Lenguajes de subjetivación
Por: Rudy Amanda Hurtado Garcés
Los debates académicos/políticos sobre la transición de los Estados nacionales a los Estados multiculturales en América Latina y el Caribe, en la década de los ochentas y noventas, ocurridos en el Salvador en 1982; Nicaragua en 1987; Brasil, en 1988; Colombia en 1991, y en otros países de la región, en su mayoría giran en torno a interpretaciones de corte economicista. Estos discursos sostienen que la transición obedece casi exclusivamente a políticas de ajustes estructurales creadas por el neoliberalismo y a través de recomendaciones de los organismos multilaterales, si bien es cierto, también existen, otras caras, entre estas, la conflictividad producida por los movimientos sociales étnico-raciales.
Otra de las caras sobre las tensiones y y disputas inmersas en la contienda política es el reconocimiento del derecho a tener derechos, como es el caso de los afrodescendientes en Colombia y sus prácticas transgresivas, en la esfera pública y que es además una búsqueda por la ampliación de la idea dominante de ciudadanía, lo cual implicó una negociación en torno a las diferencias culturales, es decir a la etnicidad, puesto que lo racial se configura desde otros lugares durante los siglos XVIII y XIX, pero no desaparece del centro del debate. Así mismo, hay enmarcaciones que subsisten como las disputas entorno a los derechos de ciudadanía y la tierra. Traer al debate los lenguajes de subjetivación política de los afrodescendientes en Colombia en la lucha por el reconocimiento de derechos significa una disputan sobre sentidos del proyecto neoliberal.
El antropólogo Charles Hale (2007) argumenta que la relación entre neoliberalismo y multiculturalismo se debe leer bajo el lente de lo que él conceptualiza como “multiculturalismo neoliberal”. Esta perspectiva analítica parte de la hipótesis de que la convergencia entre las luchas por la reivindicación del multiculturalismo y las ideologías neoliberales no son opuestas. La discusión no es si el multiculturalismo es o no neoliberal –es un proceso que emerge desde el neoliberalismo–, la discusión es cómo los movimientos étnicos-raciales le disputan sentidos para reclamar el derecho a tener derechos, más allá del marco restringido del multiculturalismo neoliberal.
Afirmar que las luchas que tienen como punto de partida la enunciación de diferencias culturales constituye en sí mismas una ética de defensa al capitalismo en su fase neoliberal es restringir el lente etnográfico a un fragmento del relato. Las convergencias no son simplemente el resultado de relaciones económicas, sino también de acciones colectivas impulsadas por los movimientos étnicos-raciales en América Latina y el Caribe, en este caso. Más allá de una amenaza que es cierta, existen unos procesos de tensiones, mediaciones, negociaciones y conflictos.
Aunque el lente etnográfico de Hale reconoce soterradamente las subjetividades políticas detrás del multiculturalismo, sus análisis no dejan de señalar a éste como un proyecto absolutamente neoliberal. Esta pretendida confluencia necesaria entre neoliberalismo y multiculturalismo, en Hale, está basada en una traducción que lee el reconocimiento de la diferencia como un estrechamiento de las políticas de carácter redistributivo. Porque las reformas multiculturales neoliberales “dejan las inequidades sociales de carácter clasista sin modificar, si es que no las exacerban” (2007).
Otra mirada analítica al respecto, que ha venido tomando fuerza es la lectura del filósofo e historiador Žižek. La tesis teórica central de Žižek (1993) hace un planteamiento teórico en donde su tesis central es argumentar que la forma ideal de la ideología del capitalismo global es la del multiculturalismo, el cual apela por diferencias culturales que dejan intactas la homogeneidad básica del sistema capitalista mundial. Este retorno al debate ideológico en Žižek viene de la mano del supuesto abandono de la universalidad / centralidad del sistema capitalista mundial. Dicha crítica tiene que ver con el escape de la centralidad de la lucha económica (la lucha de clases) que ha sido reemplazada por las demandas de las diferencias culturales. Aquí, se representa al multiculturalismo como una “amenaza”, no confronta, y mucho menos pone en peligro el orden económico neoliberal.
Estas miradas olvidan los procesos de subjetivación política del republicanismo anticolonial negro de los siglos XVIII y XIX que son de larga duración: una memoria larga radicalmente redistributiva. Si algo debe redistribuirse en términos universales es la herencia del universalismo negro, expresado en el principio filosófico-ontológico de devolverle la humanidad a un fragmento de humanidad olvidado, mediante la insurrección, la revolución y la colaboración internacionalista del principio de libertad, igualdad y fraternidad, que emprendió el Estado negro de Haití, y la participación radical de la población negra en los proyectos independentistas latinoamericanos para derrotar el colonialismo, la esclavitud y las subjetividades modernas coloniales.
Si olvidamos ese relato de larga duración, el reconocimiento de las diferencias culturales se convierte en el lenguaje de la hegemonía neoliberal. Estos planteamientos son preocupantes en el sentido en que pretenden reducir las luchas por las injusticias étnico-raciales a una simple composición heterogénea de la sociedad, y oculta su carácter transgresor como el reconocimiento de la propiedad comunal de la tierra y autogobiernos, que son absolutamente antagónicas a los principios neoliberales de defensa de la propiedad privada. Aquello no posibilita tener una visión más compleja de la subjetivación política, esto es, los antagonismos y movilizaciones que implica para América Latina y el Caribe el reconocimiento de las diferencias culturales a nivel constitucional.
En suma, los argumentos de Žižek y Hale desconocen la conflictividad del reconocimiento de las diferencias culturales de los movimientos étnico-raciales que, en gran parte de América Latina, han disputado, ampliado y ganado esferas de justicias al proyecto neoliberal. Ambas perspectivas, banalizan las reivindicaciones de corte étnico-racial y las despojan de su carácter transgresor, insurgente y emancipatorio. Además, estos marcos rechazan la posibilidad de pensar que las injusticias étnico-raciales y de clase pueden articularse de manera compleja e invalidan las pretensiones perversas del proyecto neoliberal, atribuyendo otros sentidos que confrontan los lugares ocupados por la hegemonía neoliberal.
Ciertamente, las luchas por el reconocimiento de las diferencias culturales en la esfera pública no son un distanciamiento o desplazamiento de los conflictos de clases. Al contrario, estas demandas amplían y radicalizan la democracia y son potencialmente emancipatorias porque impugnan, interpelan y confrontan el sentido común impuesto por la lógica cultural del neoliberalismo.
Teniendo en cuenta este universo de referencia teórico, considero pertinente elaborar una crítica fundamental, puesto que aquella compleja articulación entre múltiples injusticias raciales, de clase, género, sexuales, etcétera, debemos leerlas en clave del desmantelamiento al proyecto neoliberal. Por ende, es necesario superar analíticamente algunas fisuras del debate. Para ello se hace preciso leer las reivindicaciones de los movimientos étnico-raciales como redistributivas, en aras de promover una contra hegemonía plural y diversos contrapúblico subalternos que remuevan y disloquen los lugares apropiados por la economía neoliberalismo para construir una comunidad política radical y plural que dé lugar a la invención de una nueva ciudadanía.