año a 30.000 hoy. El propio Ministerio de Agricultura ha sostenido que la balanza comercial del sector pesquero en el país es negativa, hace un par de años, Colombia generaba 67.000 toneladas por año e importaba más de 285 mil; fundamentalmente pescado tipo basa desde Ecuador, Vietnam, Chile y Estados Unidos. El colapso no ha sido mayor porque el déficit en la pesca continental ha sido mitigado en una parte mínima con el aumento de la producción pesquera en estanques, con los consabidos efectos lesivos de esta actividad en el medio ambiente.
Hay una multiplicidad de causas que se pueden atribuir al despropósito que el segundo país con mayor recurso hídrico en el planeta esté importando casi el 70% del pescado que consume. En Colombia la pesca industrial desarrollada en sus océanos ha acrecentado el sector de las exportaciones y no el consumo interno, uno de los productos más apetecidos en el exterior es el atún, que reporta cientos de millones de dólares en ventas pero que cada vez es menos consumido en el país, lo mismo ocurre con el camarón, los pargos, meros y chernas, la langosta y el caracol. Y, la pesca artesanal, que es en últimas la actividad que mayor impacto social genera, por los ingresos directos que le provee a cientos de miles de pescadores, se hunde frente al crecimiento desmesurado de la actividad industrializada y la falta de una política estatal regulatoria que permita la coexistencia de los dos modelos, garantizando la explotación controlada del recurso, con criterio ambiental y privilegiando la pervivencia de las prácticas tradicionales de las que viven miles de pescadores que abastecen en primera medida los mercados locales.
Lo anterior se presenta en medio de un panorama decadente para la pesca continental artesanal. Los ríos dejaron de ser una fuente inagotable de alimento en Colombia. La actividad extractiva los está aniquilando. Muchos estudios, entre los que se destacan los del PhD en Toxicología Ambiental, Jesús Tadeo Olivero Verbel, señalan las tremendísimas afectaciones ambientales que ocurren por el vertimiento de sustancias toxicas como el cianuro y el mercurio que se utilizan en las actividades mineras para separar el oro y que terminan contaminando los cuerpos de agua por residuos sólidos; el impacto es devastador en los ecosistemas y en el ser humano. La Contraloría ha reiterado que esta situación se presenta en 17 de los 32 departamentos del país; subrayando, por ejemplo; que solo en el Choco, Antioquia y Nariño se vierten al año 200 toneladas de mercurio en sus ríos.
La consecuencia directa de estos agentes contaminantes en el ecosistema de los peces, ocasiona la carencia de oxígeno, produce estrés en el animal, retarda su crecimiento, baja sus niveles de apetito para alimentarse generando un esfuerzo mayor para respirar y alcanzar el oxígeno lo que termina ocasionado la muerte. En el río Magdalena, El bagre rayado y el bocachico, otrora peces icónicos de esa arteria hídrica, que llegaban a todos los rincones de la geografía nacional, hoy arriban al país en barco y congelados principalmente desde el río Mekong en Vietnam y el río Paraná en Argentina. En el mismo sentido; La Universidad de Cartagena ha reportado que la mojarra amarilla, el moncholo y la doncella de las ciénagas del sur de Bolívar, despensa pesquera del norte y parte del centro del país tienen altas concentraciones de mercurio, y que los vertimientos continúan porque la actividad aurífera no se ha detenido.
Capítulo aparte merece el departamento del Chocó, según CODECHOCO, hace algunos años un pescador en el Atrató podía capturar en una faena alrededor de 2000, mientras, que en la actualidad solo alcanza entre 100 y 200. Ese río fue prácticamente exterminado por los contaminantes que arrastraba su caudal, y que cercenó la vida no solo de las especies ribereñas sino de cientos de personas de las poblaciones aledañas que unas enfermaron y otras murieron por la exposición al letal mercurio. Ya, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) afirmó que desde 2017, Colombia es el país que más libera este elemento químico a la atmósfera, en promedio 75 toneladas al año, esto sumado a los cientos que se vierten a las fuentes hídricas hace que el modelo de desarrollo vigente e imperante en este país sea total y absolutamente incompatible con todas las formas de vida.