Violencia en el futbol colombiano

08 de marzo de 2022

 

Por: John Jairo Blandón Mena

 

Como si no fuera suficiente con el conflicto armado interno que en las últimas cinco décadas dejó más de 250 mil víctimas mortales. Los colombianos tenemos que padecer una larga lista de violencias cotidianas que se roban nuestra paz y tranquilidad. La convivencia está desbordada, cualquier diferencia por pequeña que sea puede ser la causante de una riña, un altercado o un ataque a la propia vida.

En la vía no se imponen las normas de tránsito sino la ley del más fuerte, que termina siendo el más amenazador al volante. En los sistemas de transporte y demás sitios de aglomeración cualquier cercanía extraña es sospechosa de cosquilleo o agresión. Por esas y otras razones, casi el 93% de los colombianos opinó que la inseguridad en sus territorios aumentó durante el año 2021 (Encuesta de Invamer sobre percepción de seguridad).

El futbol profesional, el espectáculo más popular de Colombia viene siendo desde hace varios años una fuente de todos los tipos de violencia. Desde las épocas que el narcotráfico asesinó en Medellín al árbitro Álvaro Ortega Madero en 1989 por anular un gol en un partido en el estadio Pascual Guerrero de Cali, los apostadores e intereses espurios se juegan otro partido paralelo al de la cancha.

Las barras bravas que aparecieron por esos mismos años insertaron al futbol un ingrediente que a la postre lo convertiría en un cóctel molotov, por su copia de prácticas violentas provenientes principalmente del sur del continente. Por supuesto, que lo cuestionable no es el fervor con que se alienta al equipo antes, durante y después de un partido, sino la violencia que se ejerce sobre los hinchas rivales. En los últimos 12 años según la Fiscalía General de la Nación más de 150 personas han sido asesinadas por condiciones vinculadas a la pertenencia a una hinchada o barra brava.

Es que mucho de lo que rodea al futbol profesional hiede y apesta. Una dirigencia deportiva señalada por la comisión de delitos nacionales y trasnacionales, que tiene a uno de su otrora máximo representante enfrentando la justicia penal estadounidense; y a los vigentes con sanciones de multas millonarias de la Superintendencia de Industria y Comercio por reventa de boletas. Algunos periodistas deportivos incendiarios, que a través del micrófono denigran, insultan y calientan los ánimos de la hinchada en contra de jugadores, árbitros y entrenadores propiciando agresiones y violencias. Capítulo aparte merecen los locutores que racializan a los jugadores, colocan apodos y maltratan con sus expresiones el idioma, estas acciones son el germen de expresiones racistas y de bullying hoy descontrolados en el espacio escolar. Por otro lado, jugadores sin formación básica que no entienden ni dimensionan el alcance de sus declaraciones y acciones en la cancha para enardecer los ánimos colectivos. 

El futbol de alta competencia necesita profesionalizarse. Las escuelas de formación hoy adscritas a la corrupta División Aficionada del Fútbol Colombiano (Difutbol) dirigida desde hace 30 años por un cuestionado dirigente, debería ser la que iniciara y orientara ese proceso. Sin embargo, es una entidad inoperante frente a ese loable propósito. También deben profesionalizarse los entrenadores y periodistas. La Dimayor y la Fedefutbol entidades rectoras de este deporte en Colombia, y que bien valga decirlo de paso, deberían fusionarse y concentrar sus competencias, pues esa doble instancia no tiene parangón en los países de la región, son entidades que les falta democratizarse y cumplir con su principal función de invertir sus cuantiosos ingresos en el mejoramiento del balompié.   

Hay que resaltar como otro acto de violencia la discriminación que la dirigencia ha hecho del futbol femenino. No les ha valido el mandato y los cuantiosos recursos FIFA para que se fomenten los torneos de futbol femenino en todos los países, ni los 3.000 millones de pesos que el Gobierno aportó el año pasado para organizar un torneo extenso y de calidad. La respuesta a eso fue que en 2021 la Liga Femenina duró menos de dos meses y se caracterizó por su falta de organización. Este año, la presión de las jugadoras logró que se extendiera la competición a cuatro meses con una mejor estructura.

Bien valiera, que el naciente ministerio del Deporte metiera sus manos en la rancia dirigencia del futbol y obligara su necesaria democratización. Y en ese mismo sentido, que la Fiscalía por fin produjera resultados en las investigaciones a la cúpula del futbol. Y respecto al problema de la violencia con las barras bravas, la implementación de algunas de las medidas utilizadas en Inglaterra para erradicar los Hooligans serían efectivas. Empezando con la identificación facial en los estadios y la carnetización de los hinchas, medidas que llevan más de cinco años de implementación en Colombia, y hasta la fecha nada de nada.

Sobre el autor

Abogado de la Universidad Católica Luis Amigó. Especialista en Derecho Administrativo de la Universidad Autónoma Latinoamericana. Especialista en Métodos de Enseñanza Virtual de la Universidad Católica del Norte. Especialista en Estudios Afrolatinoamericanos y Caribeños de Clacso. Magíster en Educación del Tecnológico de Monterrey. Y actualmente Candidato a Doctor en Educación de la Universidad Católica Luis Amigó. Se ha desempeñado como docente universitario. Coordinador del Equipo de Trabajo de Medellín en el Proceso de Comunidades Negras (PCN). Coautor de libro: Debates sobre conflictos raciales y construcciones afrolibertarias. Editorial Poder Negro. 2015.
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