Los despoderados y el arte de gobernar

Por Última actualización: 20/11/2024

30 de mayo de 2024

Por: Arleison Arcos Rivas

“Con estos hijuepxtxs no se puede”, afirmó de manera lapidaria la Senadora Ángela Lozano en los días en que las sesiones virtuales del Congreso nos permitieron ver la intimidad de la crisis política colombiana. Hoy, cuando las huestes corporativas afinan sus dientes para bloquear a toda costa las reformas demandadas por la ciudadanía que eligió al primer gobierno de izquierda en Colombia, queda mucho más que confirmada la urgencia de elevar banderas rojas frente a las pretensiones retardatarias e imposibilitantes del cómodo establecimiento nacional, que cuenta con buena parte de capital provisto por multinacionales y empresarios extranjeros en sectores sensibles.

Aunque la crisis de la política es planetaria y sistémica, se advierte en el contexto nacional como en la gran muralla del mundo, el notorio crecimiento de la impaciencia e insatisfacción frente a actores corporativos y las fuerzas descomunales que sostienen de manera aviesa y desproporcionada los males de nuestro tiempo; guerra, hambre y desprotección que ponen en tela de juicio cualquier idea de progreso, desarrollo y futuro compartido en los 40 años que lleva el reciclaje del neoliberalismo como cara visible del fracasado capitalismo contemporáneo.

A sabiendas de que “con esos hjpts no se puede”, los pueblos del mundo han visto decrecer su potencial transformador, producto de la imposición del capital y sus prácticas de dominación. Las democracias, ofertadas como una forma de gobierno noble, evidencian sus poquedades en cada acto decisional en el que priman los compromisos y encuadres partidistas, corporativos y clientelares, muy al margen de la transformación de las condiciones de vida reales.

En Colombia, las izquierdas que han animado la protesta reivindicatoria y la movilización social, comprometidas por largo tiempo en la lucha contragubernamental y antielectoral, se lanzaron decididamente a la conquista de los votos y los cargos investidos de autoridad, refrigerando sus cantos de purismo ideológico para establecer obligadas alianzas y coaliciones advenedizas, incluso con fuerzas otrora contrarias; alimentando el desespero de quienes anhelan cambios y no entienden las prácticas dilatorias que los poderes enquistados operan en el escenario político en el que defienden con voracidad sus intereses.

Justamente por ello, alimentando disidencias, las diferentes fuerzas políticas equivocan el camino hacia el porvenir de la sociedad que pretenden gobernar. Ni los diagnósticos ni las políticas resultan pertinentes para darle coherencia a la labor del ejecutivo. Menos aún, logran encausar al legislativo en torno a alguna idea de bien común y contrato social que pueda suscitar el consenso en los tiempos de la posverdad, elevando el malestar contra la representación.

De manera perversa, contra toda ideología emancipadora, toda convicción libertaria y toda mística revolucionaria, un porcentaje de los cuadros que han sido convocados para liderar entidades estatales terminan reproduciendo prácticas corruptas, robándose el erario, con lo que ponen en entredicho las bondades que podría conllevar un proyecto de izquierda gobernante. Cayendo en la irregular e ilegal apropiación de dineros públicos, alimentando procesos de malversación y fabricando contratos a la medida de la voracidad plutocrática que, en teoría, debería resultarles extraña, confirmando que el monstruo carcome, corroe e infecta hasta las entrañas de las corrientes más progresistas.

Mientras tanto los desapoderados, esa liga mundial de desposeídos, marginados y pobreratarios que, en lo local podemos concebir precariamente ocupados en subsistir, padecen las inclemencias de la inacción estatal, el desbarajuste de la inoperancia legislativa, el descuaderne de las instancias de control, el desorden del sistema de justicia, y la desproporción antirreformista de las élites y agregados corporativos, para quienes los negocios imperan, a toda costa.

Las y los desapoderados, confiados en sus cuadros más vanguardistas y formados, apenas advierten que estos resultan todavía inexpertos en el arte de mandar. De ahí que les asalte la inquietud al padecer el desgobierno confusamente armado entre la impericia de aquellas y aquellos a quienes las grandes cifras, los proyectos gigantescos y las mega operaciones contables les resultan aún extrañas, en el poco tiempo que llevan encarando los asuntos estatales. Mientras tanto sus opositores, avezados en el arte de domeñar a su antojo los dígitos presupuestales de ministerios, direcciones y entidades descentralizadas, persisten en aprovechar a sus fichas estratégicamente sobrevivientes en la conducción de entidades y cargos estatales que les resultan provechosos y rentables.

El reto de los despoderados, pobretarios y condenados de la tierra, no se agota en el reclamo y la reivindicación. Aunque hoy no estemos en tiempo de trastrocamiento violento del orden republicano, es claro que su vinculación a los procesos políticos por la vía electoral no apunta al sostenimiento de lo establecido sino a su desbarajamiento y rearticulación, buscando suprimir las causales de su desigualdad persistente y manifiesta, vía reformas con potencialidad radical transformadora.

El cumplimiento de las propuestas de gobierno se impone. Para ello, urge elevar la capacidad de gobernar, realinderar las potencialidades de la gerencia estatal y consolidar el marco indicativo para las políticas públicas enarboladas por este gobierno. Las noticias del día a día dejan en claro que se debe consolidar un modelo institucional sólido orientado a hacer vida el plan nacional de desarrollo, sin mayores dilaciones, aminorando los equívocos y afinando la operación quirúrgica que requiere eliminar de tajo todas las cortapisas y palos atravesados por funcionarios comprometidos con fuerzas políticas de derecha y emisarios al servicio de otros intereses diferentes a los del actual gobierno.

Si bien las oportunidades para que el proyecto de izquierda gobernante todavía subsista, están ahí, pese a haber caído en la vorágine devastadora del picoteo público y la comidilla mediática para la cual no sobrevendrá ningún cambio y todo es lo mismo; resulta vital reajustar el quehacer, desterrar las trampas burocráticas, rehacer los acuerdos legislativos, y reordenar las ejecutorias, de manera que las transformaciones prometidas lleguen, así sea en el combate democrático contra la insufrible marea antirreformista.

Sobre el Autor: Arleison Arcos Rivas

Arleison Arcos Rivas